Director: Miguel Littin
Si alguna vez tienen una idea mientras sueñan, es decir, si mientras están en una exagerada versión de su vecindario o se encuentran atrapados en las escenas de sus películas favoritas se les viene a la mente una buena idea de argumento o historia, tengan por seguro que se les va a olvidar: se los dice alguien que tuvo dos buenas ideas (buenas para mi "yo" dentro de aquel borroso sueño, y confío en él) que desaparecieron tan pronto como sonó el despertador. Una vez, incluso, soñé con una banda sonora completamente original. Lo bueno es que, según he leído por ahí, dichas ideas ahora están alojadas en mi mente y, con suerte, algún día podré recordarlas e inmediatamente decir "¡¿pero cómo demonios olvidé algo tan sencillo?!". Mientras no sea demasiado tarde... En fin, hablemos de "Allende en su laberinto", última película a la fecha de Miguel Littin.
Miguel Littin reconstruye las últimas horas de Salvador Allende aquel 11 de Septiembre de 1973, desde que lo despiertan en la mañana para avisarle del sublevamiento de una parte de las Fuerzas Armadas (sólo el inicio de aquella pesadilla) hasta que finalmente pierde la vida en medio del bombardeo a La Moneda. Dejando por un momento de lado el excelente pulso con que Miguel Littin maneja el tiempo y la tensión, constante e impredecible, claramente las intenciones del director van por explorar la mente, los principios, incluso el alma de Salvador Allende: examinar al hombre, en sus luces y sombras, en sus altos y bajos, todo lo cual siempre suele aumentar de manera inconmensurable ante una crisis de tamaña envergadura: más nostalgia, más melancolía, más idealismo. Así, mientras intenta comunicarse con militares, ministros y demás personas, trazando estrategias y planes, Allende aprovecha de sentarse a hablar con amigos cercanos, recordar buenos momentos de años pasados, en definitiva mostrarse como un ser humano, si bien Littin también escarba en el ser político, en su visión de la revolución pacífica (¿les parece coherente una revolución armada?, o mejor dicho, ¿les parece sensato luchar por la igualdad a tiros, derramando sangre propia y ajena?), en sus sueños de una sociedad justa, etc. En cualquier caso, no se puede decir que el retrato ofrecido es incompleto... Sin embargo, y aunque no digo que haya que esconder el punto de vista o disfrazarse de "objetivo" (después de todo, ¿qué es un film carente de intención y voz?), en numerosos pasajes el tono de la película adquiere un cariz notoria e incluso forzosamente solemne y complaciente, como si más que una película con un punzante y agudo tratamiento moral y político, Littin estuviese haciendo propaganda electoral: causa el mismo efecto que cuando un gringo de buena cepa, con una flameante bandera detrás, orgullosamente recita las razones de por qué Estados Unidos es el mejor país del mundo y la tierra en donde todo es mágica y cuasi paradisíacamente posible: paradójicamente, la película se sale de registro y contraviene su propia naturaleza y/o propuesta fílmica, que no es aleccionar sino que cuestionar y rasgar la superficie de las cosas, o por lo menos eso es lo que yo imaginé que Littin pretendía llevar a cabo. Pero es que Littin también quiere narrar la derrota de la gente, el derrumbe de un sueño y el despojo de un futuro esplendor, probablemente representados en la figura de Allende. Sí señor, "Allende en su laberinto" narra mucho más que la muerte de un hombre, pero así como por momentos alcanza grandes cotas de reflexión, también hay otros bastante llenos de contraproducente complacencia, y vuelvo a lo mismo: por momentos más parece un terco homenaje a Allende que el triste retrato de la caída de la democracia. Y bueno, más allá del discurso y las intenciones conceptuales, "Allende en su laberinto" es, por decirlo así de manera fácil y frívola, una notable película de acción (o de crisis, catástrofes) muy bien sostenida y filmada amén de la experimentada y segura mano de Littin, que logra alternar su relato entre las escenas reflexivas y aquellas en donde predomina la acción, si bien la acción dura de inicio a fin, se encuentre en primer plano o en amenazante fuera de campo, digo, ¡es un golpe de Estado, por dios!
Como película, "Allende en su laberinto" es buena, está bien hecha y cumple su propósito de reflexionar en torno a las horas finales de tan decisivo e importante personaje para el país, pero como documento histórico sería mejor escuchar los testimonios que Littin reunió de quienes estuvieron ese día en el entorno de Allende, que vieron su caída en primera persona. Y, oigan, muy buena actuación de Daniel Muñoz.
Miguel Littin reconstruye las últimas horas de Salvador Allende aquel 11 de Septiembre de 1973, desde que lo despiertan en la mañana para avisarle del sublevamiento de una parte de las Fuerzas Armadas (sólo el inicio de aquella pesadilla) hasta que finalmente pierde la vida en medio del bombardeo a La Moneda. Dejando por un momento de lado el excelente pulso con que Miguel Littin maneja el tiempo y la tensión, constante e impredecible, claramente las intenciones del director van por explorar la mente, los principios, incluso el alma de Salvador Allende: examinar al hombre, en sus luces y sombras, en sus altos y bajos, todo lo cual siempre suele aumentar de manera inconmensurable ante una crisis de tamaña envergadura: más nostalgia, más melancolía, más idealismo. Así, mientras intenta comunicarse con militares, ministros y demás personas, trazando estrategias y planes, Allende aprovecha de sentarse a hablar con amigos cercanos, recordar buenos momentos de años pasados, en definitiva mostrarse como un ser humano, si bien Littin también escarba en el ser político, en su visión de la revolución pacífica (¿les parece coherente una revolución armada?, o mejor dicho, ¿les parece sensato luchar por la igualdad a tiros, derramando sangre propia y ajena?), en sus sueños de una sociedad justa, etc. En cualquier caso, no se puede decir que el retrato ofrecido es incompleto... Sin embargo, y aunque no digo que haya que esconder el punto de vista o disfrazarse de "objetivo" (después de todo, ¿qué es un film carente de intención y voz?), en numerosos pasajes el tono de la película adquiere un cariz notoria e incluso forzosamente solemne y complaciente, como si más que una película con un punzante y agudo tratamiento moral y político, Littin estuviese haciendo propaganda electoral: causa el mismo efecto que cuando un gringo de buena cepa, con una flameante bandera detrás, orgullosamente recita las razones de por qué Estados Unidos es el mejor país del mundo y la tierra en donde todo es mágica y cuasi paradisíacamente posible: paradójicamente, la película se sale de registro y contraviene su propia naturaleza y/o propuesta fílmica, que no es aleccionar sino que cuestionar y rasgar la superficie de las cosas, o por lo menos eso es lo que yo imaginé que Littin pretendía llevar a cabo. Pero es que Littin también quiere narrar la derrota de la gente, el derrumbe de un sueño y el despojo de un futuro esplendor, probablemente representados en la figura de Allende. Sí señor, "Allende en su laberinto" narra mucho más que la muerte de un hombre, pero así como por momentos alcanza grandes cotas de reflexión, también hay otros bastante llenos de contraproducente complacencia, y vuelvo a lo mismo: por momentos más parece un terco homenaje a Allende que el triste retrato de la caída de la democracia. Y bueno, más allá del discurso y las intenciones conceptuales, "Allende en su laberinto" es, por decirlo así de manera fácil y frívola, una notable película de acción (o de crisis, catástrofes) muy bien sostenida y filmada amén de la experimentada y segura mano de Littin, que logra alternar su relato entre las escenas reflexivas y aquellas en donde predomina la acción, si bien la acción dura de inicio a fin, se encuentre en primer plano o en amenazante fuera de campo, digo, ¡es un golpe de Estado, por dios!
Como película, "Allende en su laberinto" es buena, está bien hecha y cumple su propósito de reflexionar en torno a las horas finales de tan decisivo e importante personaje para el país, pero como documento histórico sería mejor escuchar los testimonios que Littin reunió de quienes estuvieron ese día en el entorno de Allende, que vieron su caída en primera persona. Y, oigan, muy buena actuación de Daniel Muñoz.
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