jueves, 24 de abril de 2014

La Ciénaga - 2001


Directora: Lucrecia Martel

  Muy a mi pesar, dudo que termine mi retrospectiva de Hal Hartley por lo pronto, ya que Fay Grim parece ser de esas que no se encuentran fácilmente -está en el catálogo de Netflix, pero en el de USA, no latinoamérica :(-. Ya resignado, me puse a ver las tres únicas películas que ha hecho esta directora argentina, y comentarles qué tal. Esta, que es su opera prima, es la única que me gustó; las otras dos no me convencieron para nada. Pero por mientras me concentro en esta.


  En La Ciénaga veremos las buenas y las malas de dos familias, relacionadas por las madres de cada clan, que son primas entre sí. Una familia es la de Mecha, de clase alta pero en clara decadencia moral y afectiva; y la otra es la de Tali, que aunque económicamente no es tan holgada como la de Mecha, sí es mucho más unida y afectiva. A lo largo del metraje, veremos como ambas familias se relacionan, estableciendo comparaciones y similitudes. Además, cada miembro tendrá sus propios asuntos que tratar, todo en un marco de crecimiento, envejecimiento, despertares sexuales, paso por la adolescencia...


  Es gracioso. Audiovisualmente, el cine de Lucrecia Martel es -aunque notoriamente cuidado y planificado- sorprendentemente "desordenado", lleno de elementos sonoros como físicos dentro del plano -y fuera, con respecto al sonido, que de todas formas no se ve-. Junto con ello, la historia -o historias- de esta película también son desordenadas, sin seguir un orden progresivo en los acontecimientos. Lo que vemos es más bien una sucesión de discusiones, susurros, peleas, mentiras, deseos, atracciones, lo que se les venga en mente, pero dentro de dos familias completamente disfuncionales. Todo lo anteriormente expuesto no es, sin embargo, una crítica negativa de mi parte, ya que a mí me convence todas las cosas con las que la película se abarrota. La gran gracia de esta película es que muchas cosas suceden, aunque parezca que nada en concreto se cuece. Como mencioné un poquito antes en estas líneas, la "historia" que vemos es más bien un "a grandes rasgos"; a grandes rasgos vemos la dinámica familiar, con sus mentiras y afectos y rencores. Esto es, claramente, un estilo a la hora de hacer cine por parte de Lucrecia Martel. Y al principio de este párrafo dije que era gracioso porque me siento bajo ese mismo desorden de no saber por dónde realmente comenzar. Supongo que ya llevo un poco sobre la manera en que Martel desarrolla -es un decir- sus historias, pero me parece que por ahora debo seguir con qué cosa hay más o menos de fondo en esta entretenida cinta. Vale la pena decir, antes de seguir, que la única trama que se desarrolla con cierto progreso narrativo es la de Momi y su atracción por Isa; todo lo demás sucede sin esas consideraciones estructurales -no esperen ver un clímax como tal-.


  En esta película, digamos, sin narrativa, subyacentemente a toda esta dinámica familiar, está también la dinámica social. No es casual que Martel decida que sus tres largos transcurran en Salta, en la frontera con Bolivia. Por ejemplo, dentro de la familia de Mecha, una de las nanas es una chica boliviana -o argentina de raíces bolivianas- llamada Isa, acusada de robar toallas y otras cosas de la casa; además, muchos miembros la tratan con mayor o menor desdén -menos Momi, una de las hijas de Mecha que está enamorada de ella-. Además de Isa -que, a decir verdad, es una inútil-, dentro de Salta veremos a varios otros bolivianos, a los que algunos integrantes de la familia se refieren con una palabra peyorativa que nunca entendí muy bien, pero que demuestra esa tensión que existe entre ambas etnias -a falta de otra palabra que quizás sea más exacta-. Y es curioso, porque interactúan bastante los argentinos con los bolivianos, muchas veces en armonía, aunque hay episodios que explicitan dichas tensiones que, de todas formas, nunca se esfuman. Para Martel las tensiones nunca se van. La calma no se puede disfrutar, porque esa calma esconde una tormenta que revuelve todo todavía más. Además, hay una mirada a la hora de describir a ambas familias, especialmente cuando se refiere a los padres, que es desoladora: en la de Mecha, tanto ella como Gregorio -el padre-, son unos despreocupados de sus hijos -lo que no quita que los quieran, más o menos, supongo-, pensando más en ellos mismos; Tali y su esposo Rafael -si mal no recuerdo-, por el contrario, se preocupan harto de sus hijos, siendo, con propiedad, buenos padres. Los hijos de cada familia están más o menos ajenos a estas pugnas y rencores, pero igualmente tiene sus propios problemas relacionados con la edad y familia que tienen. Ya que estoy en ello, Martel relata una pugna generacional, sazonada por pugnas sociales y raciales.


  Brevemente, el aspecto audiovisual me parece muy bien logrado e interesante, ya que se sale bastante de la norma a la hora de tratar el sonido, o los encuadres y composiciones. Con respecto al sonido, el inicio es bastante claro al respecto, ya que cada uno tiene tanta jerarquía o importancia como el otro. Estamos abarrotados de sonidos, además de los objetos que hay en cada cuadro. Me da pereza describir como compone Martel, pero notarán que hay hartos primeros planos, muchos personajes juntos, e incluso objetos y personas cortadas; veremos brazos, piernas, medios rostros, etc. Es interesante que Martel utilice mayormente la cámara fija, privilegiando el movimiento de los elementos -como personajes- por sobre el de la misma cámara. Esto es interesante, ya que sugiere que la información, mal que mal, la vamos construyendo nosotros, más que dejar que la cámara nos guíe tan fácilmente por el relato. Ver las películas de Martel ciertamente son un reto, ya que ese esfuerzo por saber qué sonido es más importante, saber qué es lo que sucede fuera de campo o justo en ese espacio que la cámara no nos muestra, genera una confusión acorde a la incertidumbre misma de la trama.
  La incomodidad audiovisual es equivalente a la incomodidad argumental que sus historias tienen intrínsecamente -yo estaba bien atento a qué podía suceder con el correr de los minutos, ya que la tensión estética como la que existe entre los personajes provoca, ciertamente, confusión y aturdimiento-.

  En suma, tenemos un largo muy bien logrado, tanto en su construcción atmosférica -amén de su sólida estética- como en el desarrollo anti-narrativo de cada personaje. Puede que en La Ciénaga parezca que no pasa nada, pero muchas cosas suceden bajo la superficie. Las familias están bien construidas -me gusta mucho el personaje de Gregorio, su despreocupación me parece admirable- así como sus personajes, y pienso que el hecho de que no haya una estructura clara de tres actos le juega a favor, ya que La Ciénaga no es una película que comience, se desarrolle, y termine dentro de cien minutos. Claro que igualmente veremos una tensión que crece, sólo que no lo hace para llegar a un clímax donde se solucione para nunca más volver; ahí radica la diferencia de Martel a la hora de narrar -rasgo que se acentúa más en sus dos cintas posteriores-.
  Y esa manera de narrar la logra fantásticamente sólo en esta cinta, ya que sus dos trabajos posteriores me parecen débiles y planos, pero de ellos escribiré en los próximos días.

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