Director: Anthony Mann
"The Shape of Water". ¿Se veía venir? Curiosa la cantidad de apasionadas y desmesuradas opiniones contrapuestas. Aunque no me haya encantando ni particularmente gustado, debo decir, en su defensa, que su simplón entramado argumental no se puede reducir únicamente al "mujer que tiene sexo con una criatura anfibia-humanoide", pues hay una variedad de diversos personajes que deben enfrentarse, básicamente, a un villano que representa lo nefasto de la sociedad o del hombre estadounidense, así que tan tan hueca no me parece, como dicen los histéricos fanáticos fundamentalistas de "Lady Bird" o "Call Me By Your Name". En todo caso la película de del Toro también tiene su buena cuota de fanáticos fundamentalistas, que parecen defender a muerte dicha cinta no por su calidad intrínseca sino que por adscribirse, según ellos, al género fantástico, "largamente denostado". En otras palabras, más que del Toro, esta gente se alegra de que quienes salieron ganando son los fanáticos del cine fantástico. Lo que es yo, debo decir que me alegra inmensamente la victoria de "Una mujer fantástica". Y, habiendo dicho esto, sigamos con este pequeño ciclo de westerns, que por problemas técnico-mentales, queda en pausa hoy. Nos queda pendiente "The Man from Laramie", último western en el que juntos colaboraron James Stewart y Anthony Mann. Éste es el cuarto. Fue una buena racha.
"The Far Country" comparte varios rasgos en común con "Bend of the River", partiendo por el hecho de que James Stewart interpreta, nuevamente, a ese hombre inclasificable e indescifrable, que no parece encajar ni como héroe ni como villano, pero que aún así, por quién sabe qué convulso pasado, posee un amplio abanico de habilidades que le permiten defenderse de los déspotas y los bandidos, en aquellas tierras sin Dios ni Ley, tan duras para la aventura de asegurarse el porvenir y el pan del mañana. En este caso lo vemos transportando un montón de ganado que, junto a su viejo amigo, planea vender en algún pueblito de Canadá, no muy lejos de la frontera con Estados Unidos, para así juntar la cantidad de dinero necesaria que les permita comprar un rancho en Utah y vivir tranquilos el resto de sus vidas. Sin embargo, en el camino se encontrarán con un juez corrupto que abusa de su cargo en pos de enriquecer su propio bolsillo, sin importarle si para ello deba arruinar a un montón de personas honradas que no pueden defenderse. Y, desde luego, el juez abusará de su cargo para pasar a llevar a James Stewart, quien no olvidará semejante agravio tan fácilmente, oh no.
A pesar de contar con un cuidado entramado de personajes, conflictos y tramas, conformando un relato de arco dramático definido y coherente, pienso que, al igual que "Bend of the River", "The Far Country" se vale de sus elementos narratológicos para erigirse como una obra más de contexto y de lecturas históricas, pues nuevamente la acción nos sitúa en pueblos dominados por la fiebre del oro, la cual atrae a multitud de personas de dudosa moral y aún peor condición humana, y el conflicto que tempranamente se instala entre Stewart y el juez corrupto (entre medio, por supuesto, un buen número de personajes moralmente ambiguos e inciertos) funciona como estudio moral y ético de una época, una era, que tiene tanto de ensoñación como de pesadilla: el monstruo de la ambición, de la codicia, del extremo individualismo (sólo uno puede triunfar, es normal que entre medio hayan personas que deban morir: sobrevivir es una competencia), que siembra de nubes negras un cielo inicialmente iluminado con la sonrisa del buen sol (en los tiempos en que, imagino, no causaba cáncer). Así, sin ser especialmente compleja o profunda, sí puedo sostener que la presente película es un elocuente tratado sobre la corrupción y la podredumbre humana, y la siempre difícil batalla de quienes no ponen precio a sus principios o dan demasiado valor a la gula material. Escenas como la del bar, en donde un bandolero asesina fríamente a un minero a vista y paciencia de casi todo el pueblo, además de ponernos frente a frente con el rudo rostro de la impunidad y el despotismo, es un ejemplo de puesta en escena, con un director que de un momento a otro acrecienta la tensión de manera casi asfixiante, deteniendo el tiempo, y que en cierta forma acaba humillando a un espectador que esperaba algún acto heroico, pero que debe quedarse masticando la rabia y la amargura. La resignación. Y el egoísmo o pragmatismo de un James Stewart que aún no halla la razón de interceder en favor de los abusados, a pesar de que todo parece clamar a gritos su directa y definitiva intervención.
Acaso lo único que puedo reprochar es el desenlace, demasiado precipitado, en tanto escritura, en comparación al cuidado tempo o ritmo con que se desarrollaban personajes, conflictos y atmósferas o climas de tensión, de nervios atenazados, y también demasiado precipitado en la realización misma de la secuencia, tiroteo que me dejó con sabor a poco, cuyo único punto destacable podría ser la forma en que Stewart se anuncia a los antagonistas, con esa campanilla vibrando en la oscuridad y el silencio que ahoga la fanfarria de los malos, pero que rápidamente se convierte en un intercambio de balas poco inspirado, con una muerte francamente innecesaria y un enfrentamiento torpe, aunque, sobre esto último, quizás esa fuera la intención: quitarle la gloria y la mística a estos duelos... pero tampoco es la gracia quitarle la tensión. En cualquier caso, "The Far Country" es un western más que recomendable que, no obstante su pobre desenlace, está muy bien narrado, dirigido y actuado, que ofrece mucho más que una buena trama: no necesariamente una revisión del género, pero sí una revisión o interpretación del contexto y de la época en que se desarrolla (además de la siempre intemporal reflexión sobre la condición humana). Y en el reparto, aparte de James Stewart, encontramos caras conocidas como las de Walter Brennan, John McIntire, Jack Elam y Ruth Roman, lo cual es vital: los secundarios valen oro.
Trataré de no tener abandonados los westerns durante tanto tiempo (¿cuándo comenté los últimos que había visto?, los de John Sturges).
"The Far Country" comparte varios rasgos en común con "Bend of the River", partiendo por el hecho de que James Stewart interpreta, nuevamente, a ese hombre inclasificable e indescifrable, que no parece encajar ni como héroe ni como villano, pero que aún así, por quién sabe qué convulso pasado, posee un amplio abanico de habilidades que le permiten defenderse de los déspotas y los bandidos, en aquellas tierras sin Dios ni Ley, tan duras para la aventura de asegurarse el porvenir y el pan del mañana. En este caso lo vemos transportando un montón de ganado que, junto a su viejo amigo, planea vender en algún pueblito de Canadá, no muy lejos de la frontera con Estados Unidos, para así juntar la cantidad de dinero necesaria que les permita comprar un rancho en Utah y vivir tranquilos el resto de sus vidas. Sin embargo, en el camino se encontrarán con un juez corrupto que abusa de su cargo en pos de enriquecer su propio bolsillo, sin importarle si para ello deba arruinar a un montón de personas honradas que no pueden defenderse. Y, desde luego, el juez abusará de su cargo para pasar a llevar a James Stewart, quien no olvidará semejante agravio tan fácilmente, oh no.
A pesar de contar con un cuidado entramado de personajes, conflictos y tramas, conformando un relato de arco dramático definido y coherente, pienso que, al igual que "Bend of the River", "The Far Country" se vale de sus elementos narratológicos para erigirse como una obra más de contexto y de lecturas históricas, pues nuevamente la acción nos sitúa en pueblos dominados por la fiebre del oro, la cual atrae a multitud de personas de dudosa moral y aún peor condición humana, y el conflicto que tempranamente se instala entre Stewart y el juez corrupto (entre medio, por supuesto, un buen número de personajes moralmente ambiguos e inciertos) funciona como estudio moral y ético de una época, una era, que tiene tanto de ensoñación como de pesadilla: el monstruo de la ambición, de la codicia, del extremo individualismo (sólo uno puede triunfar, es normal que entre medio hayan personas que deban morir: sobrevivir es una competencia), que siembra de nubes negras un cielo inicialmente iluminado con la sonrisa del buen sol (en los tiempos en que, imagino, no causaba cáncer). Así, sin ser especialmente compleja o profunda, sí puedo sostener que la presente película es un elocuente tratado sobre la corrupción y la podredumbre humana, y la siempre difícil batalla de quienes no ponen precio a sus principios o dan demasiado valor a la gula material. Escenas como la del bar, en donde un bandolero asesina fríamente a un minero a vista y paciencia de casi todo el pueblo, además de ponernos frente a frente con el rudo rostro de la impunidad y el despotismo, es un ejemplo de puesta en escena, con un director que de un momento a otro acrecienta la tensión de manera casi asfixiante, deteniendo el tiempo, y que en cierta forma acaba humillando a un espectador que esperaba algún acto heroico, pero que debe quedarse masticando la rabia y la amargura. La resignación. Y el egoísmo o pragmatismo de un James Stewart que aún no halla la razón de interceder en favor de los abusados, a pesar de que todo parece clamar a gritos su directa y definitiva intervención.
Acaso lo único que puedo reprochar es el desenlace, demasiado precipitado, en tanto escritura, en comparación al cuidado tempo o ritmo con que se desarrollaban personajes, conflictos y atmósferas o climas de tensión, de nervios atenazados, y también demasiado precipitado en la realización misma de la secuencia, tiroteo que me dejó con sabor a poco, cuyo único punto destacable podría ser la forma en que Stewart se anuncia a los antagonistas, con esa campanilla vibrando en la oscuridad y el silencio que ahoga la fanfarria de los malos, pero que rápidamente se convierte en un intercambio de balas poco inspirado, con una muerte francamente innecesaria y un enfrentamiento torpe, aunque, sobre esto último, quizás esa fuera la intención: quitarle la gloria y la mística a estos duelos... pero tampoco es la gracia quitarle la tensión. En cualquier caso, "The Far Country" es un western más que recomendable que, no obstante su pobre desenlace, está muy bien narrado, dirigido y actuado, que ofrece mucho más que una buena trama: no necesariamente una revisión del género, pero sí una revisión o interpretación del contexto y de la época en que se desarrolla (además de la siempre intemporal reflexión sobre la condición humana). Y en el reparto, aparte de James Stewart, encontramos caras conocidas como las de Walter Brennan, John McIntire, Jack Elam y Ruth Roman, lo cual es vital: los secundarios valen oro.
Trataré de no tener abandonados los westerns durante tanto tiempo (¿cuándo comenté los últimos que había visto?, los de John Sturges).
...no es fácil trabajar la tierra...
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