Director: Charles Laughton
A lo largo de esta semana, y en lo que respecta a ver y comentar películas, intentaré, con sumo esfuerzo y estricta disciplina, mantener la línea que la película de hoy, la primera y última del actor Charles Laughton, impondrá al resto de la semana. ¿Cuál es el tema en cuestión al que nos abstendremos, cuál es el orden? Oh, amables lectores, no es que me las dé de misterioso y coqueto, pero dejaré que ustedes se vayan dando cuenta en el camino. Hasta, quizás, ya lo hayan hecho. En fin: la primera parada de esta ordenada y planificada semana es nada más y nada menos que esta tremenda película a la que le tenía un ferviente deseo desde tiempos inmemoriales. Y vaya película, dios santo. Una genialidad, una puta genialidad.
Un peculiar predicador quiere algo pero no sabe dónde está, y en su camino se interpone una familia compuesta por una reciente viuda y sus dos hijos, que saben qué quiere el predicador y dónde está. Y el predicador no tendrá miramientos ni humanidad con tal de encontrar su preciado objeto de deseo.
A ver... ¿Por qué es "The night of the hunter" una genialidad? Trataré de ser breve:
"The night of the hunter" es una genialidad porque Charles Laugton despliega una soberbia puesta en escena que capta a la perfección el conflicto que subyace al entuerto del dinero escondido, que es nada menos que la maldad intentando oscurecer por todos los medios la tenue pero resistente luz de la inocencia y el bien, y lo escupe en unas poderosas imágenes que, entre recursos expresionistas y otros más sencillos pero no por eso menos magistrales, nos ponen en mitad de los recovecos de una mente desquiciada a la vez que nos adentran en el cruel laberinto de dos cándidas almas que definitivamente no merecen nada de lo que están viviendo, y que están vagando perdidas en un mar de desesperanza. Es curioso que la secuencia en que los dos hermanos dan un paseo -por no decir otra cosa- en bote por el río sea tan bella pero desoladora a la vez, tan tranquilizante como aterradora. Es admirable que tan sólo con el brillante y magistral uso de las herramientas visuales el director dote a su relato de una maldad sobrecogedora, una locura penetrante y un desamparo demoledor, y sin embargo también logre que, a pesar de todo ello, la principal fuerza del todo radique en la bondad de estos hermanos, particularmente la del hermano que no quiere otra cosa sino proteger a su hermana menor de las garras del mal -¿el dinero?, ¿importa realmente el dinero?-, un Robert Mitchum sensacional, pero malditamente sensacional. A propósito, qué manera de crear un omnipresente aura en torno a un personaje y dos elementos aparentemente banales que, sin embargo, lo representan a la perfección, y que por extensión también representan la esencia del relato: la interminable historia del ODIO contra el AMOR, contada a través de unos nudillos tatuados; y, mejor -o peor- aún, esa canción religiosa que, más que generar el apoyo y buenaventura que su letra sugiere, anuncia atrocidades a través de una melodía que retuerce por completo el sentido original de ese "Leaning, leaning..." en nada alentador.
Pero, incluso más importante, "The night of the hunter" es una genialidad porque no deja títere con cabeza, porque su relato, simple y reacio a intrincarse vanamente, es un furioso golpe contra las bases morales de una sociedad ingenua e ilusa. ¿Qué es el mal, qué es el bien? ¿Quiénes son buenos, quiénes son malos? ¿Por qué una canción de amor y fe significa asesinatos a menores? ¿Cuál es el sentido y la razón de tanta violencia? Y así como hay secuencias espeluznantes que te dejan con los pelos de punta por constituir verdaderas e incansables pesadillas, a nivel general Charles Laughton le imprime a su relato, a sus hechos y a sus imágenes, un cruel sentido del humor mezclado con una mala leche punzante y cáustica que llega directamente al hueso, a la espina dorsal de los creyentes -religiosos, políticos, neutros, etc.: todos son culpables-, lo cual no hace sino aumentar el valor fílmico del conjunto, subversivo a tantos niveles.
En suma, no sólo tenemos una película brillantemente filmada y narrada, dueña de una atmósfera malsana y permanente producto de un magistral uso de las facultades expresivas del lenguaje. Entonces... ¿qué tenemos? Ay, a estas alturas de la noche me cuesta ponerlo en palabras precisas, pero lo intentaré: un discurso demoledor escondido y liberado bajo un cuento de, digamos, terror. El resultado, cine puro y duro en estado de excelencia, sin concesiones ni lamentaciones: a quien no le guste que se vaya al demonio.
Y, sí, puede que luego de un primer arco intenso y machacador a más no poder, lo que sigue, luego del paseo en bote, decrezca en los términos expuestos, pero ahí tienen el colchón de (bien) desvergonzada y despreocupada mordacidad que hace que el relato siga igual de intenso subyacentemente, aunque no se demore mucho en llegar al clímax, antecedido de una canción, esa canción, que no sólo anuncia la llegada del mal, sino que una ejecución brillante y sublime que pondrá fin a una película fantástica, memorable e inmortal.
¿Obra maestra? ¡Claro que sí, maldición!
Un peculiar predicador quiere algo pero no sabe dónde está, y en su camino se interpone una familia compuesta por una reciente viuda y sus dos hijos, que saben qué quiere el predicador y dónde está. Y el predicador no tendrá miramientos ni humanidad con tal de encontrar su preciado objeto de deseo.
A ver... ¿Por qué es "The night of the hunter" una genialidad? Trataré de ser breve:
"The night of the hunter" es una genialidad porque Charles Laugton despliega una soberbia puesta en escena que capta a la perfección el conflicto que subyace al entuerto del dinero escondido, que es nada menos que la maldad intentando oscurecer por todos los medios la tenue pero resistente luz de la inocencia y el bien, y lo escupe en unas poderosas imágenes que, entre recursos expresionistas y otros más sencillos pero no por eso menos magistrales, nos ponen en mitad de los recovecos de una mente desquiciada a la vez que nos adentran en el cruel laberinto de dos cándidas almas que definitivamente no merecen nada de lo que están viviendo, y que están vagando perdidas en un mar de desesperanza. Es curioso que la secuencia en que los dos hermanos dan un paseo -por no decir otra cosa- en bote por el río sea tan bella pero desoladora a la vez, tan tranquilizante como aterradora. Es admirable que tan sólo con el brillante y magistral uso de las herramientas visuales el director dote a su relato de una maldad sobrecogedora, una locura penetrante y un desamparo demoledor, y sin embargo también logre que, a pesar de todo ello, la principal fuerza del todo radique en la bondad de estos hermanos, particularmente la del hermano que no quiere otra cosa sino proteger a su hermana menor de las garras del mal -¿el dinero?, ¿importa realmente el dinero?-, un Robert Mitchum sensacional, pero malditamente sensacional. A propósito, qué manera de crear un omnipresente aura en torno a un personaje y dos elementos aparentemente banales que, sin embargo, lo representan a la perfección, y que por extensión también representan la esencia del relato: la interminable historia del ODIO contra el AMOR, contada a través de unos nudillos tatuados; y, mejor -o peor- aún, esa canción religiosa que, más que generar el apoyo y buenaventura que su letra sugiere, anuncia atrocidades a través de una melodía que retuerce por completo el sentido original de ese "Leaning, leaning..." en nada alentador.
Pero, incluso más importante, "The night of the hunter" es una genialidad porque no deja títere con cabeza, porque su relato, simple y reacio a intrincarse vanamente, es un furioso golpe contra las bases morales de una sociedad ingenua e ilusa. ¿Qué es el mal, qué es el bien? ¿Quiénes son buenos, quiénes son malos? ¿Por qué una canción de amor y fe significa asesinatos a menores? ¿Cuál es el sentido y la razón de tanta violencia? Y así como hay secuencias espeluznantes que te dejan con los pelos de punta por constituir verdaderas e incansables pesadillas, a nivel general Charles Laughton le imprime a su relato, a sus hechos y a sus imágenes, un cruel sentido del humor mezclado con una mala leche punzante y cáustica que llega directamente al hueso, a la espina dorsal de los creyentes -religiosos, políticos, neutros, etc.: todos son culpables-, lo cual no hace sino aumentar el valor fílmico del conjunto, subversivo a tantos niveles.
En suma, no sólo tenemos una película brillantemente filmada y narrada, dueña de una atmósfera malsana y permanente producto de un magistral uso de las facultades expresivas del lenguaje. Entonces... ¿qué tenemos? Ay, a estas alturas de la noche me cuesta ponerlo en palabras precisas, pero lo intentaré: un discurso demoledor escondido y liberado bajo un cuento de, digamos, terror. El resultado, cine puro y duro en estado de excelencia, sin concesiones ni lamentaciones: a quien no le guste que se vaya al demonio.
Y, sí, puede que luego de un primer arco intenso y machacador a más no poder, lo que sigue, luego del paseo en bote, decrezca en los términos expuestos, pero ahí tienen el colchón de (bien) desvergonzada y despreocupada mordacidad que hace que el relato siga igual de intenso subyacentemente, aunque no se demore mucho en llegar al clímax, antecedido de una canción, esa canción, que no sólo anuncia la llegada del mal, sino que una ejecución brillante y sublime que pondrá fin a una película fantástica, memorable e inmortal.
¿Obra maestra? ¡Claro que sí, maldición!
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