Director: Rémy Belvaux
"Man Bites Dog", que es el título en inglés (y el más conocido) de esta película belga, es el primer y último largometraje de Rémy Belvaux, su director (también se incluye en este cargo a André Bonzel y Benoit Poelvoorde, pero en los créditos finales, si bien se dice que éste es un film de los tres citados, es Belvaux quien se acredita como el encargado de la mise-en-scène, o sea, la puesta en escena, es decir: la dirección, o al menos así lo entendí yo), quien desde entonces hasta su muerte por suicidio el 2006, no volvió a dirigir nada más.
"Man Bites Dog" es un falso documental que cuenta las peripecias de un equipo de cineastas, un trío conformado por el director, el camarógrafo/director de fotografía y el sonidista (cargo ocupado por tres personas dada la repentina muerte de los dos primeros durante el accidentado rodaje, en un jocoso guiño a cierta displicencia con que se trata la importancia del sonido en las películas), todos interpretados por los mismos realizadores, jugando así con los límites de la ficción y la realidad, pretendiendo difuminarlos, quienes siguen el día a día de un carismático y peculiar asesino en serie, interpretado por Poelvoorde, a quien hemos visto recientemente como el detective principal en "Au poste!" de Quentin Dupieux, y que acá interpreta su primer rol cinematográfico: un sujeto cínico y nihilista, deshumanizado y carente de toda empatía, pero también afectuoso hijo, leal compañero y dueño de una más bien desconcertante moral (menos humanista que meramente práctica, pues robar y matar a indigentes, por ejemplo, no es rentable y en su decisión de no matarlos no entra en juego, por cierto, la compasión, misma situación que los niños, cuyos únicos bienes son juguetes y qué puede hacer un adulto con un maldito juguete), a todas luces un sujeto contradictorio, como todo mundo. Es de conocimiento público que el asesinato tiene su arte y que el crimen perfecto no existe porque, si en los archivos existieran casos rotulados bajo dicha clasificación y estos fueran publicados sin ton ni son, difícilmente podrían considerarse crímenes perfectos porque si así lo fueran ningún ser humano se enteraría de ellos (en suma, el crimen perfecto, como tantas otras falacias, es un invento de los tabloides y de la prensa sensacionalista), sin embargo todo delincuente y/o asesino opera en el supuesto que no debe ser aprehendido jamás, configurando de esta forma diversos métodos que irán perfeccionándose con la experiencia y el oficio. El protagonista de este falso documental, pues, nos muestra in situ su vida, alternada entre sus interacciones sociales y familiares (ir al bar, ir al negocio materno, entrenar boxeo...) y los famosos asesinatos, todo muy tranquilo y sin tropiezos al inicio, dando consejos útiles y hablando sobre políticas inmobiliarias entre otros temas de interés sociopolítico (marcadas por su saludable incorrección), retratando casi sin querer el narcisismo y la psicopatía de este personaje, pero que progresivamente y casi sin darnos cuenta (he ahí su acierto: la falta de truculencia y de efectismos; su crudo y sucio realismo, al modo de ciertos conocidos documentales estadounidenses de los sesenta cuyo retrato de la realidad se sostiene sobre la observación de un medio vivo y dinámico), se transforma en una oscura espiral de deshumanización que también atrapa a los realizadores, que forman parte directa de los actos del asesino, siendo cómplices de brutales violaciones en noches de intoxicación etílica, ejecuciones a inocentes y líos con otros notables asesinos, acostumbrándose de tal forma a la violencia y la muerte que esa es, precisamente, su perdición. La interpelación directa al espectador que permite el ejercicio de este falso documental se relaciona un poco con el Haneke de "Funny Games", por ejemplo, y, aunque formal y estéticamente tengan sus legítimas diferencias (como diría el actual presidente de la república), se me hace la idea que "Man Bites Dog" se acerca a como sería ver a Frederick Wiseman filmando la vida de un asesino en serie, es decir, filmar y filmar, capturando una realidad (acá falsa, como ya se dijo), sin juzgar moral ni narrativa o dramáticamente, conformando un relato de observación y no de argumento propiamente tal (aunque la realidad es maestra para tejer sus historias y un buen documentalista, aunque sea uno falso, sabe que no puede pretender crear lo que ya existe como identificar la historia que de forma caótica y anárquica se desarrolla frente a la cámara), y dejar que el espectador se relacione con ese cuadro de desvergonzada naturalidad.
Sin más vueltas ni palabras de sobra, no queda más que recomendar esta negrísima joya, y que sean ustedes quienes disfruten de ella.
Sin más vueltas ni palabras de sobra, no queda más que recomendar esta negrísima joya, y que sean ustedes quienes disfruten de ella.
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