domingo, 23 de noviembre de 2014

Á annan veg - 2011


Director: Hafsteinn Gunnar Sigurðsson

   En su momento me dispuse a ver las películas que David Gordon Green hizo el 2013: "Joe" y "Prince Avalanche". La segunda es un remake, o una reinterpretación, de la película de esta entrada, opera prima de su director, que tiene un nombre tan largo que para ahorrarnos tiempo -y energía a mis manos-, le llamaremos simplemente HGS -o, más simple aún: "el director"-. No sé realmente qué me impulsó a ver esta película; probablemente, y como tantas otras, la curiosidad. Curiosidad nacida producto del interés de Gordon Green por rehacerla, sin que ésto sea un acontecimiento demasiado importante, a decir verdad. Pero estoy divagando. El asunto es que "Á annan veg", película islandesa -país en el que Hal Hartley decidió dar hogar a su Monstruo en la maravillosa "No such thing"-, no me ha gustado ni un poquito. La salvedad es que no la odio... aún.


  Alfred y Finnbogi se pasan el verano pintando líneas amarillas en la carretera islandesa. En este inmenso y solitario paisaje, ambos terminarán conociéndose más y más a medida que los asuntos personales de cada uno se conviertan en interés del otro.


  El paisaje... Suele decir mucho por sí solo; nada más observen el desierto australiano o las carreteras del medioeste estadounidense: aridez, soledad, eternidad, etc.; elementos combinados cuyo resultado es una a veces inefable sensación que sólo puede comprenderse si uno mismo se posa frente al paisaje en cuestión y se deja llevar y devorar por su poderosa e imponente inmensidad. El paisaje dice algo, es algo, representa algo: un lugar en el que uno se puede encontrar o encontrar a alguien más.
  No es difícil observar que el director quería lograr algo similar con el paisaje que retrata numerosas veces; digo, por algo vemos grandes planos generales más que planos más cerrados: algo se nos esconde, hay algo que tenemos que ver más allá de las montañas y la angosta carretera que la surca. Pero no logramos ver nada... es más, hay que preguntarse si, efectivamente, hay algo que pueda impactarnos y calar hondo en nuestros espíritus.
  El asunto, llámenlo inexperiencia o lisa y llanamente falta de capacidad estética, es tan simple como que el director no logra establecer el paisaje islandés como una representación de la soledad de estos personajes, lugar que, paradójicamente, es también un punto de encuentro, de acercamiento. Por ejemplo, para nombrar directores que sí logran dicho propósito, Takeshi Kitano le otorga otra dimensión a la playa; Bergman le otorga otra dimensión a esa isla en la que caen sus jóvenes y rebeldes personajes de "Sommaren med Monika"; Wim Wenders le otorga otra dimensión al desierto en "Paris, Texas". Y sí, puede que sea injusto por mi parte comparar a HGS con directores de dicho calibre, pero otros cineastas con menos "recorrido" también han logrado otorgar otra dimensión a los lugares que no sólo retratan, sino que establecen como elemento narrativo, dramático; he ahí el desierto australiano en la reciente "The Rover": paisaje silente, ausente y abandonado, al igual que la humanidad y la moral que en general carecen los personajes que transitan frente a la cámara. En cambio, el paisaje islandés, en su inmensidad e invasivo silencio, no logra representar nada; y en cuanto a lo narrativo, a duras penas hace coherente que dos hombres comiencen a hablar de sus asuntos personales con el otro, a falta de algo más interesante que hacer.
  ¿Qué causa todo esto? La distancia, sin duda: la mirada del director, su punto de vista.


  ¿Qué es lo que inquieta al director? Pregunto porque, más allá de si quiso decir algo -grande o pequeño- o no, al menos algo tiene que molestarle por las noches o en pleno día: alguna novia del pasado que le traiga recuerdos malos, un par de amigos ni tan amigos que lo hayan traicionado, una familia entrometida que no lo dejaba estar en paz, etc. No parece quedar claro, lo que hace que -entre otras cosas, como por ejemplo dos personajes pobres y someramente trazados- la imagen y la historia sean así de estériles, sin nada que transmitir: ni el director ni los personajes tienen algo de interesante en sí: completamente sosos y planos. Ni angustia, ni gracia, ni ira: sentimientos que vemos actuados pero con los cuales no podemos empatizar debido a la falta de sustento emocional y, por qué no decirlo, lógico. A propósito, el viejo es un sujeto tranquilo que prefiere las bondades de la naturaleza a los excesos mundanos; todo lo contrario a Alfred, el joven, para quien las noches de fiesta buscando alguna chica con la que tirar es el panorama perfecto.
  Otro problema importante, y que tiene que ver con la falta de personalidad y profundidad de los dos trabajadores, es que el relato constantemente se centra en sólo uno de ellos... y aquellos son, precisamente, los momentos más muertos de la película: ni los líos de falda de Alfred son lo suficientemente poderosos ni tampoco los dramas existenciales de Finnbogi. De todas formas, es algo entendible que nos muestren esos momentos, pues de alguna forma se tiene que "sustentar" lo central de la película, esto es la relación que surge entre estos dos -¿amistad?-, que sólo están unidos por la hermana del joven, quien es novia del viejo: un lazo político, nada más. Pues bien, la soledad y los problemas personales harán que se acerquen de verdad. Al menos se puede decir que lo más interesante de la película es cuando los dos se ponen a discutir y pelear, más por temas de dinamismo dramático que por una verdadera profundidad emocional -las discusiones no tienen nada de original ni de impactante-. No obstante, al rato estas interacciones en un inicio tan interesantes se transforman en banales y vacías peroratas sobre el amor, la moral, la ética, la vida, el trabajo, etc. Es una lástima que la intrascendencia individual haya invadido lo poco interesante y hasta entretenido que se estableció en lo dual, incluso grupal, si contamos al camionero que pasa en un par de ocasiones.


  En cuanto a lo estético, lo audiovisual, podemos decir que el director tiene una apuesta, una propuesta, un estilo que al parecer quiere cultivar: la quietud, el plano largo y silencioso -silencio roto por las mencionadas peroratas que de repente toman lugar-, lejano en  su mayoría, neutral en su concepción: mi voz no puede interferir ni manipular, o algo así debió haber pensado el director: el paisaje habla por sí mismo, mis personajes también -a través de sus acciones-. No hay nada de malo en esta forma de dirigir, sólo que este aspecto se ve desfavorecido por lo descuidado de los otros apartados de la película, mermando la calidad de la imagen. Y lo que demuestra que "Á annan veg" no falla debido a la dirección de HGS es que la película no se hace pesada, lenta, insufrible... "aburrida", como dicen los grandes oradores y sólidos argumentadores; "Á annan veg" tiene un buen tempo que transcurre de manera fluida pero que carece de humanidad, pasión... ¡algo! que nos pueda ligar a la trama que se nos relata. En este sentido, lo que se hace pesado es el no poder sentir nada a lo largo de los ochenta minutos, pues la película se va de manera más o menos rápida -no exageraré diciendo que se pasa volando, pero si no son de los que sólo consumen filmes con montaje MTV, pues entonces pueden resistir de manera bastante decente los embates de la soledad islandesa-.

  En fin, "Á annan veg" está mal sustentada y mal enfocada, tristemente haciendo que la correcta dirección de HGS pierda su calidad y su buen hacer. Por desgracia, no tengo solución para el segundo problema citado -el mal enfoque, el punto de vista erróneo-, pues si el relato no se centra en la relación de estos dos o la individualidad de cada uno, pues entonces no sabría cómo demonios "arreglarla" -y la pongo entre comillas pues, al fin y al cabo, cada obra es única en sí misma-... He ahí tu reto, Gordon Green. Debo decir que a él le tengo más fe, pues lleva más años haciendo, y bastante bien, lo suyo -que no son únicamente las comedias con Jonah Hill y la pandilla de Seth Rogen, por si acaso, aunque "Pineapple express" sea un digno divertimento-.
  Pero ya es hora de terminar: "Á annan veg" es una propuesta arriesgada, lo que tiene mérito de parte de su director. Lamentablemente, no supo armar un conjunto equilibrado para hacerle justicia a una idea a priori interesante. Lo que no se puede negar es que Hafsteinn Gunnar Sigurðsson tiene madera para ir mejorando, pues es la gracia del tiempo; ahora bien, si logra paliar los errores reprochados en esta entrada -cosa que no es en absoluto obligación suya, dado que soy apenas un sujeto-, podré decir que estamos ante un talento emergente. Dicho esto, supongo que ésta no es una película recomendable para todos; si me he hecho entender, ustedes sabrán si han de asumir el reto o, por el contrario, ver alguna otra película... como dicen: a quien le quepa el poncho, que se lo ponga.

  PD: Sigo sin odiar esta película. 

2 comentarios:

  1. Vaya, tenía ganas de ver 'Prince Avalanche' pero todavía no lo había hecho ya que antes quería ver 'Á Annan Veg', ahora creo que me la saltaré...

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    1. A decir verdad no creo que sea totalmente necesario ver "Á annan veg" antes de "Prince Avalanche", pero a la larga, me imagino -a falta de ver la de Gordon Green-, sería interesante comparar miradas culturales, esas arraigadas al país al que pertenece cada director, que estoy seguro también afecta al tempo y la estética que ambos despliegan. Lo sabré cuando vea "Prince Avalanche"... hasta entonces, especularé de lo lindo -mira que me gusta especular-.

      Saludos.

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