jueves, 2 de junio de 2016

Boogie Nights - 1997


Director: Paul Thomas Anderson

Bueno, el elemento en común más lógico entre "Boogie Nights" y "Pain and Gain" sería Mark Wahlberg, pero: primero, no es que cada entrada deba estar relacionada con la anterior y la siguiente, y segundo, siempre he pensado que el gran trabajo de Michael Bay como director es sacarse la verga de los pantalones y comenzar a agitarla en todas direcciones porque sí, total, no se necesitan mayores motivos para desplegar la esencialista genialidad. Pero no... Siendo honesto, fue por Mark Wahlberg que se me vino a la mente ver "Boogie Nights" de nuevo, y acabé por convencerme porque soy un maldito talibán del gran Paul Thomas Anderson (no es que me lo haya pensado dos veces, por favor). ¡Un maldito talibán! Quedan advertidos...


Mark Wahlberg es un tranquilo y agradable chico que trabaja para conseguir su poco de dinero, sólo que no aprovecha todo su potencial, porque se dice que sus calzoncillos esconden un pene mastodóntico. No tardará en ser descubierto por un prominente director porno, y el chico, rebautizado como Dirk Diggler, conocerá la gloria y los sinsabores de la fama.



"Boogie Nights" comienza a lo grande: con todo el glamour, toda la onda, todo el estilo; con un impecable y deslumbrante plano secuencia en donde conocemos a un sinnúmero de personajes pasándolo fenomenal, chachi, como si la noche no fuera a terminar nunca, como si los sueños se fundieran con la vida real: el porno paga, hace milagros, se puede vivir de él. Luego, sin embargo, cuando las múltiples estrellas que revoloteaban en el club inicial se dejan caer en sus respectivos hogares, vemos el detrás de escena, el rostro "en bruto" del espectáculo, incluso el lado oscuro y sombrío de él: puede que el porno no sea tan grande, tan milagroso, tan feliz. Es una burbuja, pero puede reventar... Y la cotidianidad es muy distinta a lo que ofrece el set; nadie la está grabando, por lo demás. Así, a través de la historia de Dirk Diggler, la superdotada revelación del porno, Paul Thomas Anderson nos sumerge en y nos hace vivir el auge y caída no sólo de la industria del porno (setentero, supongo), sino que de un ideal, un estilo de vida y de arte que no volvió a ser el mismo otra vez, y de quienes tuvieron que soportar ese inclemente huracán.
Paul Thomas sabe de porno, ergo, quién mejor que él para retratar la escena de San Fernando Valley, que es donde se crió, por si fuera poco. El '98 Mike Figgis entrevistó a Paul Thomas, que durante unos cuantos minutos comienza a hablar del porno y cómo era en los setenta, no sólo en cuanto a escena y entorno sino que en tanto lenguaje audiovisual, marcando las diferencias del porno "actual" con el de aquel entonces. El reemplazo del celuloide por el video es decidor, cambia algo en la mística del porno, en su sensualidad y erotismo. (Toda la escena del año nuevo, del paso de los setenta a los ochenta, demuestra ser crucial en tantos sentidos. Y si comparamos las escenas de rodajes que se suceden antes y después del cambio de década, la cosa queda aún más clara). Pero la película es mucho más que eso; el director se enfoca, sobre todo, en el lado humano de la industria del porno, en sus conflictivos y a veces dolidos personajes, de carne y hueso, que después del embriagador brillo del éxito deben enfrentarse a los prejuicios del resto de gente "bien", por no mencionar las rencillas internas, si bien la relación con los otros es profundamente importante: hay una escena, que se eliminó del corte final, en la que la actriz (Becky, quien al inicio era novia -creo- de Don Cheadle) que se casó con un sujeto ajeno al mundo del porno llama a Dirk Diggler para pedirle ayuda, ya que el esposo la está golpeando, en un claro y patético ataque de celos motivado por el fantasma del antiguo empleo de la chica... Acá, como en tantas otras escenas que no quedaron fuera (la anterior, además, explica porqué el auto del protagonista estaba chocado), Paul Thomas explicita cruda y descarnadamente (como es usual en él, bendito sea) el lado sucio del negocio, el lado menos amable, y que no todos los de la industria son unos locos degenerados (esto no hace falta decirlo, en todo caso). Me ha gustado mucho, además, el retrato esencialmente familiar que se hace de los personajes, como si la crew liderada por Burt Reynolds fuera, en realidad, una verdadera familia, con sus altos y bajos, pero familia al fin y al cabo. Se logra crea esa atmósfera familiar, tanto en ejecución formal como interpretativa.
Todo lo anterior se condensa en un magnífico guión, un montaje espectacular y una dirección de Paul Thomas Anderson realmente magistral: es cine que se siente, que se palpa en la piel y en las malditas entrañas. Además uno no queda indiferente al conocimiento y, sobre todo, a la pasión que el hombre demuestra por sus personajes y la época que retrata con tanto amor. No es de extrañar que la película completa sea un contundente y poderoso frenesí de escenas memorables (el intercambio de droga al final es alucinante, sobre todo por la actuación de Thomas Jane) acompañadas de una gran banda sonora y actores en estado de gracia (incluso para los más discretos). Viendo "Boogie Nights" recordé porqué adoro el cine de este señor, y viendo cualquier película suya puedo recordar porqué adoro el cine en general. Paul Thomas Anderson hace cine de verdad, cine con alma y con personalidad y con intención, arriesgado y desenfadado, personal y universal, pero incontestablemente insobornable y auténtico. Una obra maestra.

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