sábado, 6 de enero de 2018

Detroit - 2017


Directora: Kathryn Bigelow

¿Habrá que esperar cinco años para lo próximo de Kathryn Bigelow? A "Detroit" le fue muy bien en cuanto a crítica, pero el público no respondió tan bien. Siempre ha sido así para esta directora. Con respecto a su filmografía, sólo me falta por ver "The Weight of Water" y "K-19: The Widowmaker", películas que, a menos que alguien me indique lo contrario, no estoy realmente entusiasmado por ver.


Se dice que "Detroit" es una película sobre conflictos raciales en Estados Unidos, pero, aunque no voy a llevar la contraria al respecto, me permito matizar el asunto apuntando que la tensión racial es más bien un telón de fondo, un contexto, algún tipo de explicación para lo que sucedió esa fatídica noche en un motel y las consecuencias suscitadas del hecho (enmarcado, por supuesto, en una crisis mayor: los disturbios, las protestas). El guión de Mark Boal no ofrece un tratamiento moral del racismo, una exploración a lo que hay detrás del odio que una persona profesa a otra por su color de piel o por su etnia o lo que sea, o al odio que responde a ese otro odio irracional y estúpido: no se adentra en ese oscuro y profundo abismo entre unos y otros. Sí, hay negros destruyendo y saqueando su propio barrio porque interpretaron la redada a un bar sin patente de alcoholes y abierto en horas que no corresponden, junto al arresto de sus dependientes, todos negros, como un ataque racista de parte de la autoridad, en su gran mayoría personas blancas, y también hay un montón de policías blancos, entre otras fuerzas del orden, golpeando, apaleando y asesinando negros solamente porque son negros (que estén saqueando, o no, es una mera excusa), pero eso ya es harina de otro costal. Lo que Boal sí hace, a partir de los acontecimientos del motel (y de la redada), es apuntar a la desigualdad social propiciada por el sistema, a la discriminación institucional, al clasismo, a la brutalidad policial, a la ceguera (y la hipocresía) de la Justicia y a la corrupción, parcial o total, de unas autoridades en las que no se puede confiar porque no sirven al bien común sino que a los amigos, a los que ponen los billetes, a los que se ven como ellos. No es nada que no sepamos, poco se mete el dedo en la llaga y tampoco se ofrece una mirada novedosa del tema, pero sí pone los puntos sobre las íes, además de sacarle provecho a un episodio histórico que no muchos conocían (yo, por ejemplo) y que parece, en sí mismo, contener una interesante propuesta cinematográfica: el espacio único, el tiempo real, el fuera de campo, el tour de force dramático.
Quizás lo de la tensión racial sea el combustible, pero la mecánica del poder que acabo de mencionar es el verdadero motor narrativo, el vehículo del relato, el que pone todo en marcha. Sólo así los tres policías malos (liderados por un Will Poulter, de 1.89 mts, cuyo rostro causa bastante inquietud) quedan mejor dibujados y desarrollados, pues sí, son racistas, por ejemplo les hierve la sangre que unas chicas blancas tiren con negros, y es dicho racismo el que acrecienta la violencia de sus actos (el que transforma una bofetada en cinco viles puñetazos, incluso culatazos), pero el origen de sus acciones, sus terribles acciones, sus métodos y sus tácticas, responden a la necesidad de salvarse el trasero. ¿De qué? Pues bien... Resulta que, ya con varios días de disturbios en la espalda, una buena noche se escucharon disparos desde un motel ubicado en la zona de conflicto, y todos, tanto la policía estatal como la de Detroit y los militares que fueron enviados a la calle (además de John Boyega, guardia de seguridad que se ve arrastrado por la noche -el actor tiene un año más que yo, maldita sea-), concurren al lugar para aplacar la amenaza y encontrar al supuesto francotirador que hacía los disparos. Los espectadores sabemos, porque lo vimos, que los disparos los hizo una pistola de juguete en manos de un negro que quería burlarse un rato de la pasma, pero los policías no lo saben, y cuando no encuentran el rifle se enojan, y peor, entran en pánico: "no hay rifle, los jefes nos van a colgar de las bolas". "A la mierda estos negros, ese rifle aparecerá por las buenas o por las malas". "Y si no hay rifle, inventamos cualquier cosa, ¿quién le va a creer a estos negros?". Y así también adquiere mayor poder dramático el tercio final, en donde vemos cómo los personaje que sobrevivieron a aquella noche ajustan su vida a una mirada manchada con sangre y temor, en una ciudad que sigue escupiéndoles en el rostro. Quizás todo lo que digo sea la misma cosa, quién sabe, pero quería entrar a matizar la cuestión.
Sobre la película en sí, "Detroit" se divide en tres tramos casi de idéntica duración: primero, el contexto, el breve inicio de los disturbios, la presentación de personajes, actitudes, relaciones; segundo, la noche en el motel, larga, tensa, constante, brutal, por momentos irrespirable; tercero, las consecuencias, el juicio, las victorias y derrotas, injusticias, lágrimas, la normalidad de vuelta, la normalidad disfrazando heridas. Como buena película de Bigelow, "Detroit" es un visionado potente, crudo y por momentos demoledor, con retazos de aquella áspera sensibilidad, cuya puesta en escena logra sostenerse gracias al solvente pero quietecito (o quietito) guión de Boal. Que luego, tras el visionado, uno vaya cuestionando esto y aquello, es una historia diferente. Lo importante es que Bigelow, como buena directora de vocación comercial y visión cinematográfica personal (incluso autoral, por qué no), nos mete de lleno en la historia y nos remueve y zamarrea durante más de dos horas que se pasan volando y que golpean como un mazazo.
¿Se imaginan si al redactar estas entradas fuera tan efusivo como lo soy durante los visionados?
Como sea... De precisa y fuerte puesta en escena pero de discurso blando y convencional, "Detroit" no deja de ser un imperdible, y Bigelow, a pesar de todo, una directora de la que se pueden aprender gran cantidad de lecciones, y que aún puede volver a ese salvajismo y nihilismo de sus inicios, rasgos que junto a su depurada e intensa ejecución formal, y hasta junto a su patente interés por lo social y lo político, podría entregarnos una obra maestra. Sería genial, ¿no?

...yo también tengo amigos negros...

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