miércoles, 23 de septiembre de 2015

Blade Runner - 1982


Director: Ridley Scott

  Como bien dicen en la radio, ha comenzado la primavera, qué mejor que con una buena lluvia acompañada de rayos y relámpagos que le den musicalidad al monótono arte de intentar dormir por las noches, extrañamente algo que se me hace más difícil estos días, y eso que he estado bastante, digamos, felizmente ocupadito, hecho que se suma a la pre-histeria colectiva, confinada a un fluir subyacente que no hace más que amenazar con explotar en un indeterminado momento, aumentando con cada nuevo temblor y los pájaros que a mitad de la madrugada comienzan sus concursos para determinar cuál de ellos tiene la mejor voz, usualmente tomándose cerca de una hora para deliberar el ganador cuya valía tendrá que ponerse a prueba veinticuatro horas después. Oh, claro, también está el hecho de que una patrulla fantasma o algo así ande diciendo en la red que en menos de quince días se viene un terremoto de 9.0 grados en Valparaíso, y chachi, un paraíso de la paranoia esotérica y hasta cósmica se desata. ¿Yo? Como soy un hombre tranquilo, sin alergias primaverales ni miedos al tembleque, me dedico a ver películas y nadar y, por desgracia, ir a la puta universidad, aunque la influencia de todo es inevitable. A veces no sé cómo demonios comenzar una entrada y por eso me ven tecleando estas líneas que intentan copiar al traductor de un reputado novelista cuyo rostro e identidad nadie conoce (sólo el nombre). Y es que tengo que practicar, los concursos literarios ofrecen un dineral en premios... Esperen... ¿es ese otro temblor el que siento?


  En la distópica Los Angeles del 2019 (aún están a tiempo, "americanos"), multicultural y ahogada en su propio progreso tecnológico, tan avanzado que ya ni siquiera el artificial cielo es el límite para el así llamado humano, Rick Deckard es un ex-blade runner, un especial tipo de policía encargado de cazar y aniquilar replicantes, seres artificiales con apariencia humana que de vez en cuando se convierten en un estorbo, que tiene que volver a las andadas cuando seis replicantes se escapan de sus labores y llegan a la ciudad a buscar respuestas, serias e importantes respuestas...



  Sí, sí, ya no vale la pena andar perdiendo el tiempo en líneas extras. Tampoco sé si valga mucho la pena comentar largo y tendido sobre "Blade Runner", primero porque ya se ha escrito mucho al respecto, cantidad imaginaria de la que podremos extraer su justa cantidad de interesantes y/o notables escritos, y segundo porque la tercera película de Ridley Scott (debo ponerme al día con las dos primeras, y si el tiempo es justo y generoso, con las que siguen, pero ahí voy con las promesas...) es tan grande que hablar a la rápida sobre cualquiera de sus muchos puntos sería un despropósito, al menos en lo concerniente a mí (me consta que muchos gozan de síntesis, logrando escribir en no muchas líneas mucho para pensar y reflexionar). Supongo que en este caso me centraré un poco en lo que es el cyberpunk, subgénero al que hace 32 años Scott le creaba, sin querer o sin ser plenamente consciente de la invención del subgénero y su concepto, el imaginario estético (que contiene y expresa en y a través de la imagen audiovisual el amplio bagaje filosófico/conceptual/existencial de la novela en que se basa, supongo que ya saben cuál es y quién la escribió) que muchos han intentado imitar sin muchos resultados, y, otros más respetables y sabios, lo han tomado como referencia para sus películas. A propósito o no, ahí tenemos esta sociedad oscura, pestilente, en permanente estado de extrañamiento, en permanente alteración, sin duda, todo producido por un caos social contenido en cada una de las luces que encandila al cielo, en cada charco que refleja qué tan al fondo estamos de nuestra propia existencia. Sin querer queriendo, por un lado tenemos a las corporaciones como entes omnipresentes y todopoderosos, de capacidad suprahumana, y por el otro a los marginales, a los solitarios, a los gusanos que se arrastran en esta podredumbre retrotecnológica, y entre medio tenemos a los replicantes, ni lo uno ni lo otro, pero, curiosamente, cargando en sus espaldas los mismos males de lo grande y lo bajuno. Tenemos también la reflexión filosófica, espiritual, lo que sea, eje central del buen cyberpunk: el límite entre lo humano y lo artificial, entendiendo como "humano" aquello no creado (o moldeado, configurado, codificado) por otros humanos, y que no debe rozar ni mucho menos superar la grandilocuencia y la presunción intelectual, sobre todo cuando es tan descaradamente autoconsciente. Sobre la película en sí, tenemos un argumento sencillo que es narrado con excelente pulso y un manejo de la imagen sobresaliente, por lo mismo, gozamos de una atmósfera cautivante y deslumbrante, de tempo preciso y calmado, de energía extrañamente sosegante y relajante, tanto que casi queda fuera de lugar, especialmente en el momento de los enfrentamientos, de la violencia extrema, lo que, en todo caso, hace de esta película tan diferente y especial. ¿No les parece genial que recién al final la banda sonora se vuelva frenética, punto cúlmine y broche de oro de un in crescendo magnífico? Y como las cosas deben tener una conclusión (de lo contrario las personas suelen caer en depresión y crisis existencial), pues qué otra cosa queda por teclear: "Blade Runner" es una maravilla del cine y es cyberpunk por antonomasia. Una obra maestra que uno nunca se cansa de ver. Buenas noches. Yo voy a continuar siguiendo por segunda vez las aventuras literarias de un hippie-detective fumeta. "¿Y qué me importa?"...


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