Director: George Miller
Con toda la fiebre Mad Max que ha causado la cuarta entrega, la cual no sé si iré a ver al cine -ay, dinero-, debo decir que me vi tentado a revivir todo lo que en su momento me generó la trilogía protagonizada por el genial Mel Gibson. Tentado y, finalmente, satisfecho. Qué satisfecho, maravillado y muchas cosas más. Mis sensaciones finales son incluso mejores que las que tuve en aquel entonces cuando era un quinceañero, y creo que eso es bastante decir toda vez que, usualmente, las revisiones de películas que me conquistaron de niño y adolescente no logran sortear el paso del tiempo o, quizás, de mi crecimiento. No ha sido así con "Mad Max", opera prima de George Miller, la que me ha parecido más contundente y admirable que la primera vez que la vi. Memorable.
Max Rockatansky es un policía, el mejor policía del lugar, dueño y amo espiritual de las carreteras. Si alguien osa enfrentarle en dichos medios, saldrá humillado y derrotado, destino indeleble de los herejes, y que lo diga el loco que al principio de la película huye de la policía. Por desgracia para él, también huye de Max, y Max no es alguien que deje escapar a un criminal. Y no lo hace. Pero The Nightrider, el criminal fallecido por causa de Max, tiene amigos, una excéntrica y violenta banda de moteros, que buscarán venganza a como de lugar. Max tendrá que ser Max.
"Mad Max" es perfecta.
No hay nada que no sea deslumbrante o maravilloso en esta película, nada desentona: Desde luego, no lo hace su protagonista, interpretado por un Mel Gibson ideal y desenfadado a quien el rol de Max le cae como anillo al dedo, un policía ataviado en cuero lleno de temeraria actitud y una fiera habilidad sobre el volante; tampoco el villano principal, el Cortadedos, un carismático fenómeno sucio y depravado que siembra el caos y la locura allá donde pone sus pesuñas; tampoco los secundarios, desde los cómplices del villano, tan extraños y singulares como su líder, hasta los buenos, ya sea el buen amigo Goose o la bella esposa de Max; tampoco la atractiva estética de la película, alimentada por el inhóspito y abandonado paisaje fuente de decadencia y salvajismo humano, por el amor por los autos chatarra no obstante tan poderosos como un ferrari, por la descuidada y marginal apariencia de los personajes...; tampoco la implacable trama de venganza y caída moral, justo en medio de una espiral de desquiciada violencia; tampoco la dirección de un George Miller capaz de rodar con mano maestra las secuencias de persecución más adrenalínicas así como las de infartante suspenso y dolor; ni mucho menos la iconografía, imaginería y mitología que se inicia con esta película, la que resiste el paso y peso del tiempo de manera avasalladora, tanto que veinte años después las historias del buen Max Rockatansky en la árida, impía y brutal Wasteland siguen cosechando éxitos superlativos. Y sin señales de agotamiento, que es lo mejor de todo...
"Mad Max" es una potente declaración de intenciones, una apabullante muestra de cine sin complejos, sin concesiones y sin debilidades que te llega directamente al cerebro a través de cada vena de tu cuerpo sediento y hambriento de locura, capaz de dejarte clavado al asiento durante noventa espectaculares y excelentemente narrados minutos. "Mad Max" es genial, es perfecta, es inigualable.
No quiero ni hay que ser reduccionista, pues "Mad Max" es mucho más que explosiones, persecusiones y excesos visuales, y ahí tienen la mirada de Max, las acciones de Max, y la vida e historia de Max, todo ello parte de la leyenda de Max Rockatansky, el perfecto antihéroe que vivirá en el fotograma y en nuestras retinas: en la memoria cinematográfica, al fin y al cabo.
Tampoco quiero alargarme o agrandarme más, así que terminemos con lo justo y necesario: nunca es tarde para dejarse atrapar por la locura de Mad Max, ni para pedir una inyección de acción post-apocalíptica. Vayan por ello, depravados...
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