miércoles, 17 de enero de 2018

Palomita Blanca - 1973/1992


Director: Raúl Ruiz

Ayer fui a ver, con un buen amigo de la univer... perdón, quiero decir un buen amigo de la vida, la versión remasterizada y reestrenada de "Palomita Blanca", aquella película que Raúl Ruiz rodó el año 1973 pero que no pudo ser estrenada porque... bueno, por obvias razones. La película permaneció guardada hasta que el '92 pudo ser estrenada como correspondía. Como ayer el Papa andaba dando vueltas por Santiago había mucha gente cantando y gritando, rezando probablemente, el metro no estaba lleno, las calles sí estaban cortadas, el cielo despejado, guatita llena corazón contento... Llegamos sin problemas y pudimos ver la película. Sí señor. Demonios, ¿me pueden creer que han pasado casi siete años desde que Ruiz se murió?, ¿o que "Palomita Blanca" es la primera película suya que comentamos por acá? ¿Me creen o me creen un mentiroso?


Mi amigo ya había visto la película con anterioridad y me había dicho que la encontraba genial. Yo tenía mucha curiosidad por ver qué hacía Ruiz con la demencial y entretenida novela escrita por Enrique Lafourcade.

Primero hablaré un poco de la novela, porque resulta que estaba por ahí en la biblioteca de mi padre y yo, ni tonto ni perezoso, dije "vamos a echarle una ojeada". Lo primero que debo decir es que me sorprendió mucho que la escena de la playa, aquella inmortal imagen que encabeza esta entrada, ocurra al principio de esta historia. Yo pensaba que, luego de un montón de tribulaciones producidas por el origen socio-económico de cada uno, la chica pobre y el chico cuico podían finalmente consumar su amor y, para celebrarlo, se iban a la playa y se metían, desnudos, al mar, dejando atrás toda la mierda, sólo mirando hacia el horizonte, ellos y la eternidad. Al contrario, los tortolitos se conocen en un festival de música, él la invita a la playa, apenas se conocen de un par de horas pero él se desnuda, le pide a ella que se desnude, y se meten al mar. Luego salen, se van a sentar en la arena. Ella saca una peineta para peinarle su cabellera rubia, como de ángel. Él le quita la peineta y le devuelve el favor, sólo que le peina los vellos púbicos, que son como crespos, como una montaña. Ella hace lo mismo después.
En efecto, la novela es desconcertante. Pero buena. Lo más interesante es la narración de la protagonista, cuya mirada ingenua e inocente, como de mosquita muerta, contrasta absolutamente con el convulso escenario socio-político que la rodea. Ella, María, lo conoce a él, Juan Carlos Eguirreizaga Montt (esos apellidos no están hechos para olvidarse; están hechos para ministerios, embajadas, gerencias), mientras se lleva a cabo la elección presidencial que ganó Allende (por apenas cuarenta mil votos más que el segundo lugar). A estas alturas sabemos que Allende no era el candidato de, ejem, ciertos peces gordos nacionales e internacionales. Así, teniendo como telón de fondo todas estas manifestaciones, la incertidumbre, la violencia, las amenazas, etc., María sólo nos cuenta cómo sufre por su Juan Carlos, de carácter ambivalente e indescifrable, miembro de una secta religiosa llamada Silo, quien finalmente acabó participando (o eso dicen los periódicos que leía María) en el famoso atentado a René Schneider, ya saben, con el fin de que las fuerzas armadas intervinieran y Allende no asumiera la presidencia. Tiempos oscuros para una historia de amor como de revistas del corazón. Desde luego, aunque la protagonista no tomara mucho en cuenta el acontecer nacional, sus observaciones igual le sirven a Lafourcade para elaborar, no sin despiadada ironía, un cuadro social, costumbrista, de la gente y las clases sociales, cuyos rasgos propios se ven acentuados en tiempos de crisis.
Una novela redonda, a fin de cuentas, y por qué no, un vivo e inmortal testimonio literario. ¿Imprescindible? ¡Por supuesto!

Basado libremente en la mentada y citada novela, Ruiz pone atención menos en el romance entre María y Juan Carlos que, justamente, en el retrato costumbrista de las clases sociales chilenas, pero todo desde un prisma marcadamente e indefectiblemente ruiziano: sus observaciones, aunque jamás ignoran las circunstancias de los personajes, a la larga trascienden la sola descripción social: la particular mirada de Ruiz saca a flote la humanidad, la vida que hay debajo de esa superficie de miserias y carencias, el intelecto y el corazón de estas personas. Ruiz disecciona esta realidad, examina esta realidad chilena a través del cruce de mundos, ricos y pobres, como si hubieran dos países en un solo territorio, como si cada país ni siquiera supiera con claridad cuál es su identidad, qué la determina: si la ropa fina o rota, el radioteatro o las telenovelas, la música que se escuchan de lado y lado, por qué candidato votan, etc. (Supongo que todo esto se nota más en el Ruiz post-dictadura, en donde manifiesta aún más su incomodidad con el Chile al que volvía regularmente... Quizás algún día profundicemos en eso cuando se estrene "La telenovela errante", cuya premisa, según el mismo Ruiz, es la siguiente: "la realidad chilena no existe, más bien es un conjunto de teleseries").
De esta forma, con un libre e incontenible sentido del humor; con un punto de vista certero e incisivo, dinámico pero siempre coherente; con una deslumbrante y sensacional dirección de fotografía a cargo de Silvio Caiozzi (qué manera de utilizar la cámara, de encuadrar: un maestro de la imagen, ambos); con un jocoso a la vez que magistral uso de la banda sonora (a cargo de los legendarios Los Jaivas); y, en definitiva, con una manera de dirigir única e insobornable como no se ve hoy en día (al menos no en este puto país), como dije, "Palomita Blanca" es el desenfadado pero también punzante retrato de una época y de una sociedad, con sus virtudes y contradicciones, un retrato que parte del romance entre la chica pobre y el chico rico, pero que sin inmutarse puede olvidarlos y mostrarnos los intentos de cuatro adultos por tirar con cuatro escolares menores de edad, la hilarante perorata de un profesor de música que al parecer no sabe qué demonios hacer con su clase, las peleas entre pobres allendistas y pobres alessandristas (divide a los pobres y vencerás), porque al final la historia es también de todos ellos.
Es Ruiz, enemigo de la linealidad convencional, de la narrativa estrictamente funcional, del relato preciso como reloj suizo, del anquilosamiento dramático, de la simple efectividad formal, de la puesta en escena sin personalidad ni segundas, terceras e infinitas intenciones.

Eso sí, me voy a permitir reprochar un par de cosas, más que nada en el terreno de las comparaciones. Queda claro que a Ruiz no le interesa mucho el romance; se vale de él, es la excusa, el punto de partida para elaborar su peculiar y crítico (siempre crítico) punto de vista de la sociedad chilena, y a lo más también sirve como arco dramático que le permita comenzar la historia y luego darle un cierre, una conclusión. Pero como Ruiz pone atención a tantas otras cosas, pienso que la historia entre estos dos tórtolos queda descuidada en ciertos aspectos fundamentales, los que se notan sobre todo al final, cuando Juan Carlos desaparece del mapa. A mi amigo le pregunté si entendió que J.C. se tuvo que ir porque participó en el atentado contra el General Schneider, y de hecho ni siquiera se dio cuenta del asunto (ignoro si los otros espectadores se percataron o no de ello). En otras palabras, llega el punto en que Ruiz se da cuenta que debe terminar la película y de manera inusitada replica el cierre de la novela, sin haber hecho de ello una construcción apropiada, como por ejemplo, el fanatismo "político" y la impulsividad de él: en la novela el tipo es realmente loco, impredecible; acá es frío, pesado, distante, serio...
De entre todos los cambios propuestos por Ruiz, me gustó que la protagonista no sea tan mosquita muerta como en la novela; me gusta su actitud, la chica podría ser dinamita. Eso sí, pienso que tampoco se trabaja tanto la extrema devoción que siente hacia Juan Carlos, y éste, de paso, pierde bastantes rasgos distintivos de su origen literario, como por ejemplo su devoción hacia Silo (devoción que conlleva ser un fanático de la pureza, de la virginidad, etc.). Estas cosas pudieron haber logrado una relación algo más... creíble. Lo del motel tampoco cambia mucho al respeto...
No obstante, la película habla de más cosas que sólo de esta cuasi anecdótica relación y, en última instancia, el romance es la estructura base para una obra cuya arquitectura ofrece un paisaje más rico y variado, tanto en lo visual como en lo dialéctico.

Con todo (a pesar de que no sea redonda, que sea imperfecta en cierto sentido), "Palomita Blanca" es una gran película porque es la decidida y valiente obra de un director con discurso cinematográfico propio, inclasificable, ingobernable e indoblegable, inagotable como pocos, y siempre dispuesto a tomar riesgos y llevar su cine por nuevos rumbos.
..."crece palomita, vidalita
y volvete halcón"...

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