Si hay una deuda cinéfila que me ha costado -no sé muy bien porqué, a decir verdad- saldar es aquella que dice, básicamente, que vea más cine oriental. O de Asia, pero no todos los asiáticos tienen los ojos rasgados -con cariño-. Digamos que la deuda es para con el cine de Japón, China, Hong Kong, Tailandia, Taiwán, Corea del Sur, Malasia, Vietnam, entre otros que estoy seguro se me escaparon en esta ocasión. De verdad que quiero ponerme al día con ese cine me imagino -y espero con todas mis ganas- estimulante y arriesgado, tanto estética como narrativamente. Y, justamente, hoy les hablo de una cinta arriesgada, pero que no falla y que se alza como un excelente filme, difícil de olvidar. Y eso que me encontré con esta maravilla, proveniente de Japón, completamente por accidente, mientras vagaba en otros sitios que tienen su rincón por ahí.
Michio es un hombre que ha sido ciego incluso antes de que tuviera memoria: nació ciego. Y como todos saben, si un sentido no funciona, los otros se agudizan, como el olfato, el tacto, el gusto y la audición; ahora bien, ¿cuál de estos cuatro sentidos restantes le parece más útil y complejo a nuestro protagonista? El tacto. Y como el buen Michio es un escultor -masajista en sus ratos libres-, busca perfeccionar su arte secuestrando a una joven modelo. Y luego del secuestro, las cosas se ponen, cuanto mínimo, interesantes... muy interesantes.
No sé cuál es la traducción exacta del título, pero se tradujo al inglés como 'Blind beast'. La bestia ciega. Debo decir que no estoy de acuerdo con dicha traducción -aunque suene bien-, ya que se queda con una primera impresión muy vaga y superficial de lo que realmente es el personaje de Michio, nuestra "bestia" ciega. Podría seguir alegando, pero, además de "el escultor", no tengo un nombre más original que proponer, así que mejor me quedo callado. No obstante, puede que 'Blind beast' genere una idea errónea de cómo va a ser el filme. Puede que se piense que se trate de un asesino despiadado, que además es ciego, pero cuya discapacidad no es suficiente para impedirle cometer sus fechorías. Nada más alejado de la verdad, porque, obviando la poca delicadeza de sus dudosos métodos para abordar a la modelo, Michio es un sujeto bastante decente que quiere ser un innovador en el arte de la escultura: su gran meta es hacer que la escultura, más que un arte visual y contemplativo, sea eminentemente táctil. Y la piel de la joven modelo es una base ideal para lograr tan noble propósito. No es un slasher ni nada similar. Para que se hagan una mejor idea, Môjû me recuerda bastante, en lo que a sus planteamientos -a grandes rasgos- se refiere, a la última película hecha por Polanski, La Venus de las pieles.
Así es, La Venus de las pieles. Aquella película en la cual un Polanski rejuvenecido pagaba caro -pero de una interesante manera- su osadía. Claramente, no pasa lo mismo, pero lo que me hace pensar en la cinta de Polanski es que en este filme japonés igualmente vemos una historia que trata, básicamente, de la relación artista-musa. En este caso, y al igual que en la de Polanski, no es una relación de inspiración y deseos platónicos; por el contrario, dicha relación está marcada por exquisitos juegos entre Michio y Aki -la modelo secuestrada-, juegos que claramente obedecen a la seducción y su propiedad de llevarte por el mal camino. Y ya con el correr del metraje, la relación no sólo será estrictamente artista-musa con perversos juegos y seducciones, sino en algo más complejo y, sin ninguna duda, surreal. Esto último es importante, porque es la guinda de la torta del filme, lo que hace que todo sea aún mejor: si te gusta la película, ese elemento surreal -que sería pecado revelar- le añade sabor extra y sorpresas incluidas -y vaya sorpresas-.
No obstante, aunque la tormentosa relación entre este artista ciego y su reticente musa es lo principal, el hilo conductor de todo el relato -que avanza a medida que Michio va terminando su escultura-, me parece genial que se profundice en la mente de los personajes. Tomemos a Michio primero: el sujeto es ciego, y ha sido cuidado toda su vida por su madre -que es su fiel ayudante en esta empresa artística-; está claro que hay un fuerte vínculo que roza el complejo de Edipo. Y debido a ello, la relación entre Michio y las mujeres es singular, y el secuestro de Aki detona un par de asuntillos interesantes. Por su parte Aki... ya van a ver lo bien construida que está. Cada uno de los dos -y la madre también, pero en menor medida- tiene una psicología que sola es sólida, pero que al relacionarse conforman una dulce y alocada mezcla -el final de la primera temporada de Banshee se llama "A mixture of madness", nombre tan apropiado para dicho episodio de la genial serie como para este filme-. Demás está decir que la química entre ambos actores-personajes es ideal, el deseo se puede llegar a tocar.
Además, los ochenta minutos de duración se pasan volando, ya que Môjû es precisa; no se va por las ramas, no hay relleno... la historia es directa, va al grano. No tiene un ritmo rápido o endiablado, pero ni siquiera es necesario decir que un ritmo así es obligación. Narrativamente el filme está bien como está. Por lo menos yo no sentí bajones o escenas que estancaran el flujo natural de los hechos. Como digo, fluye perfectamente durante sus ochenta y tantos minutos. Y esto es algo tremendamente meritorio considerando que la acción transcurre prácticamente en su totalidad en el taller de Michio -las excepciones serían: la exposición del inicio, el departamento de Aki, y la habitación al lado del taller-, un lugar frío y oscuro.
Otra cosa que me gustó bastante es la voz en off de Aki. A través de sus líneas ella nos va relatando todos los cambios que se van sucediendo en su mente, en su cuerpo, en su todo. Líneas espléndidas las recitadas por la hermosa actriz.
Una cosa importante es el uso de la banda sonora. A nivel general, se puede decir que no hay banda sonora; sólo están los diálogos y "el silencio" del espacio en el que todo ocurre. Las excepciones serían unas cuantas secuencias, mayoritariamente las narradas por Aki, que tienen una pieza musical de fondo que está de lujo. Esas secuencias son una delicia; tienen una elegancia que contrasta con la visualidad oscura e hinóspita, incluso un poco tosca -en el buen sentido- del filme. Quizás tenga que ver con Michio: tosco y duro por fuera, pero una especie de genio visionario por dentro.
De todas formas, y para ir concluyendo este párrafo, la construcción de la película, a través de las mencionadas secuencias, alternadas con otras escenas que desarrollan un conflicto mayor, están bien organizadas y filmadas. Muy buen guión. Ritmo pausado pero fluido y nada estancado.
Me gustaría ir terminando con el taller de Michio, como dije unas líneas arribas, un lugar frío y oscuro. A pesar de ser frío y oscuro, la atmósfera generada es sensacional, porque hay un erotismo que lo envuelve todo. Ya sea la química entre los actores, la elegancia de las secuencias o la singular visualidad, en ocasiones uno siente que las cosas se derriten. Los protagonistas tienen un encanto... Ahí nos damos cuenta de que la seducción surtió efecto, y que nosotros también vamos cayendo.
De la fotografía diré poco, ya que juega coherentemente con la ceguera de Michio. No es que sea todo profundamente oscuro, pero luces y sombras logran cosas interesantes. Además, las fotografías del inicio son geniales, y los planos donde vemos la obra anterior de Michio son un tanto inquietantes pero igualmente bellas. Tantas orejas y narices y ojos y labios y tetas; ver todo ello en esa oscuridad es fantástico.
Totalmente, esta es una propuesta arriesgada. Estéticamente, narrativamente, a Masumura no le queda grande, por el contrario, lo ejecuta todo con un dominio admirable.
Y así con 'Blind beast', un filme que explora cómo se relacionan el arte, la sexualidad, el poder, etc. Y cuando lleguen al final, realmente se van a sorprender. Surreal, asombroso, no lo vi venir. Tanto imagen como texto forman una entidad sensacional.
Así es, La Venus de las pieles. Aquella película en la cual un Polanski rejuvenecido pagaba caro -pero de una interesante manera- su osadía. Claramente, no pasa lo mismo, pero lo que me hace pensar en la cinta de Polanski es que en este filme japonés igualmente vemos una historia que trata, básicamente, de la relación artista-musa. En este caso, y al igual que en la de Polanski, no es una relación de inspiración y deseos platónicos; por el contrario, dicha relación está marcada por exquisitos juegos entre Michio y Aki -la modelo secuestrada-, juegos que claramente obedecen a la seducción y su propiedad de llevarte por el mal camino. Y ya con el correr del metraje, la relación no sólo será estrictamente artista-musa con perversos juegos y seducciones, sino en algo más complejo y, sin ninguna duda, surreal. Esto último es importante, porque es la guinda de la torta del filme, lo que hace que todo sea aún mejor: si te gusta la película, ese elemento surreal -que sería pecado revelar- le añade sabor extra y sorpresas incluidas -y vaya sorpresas-.
No obstante, aunque la tormentosa relación entre este artista ciego y su reticente musa es lo principal, el hilo conductor de todo el relato -que avanza a medida que Michio va terminando su escultura-, me parece genial que se profundice en la mente de los personajes. Tomemos a Michio primero: el sujeto es ciego, y ha sido cuidado toda su vida por su madre -que es su fiel ayudante en esta empresa artística-; está claro que hay un fuerte vínculo que roza el complejo de Edipo. Y debido a ello, la relación entre Michio y las mujeres es singular, y el secuestro de Aki detona un par de asuntillos interesantes. Por su parte Aki... ya van a ver lo bien construida que está. Cada uno de los dos -y la madre también, pero en menor medida- tiene una psicología que sola es sólida, pero que al relacionarse conforman una dulce y alocada mezcla -el final de la primera temporada de Banshee se llama "A mixture of madness", nombre tan apropiado para dicho episodio de la genial serie como para este filme-. Demás está decir que la química entre ambos actores-personajes es ideal, el deseo se puede llegar a tocar.
Además, los ochenta minutos de duración se pasan volando, ya que Môjû es precisa; no se va por las ramas, no hay relleno... la historia es directa, va al grano. No tiene un ritmo rápido o endiablado, pero ni siquiera es necesario decir que un ritmo así es obligación. Narrativamente el filme está bien como está. Por lo menos yo no sentí bajones o escenas que estancaran el flujo natural de los hechos. Como digo, fluye perfectamente durante sus ochenta y tantos minutos. Y esto es algo tremendamente meritorio considerando que la acción transcurre prácticamente en su totalidad en el taller de Michio -las excepciones serían: la exposición del inicio, el departamento de Aki, y la habitación al lado del taller-, un lugar frío y oscuro.
Otra cosa que me gustó bastante es la voz en off de Aki. A través de sus líneas ella nos va relatando todos los cambios que se van sucediendo en su mente, en su cuerpo, en su todo. Líneas espléndidas las recitadas por la hermosa actriz.
Una cosa importante es el uso de la banda sonora. A nivel general, se puede decir que no hay banda sonora; sólo están los diálogos y "el silencio" del espacio en el que todo ocurre. Las excepciones serían unas cuantas secuencias, mayoritariamente las narradas por Aki, que tienen una pieza musical de fondo que está de lujo. Esas secuencias son una delicia; tienen una elegancia que contrasta con la visualidad oscura e hinóspita, incluso un poco tosca -en el buen sentido- del filme. Quizás tenga que ver con Michio: tosco y duro por fuera, pero una especie de genio visionario por dentro.
De todas formas, y para ir concluyendo este párrafo, la construcción de la película, a través de las mencionadas secuencias, alternadas con otras escenas que desarrollan un conflicto mayor, están bien organizadas y filmadas. Muy buen guión. Ritmo pausado pero fluido y nada estancado.
Me gustaría ir terminando con el taller de Michio, como dije unas líneas arribas, un lugar frío y oscuro. A pesar de ser frío y oscuro, la atmósfera generada es sensacional, porque hay un erotismo que lo envuelve todo. Ya sea la química entre los actores, la elegancia de las secuencias o la singular visualidad, en ocasiones uno siente que las cosas se derriten. Los protagonistas tienen un encanto... Ahí nos damos cuenta de que la seducción surtió efecto, y que nosotros también vamos cayendo.
De la fotografía diré poco, ya que juega coherentemente con la ceguera de Michio. No es que sea todo profundamente oscuro, pero luces y sombras logran cosas interesantes. Además, las fotografías del inicio son geniales, y los planos donde vemos la obra anterior de Michio son un tanto inquietantes pero igualmente bellas. Tantas orejas y narices y ojos y labios y tetas; ver todo ello en esa oscuridad es fantástico.
Totalmente, esta es una propuesta arriesgada. Estéticamente, narrativamente, a Masumura no le queda grande, por el contrario, lo ejecuta todo con un dominio admirable.
Y así con 'Blind beast', un filme que explora cómo se relacionan el arte, la sexualidad, el poder, etc. Y cuando lleguen al final, realmente se van a sorprender. Surreal, asombroso, no lo vi venir. Tanto imagen como texto forman una entidad sensacional.
Una maravilla de filme. No se lo pueden perder.
"Môjû" es una excelente película, aunque no es particularmente inusual en el panorama del cine japonés de los 60. Cine muy erótico, psicológico, estético y violento, de una manera muy particular. Como dato curioso está basada en un texto de Edogawa Rampo, un autor que fue bastante adaptado por aquellos años.
ResponderBorrarSaludos.
Es que los japoneses son unos tipos muy particulares, su cultura es rica en tantos sentidos. Por un lado me emociona saber que hay más películas de temáticas similares que ver, pero por otro me apena saber que tengo más deudas cinéfilas que acumular... queda tiempo, todavía queda. Lo de Rampo no lo sabía, más material interesante que buscar en la querida red. A propósito, quedé bastante colgado de Masumura, supongo que eventualmente incursionaré en otras pelis de su filmografía.
BorrarSaludos.