Director: Michael Curtiz
(Y bueno, hay que retomar la vida...)
A Casablanca arriban, y a lo mejor se pierden y a lo mejor se encuentran, aquellas vidas truncadas por la guerra. Si fuera por las apariencias Casablanca sería otra acogedora y hermosa ciudad, de cielos claros y un sol amigable, que bulle gracias a los beneficios de algún comercio en particular, como la fiebre del oro en el oeste americano hace casi un siglo en la sempiterna y dorada California, que entre ofertas y demandas eleva la calidad de vida de aquellos hombres simples y felices que triunfan gracias a la generosidad del suelo estadounidense. Mas no todo lo que brilla es oro y todos saben que a Casablanca nadie llega a cumplir sus sueños de gloria y que bajo ese opaco esplendor el comercio estrella es el mercado negro de visados; que la materia prima más lucrativa son los refugiados que huyen de sus tierras fracturadas, de sus hogares destruidos, de la humanidad desgarrada por la maldad de sus semejantes, apretados, asfixiados, agotados, desesperados como animales y dispuestos a todo, a cualquier cosa, con tal de no ser alcanzados por esa máquina del horror, por aquellos uniformes grises que cruelmente anuncian la llegada de la oscuridad total. No hay secretos en Casablanca y sin embargo nadie parece saber nada, las miradas rehuyen otras miradas y las palabras se agazapan tras labios tensos, desconfiados. De entre todas las historias que suceden en esta ciudad, de las cuales alcanzamos a vislumbrar una que otra pieza, una es la que nos convoca, y para el resto de ellas sigue habiendo mucho cine por descubrir.
No se puede ser cínico y desencantado sin que la putrefacción y la podredumbre de estos tiempos tan extraños no duelan. Ese es Rick, nuestro buen amigo Humphrey Bogart, el estadounidense que regenta un café que por esas casualidades de la vida es también un casino clandestino, pero eso de clandestino es una pura formalidad, en la práctica (casi) todos son bienvenidos e incluso pueden nacer hermosas amistades entre estas paredes que no dejan escapar los efluvios de la música ni mucho menos disipar las curvas del humo de los cigarros, aunque el clima invite, en todo caso, a la cautela: todo es susceptible de venderse: es caro el estilo pero barata la vida. El caso es que a Casablanca, al café de Rick, llega un checoslovaco que huye de los nazis, también llegan los nazis que persiguen al checoslovaco, y con el checoslovaco llega una mujer que paraliza miradas y enmudece melodías, Ingrid Bergman. La de Bogart y Bergman es una de esas historias que truncó la guerra, para siempre pensaron; la guerra los vuelve a cruzar, acaso tengan la oportunidad para reescribir lo que en su momento creyeron como el cierre definitivo, a veces es tan lindo escribir...
Admito que estoy un poco cansado, es decir resumiré: "Casablanca" es una película magnífica, dirigida por el maestro Michael Curtiz, con un guión memorable entre sus diálogos, sus personajes y su atmósfera amarga y romántica (y qué cinematografía), y un reparto de lujo, encabezado, ya se dijo, por Bogart y Bergman, quienes no necesitan presentación. Una película que aún así me sorprendió, que fue muy distinta a lo que vagamente esperaba, mejor ciertamente, y que bien tiene merecida su condición de clásico.
Imperdible joya. Imprescindible delicia.
A Casablanca arriban, y a lo mejor se pierden y a lo mejor se encuentran, aquellas vidas truncadas por la guerra. Si fuera por las apariencias Casablanca sería otra acogedora y hermosa ciudad, de cielos claros y un sol amigable, que bulle gracias a los beneficios de algún comercio en particular, como la fiebre del oro en el oeste americano hace casi un siglo en la sempiterna y dorada California, que entre ofertas y demandas eleva la calidad de vida de aquellos hombres simples y felices que triunfan gracias a la generosidad del suelo estadounidense. Mas no todo lo que brilla es oro y todos saben que a Casablanca nadie llega a cumplir sus sueños de gloria y que bajo ese opaco esplendor el comercio estrella es el mercado negro de visados; que la materia prima más lucrativa son los refugiados que huyen de sus tierras fracturadas, de sus hogares destruidos, de la humanidad desgarrada por la maldad de sus semejantes, apretados, asfixiados, agotados, desesperados como animales y dispuestos a todo, a cualquier cosa, con tal de no ser alcanzados por esa máquina del horror, por aquellos uniformes grises que cruelmente anuncian la llegada de la oscuridad total. No hay secretos en Casablanca y sin embargo nadie parece saber nada, las miradas rehuyen otras miradas y las palabras se agazapan tras labios tensos, desconfiados. De entre todas las historias que suceden en esta ciudad, de las cuales alcanzamos a vislumbrar una que otra pieza, una es la que nos convoca, y para el resto de ellas sigue habiendo mucho cine por descubrir.
No se puede ser cínico y desencantado sin que la putrefacción y la podredumbre de estos tiempos tan extraños no duelan. Ese es Rick, nuestro buen amigo Humphrey Bogart, el estadounidense que regenta un café que por esas casualidades de la vida es también un casino clandestino, pero eso de clandestino es una pura formalidad, en la práctica (casi) todos son bienvenidos e incluso pueden nacer hermosas amistades entre estas paredes que no dejan escapar los efluvios de la música ni mucho menos disipar las curvas del humo de los cigarros, aunque el clima invite, en todo caso, a la cautela: todo es susceptible de venderse: es caro el estilo pero barata la vida. El caso es que a Casablanca, al café de Rick, llega un checoslovaco que huye de los nazis, también llegan los nazis que persiguen al checoslovaco, y con el checoslovaco llega una mujer que paraliza miradas y enmudece melodías, Ingrid Bergman. La de Bogart y Bergman es una de esas historias que truncó la guerra, para siempre pensaron; la guerra los vuelve a cruzar, acaso tengan la oportunidad para reescribir lo que en su momento creyeron como el cierre definitivo, a veces es tan lindo escribir...
Admito que estoy un poco cansado, es decir resumiré: "Casablanca" es una película magnífica, dirigida por el maestro Michael Curtiz, con un guión memorable entre sus diálogos, sus personajes y su atmósfera amarga y romántica (y qué cinematografía), y un reparto de lujo, encabezado, ya se dijo, por Bogart y Bergman, quienes no necesitan presentación. Una película que aún así me sorprendió, que fue muy distinta a lo que vagamente esperaba, mejor ciertamente, y que bien tiene merecida su condición de clásico.
Imperdible joya. Imprescindible delicia.
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