Director: Pablo Larraín
Definitivamente a Pablo Larraín le ha ido bien, tanto que parece ser el único director chileno con verdadera proyección internacional, y con la capacidad para insertarse en la gran industria sin abandonar sus principios, aunque eso habrá que verlo cuando haga la nueva "Scarface" y esa sobre Jackie Kennedy. En cualquier caso, no es baladí el segundo lugar recibido en el último Festival de Berlín -detrás de "Taxi" de Jafar Panahi-, el cual le viene bien a una cinematografía a veces demasiado cerrada sobre sí misma. Cuestiones aparte, "El club" asomaba sumamente interesante no sólo por los premios recibidos sino que por su prometedora premisa y el intenso tratamiento estético que pudiera desplegar Larraín, de mirada firme y aguda, según sugiere el trailer oficial. Sin vueltas, "El club" es una excelente película y, si me pongo a traer a colación las odiosas comparaciones, hace que "No" se empequeñezca en todo sentido -es que a mí ésa no me gustó mucho-. De todas formas "El club" brilla por indudables méritos propios, y si es por lo anterior, debería irle mejor...
En una tranquila y aislada casa ubicada en un aislado y tranquilo pueblo en el que al parecer no sucede nada de nada, viven cuatro curas y una monja en "exilio eclesiástico" por haber cometido delitos y pecados mientras eran confiables ciudadanos de dios. Mejor así que tras las rejas y con la imagen pública de la iglesia dañada... Todo parece estar en orden y en paz hasta que llega un nuevo cura que, literalmente, trae consigo un montón de problemas y hechos impactantes, además de otro cura más que hará un par de incisivas investigaciones sobre nuestros protagonistas. Definitivamente, recordar duele...
Resulta curioso e interesante pero a la vez desalentadoramente decidor que actualmente en nuestras carteleras hayan dos cintas, "El club" y "El bosque de Karadima", que traten, desde distintas distancias -la segunda, naturalmente, está "ahí adentro del asunto"-, el tema de la pederastia perpetrada por curas degenerados que posteriormente no son condenados con la vehemencia que se debería esperar de una institución, la iglesia, que predica mucho con la palabra pero poco con el ejemplo. No obstante, las similitudes acaban bastante pronto y, aún sin haber visto la cinta de Matías Lira, me permito decir que "El club" se permite ir más allá de la pederastia o la "docuficción", primero abarcando otros delitos cometidos por los curas, delitos que están relacionados con la dictadura de Pinochet, como es el robo de recién nacidos y colaboración con militares buenos para desaparecer gente, para finalmente tratar un tema que es inevitable en nuestra sociedad chilena -y en cualquiera, a decir verdad-: el enfrentamiento con los fantasmas del pasado, presentes pero inconclusos. Larraín no es tonto, y él también sabe que un buen espectador no es tonto, esto significando que, naturalmente, todos los delitos que hicieron que los protagonistas acabaran en esa casa de retiro -o de penitencia y arrepentimiento- son despreciables, carecen de justificación y merecen ser aclarados ante la Justicia, pero por sobre todo, ante un grupo de personas que sigue sufriendo las consecuencias de un abuso sexual, el robo de un hijo o la muerte/desaparición de un familiar. No es necesario decir lo obvio: todos lo sabemos, o deberíamos: los delitos listados son malos. "El club" no se queda con la parte fácil del discurso que conforma al "que sabe de política" pero no de cine, y hace algo bastante más complejo de llevar a cabo: fundir dicho discurso con la narrativa y la imagen, conformando un ente cinematográfico coherente consigo mismo en todo sentido, sin que nada parezca impostado, carente de fluidez o de principios. Porque, efectivamente, Larraín critica a la iglesia y la cobardía con que "resuelve" sus líos de faldas, pero también a un aparato, un sistema social y político, demasiado autocomplaciente que no es capaz de enfrentar sus propios pecados. Pasarán los años y los curas criminales seguirán sacándola barata, y muchas víctimas y victimarios continuarán escondidos/desaparecidos en las sombras mientras los honorables políticos exclaman a los cuatro vientos lo bien que se está ahora en comparación.
Dicho esto, lo que queda ya es más simple: como dejé entrever, Larraín incluye a la perfección su punto de vista en un tramado argumental sencillo -el elemento disonante que genera tremebundo caos en el viciado orden impuesto por los veteranos residentes- pero cargado de significativos e inteligentes simbolismos -o metáforas-. Nunca había sido tan notorio y a la vez tan sutil -aunque no lo parezca- eso del "pasado que te persigue a todos lados", "el pasado del que intentamos renegar y huir por miedo, cobardía...", o "el pasado que debe ser mirado de frente". Cada personaje, cada acción y cada texto -o casi- es una figura retórica, un recordatorio o, simplemente, un pastelazo a nuestros dormidos rostros. Y casi olvidaba algo esencial: el exquisito sentido del humor, en extremo oscuro y cruel, más cercano a la furiosa y cáustica sátira sociopolítica -y por extensión, inteligente- que a la imbecilidad de la descontrolada y desmedida autoparodia que banaliza todo a su paso. La sensorial puesta en escena de Larraín, fría e insensible -curiosa ironía-, potencia poderosa y progresivamente la agresividad propia de la relación pasado-presente a través de una historia de tensiones y rencores, básicamente, de lo más miserable del ser humano, pero centrado en unas personas con más ambigüedad e hipocresía que verdadera credibilidad y redención, lo cual describe tanto a los buenos como los malos, todos dispuestos a seguir cubriendo la verdad. ¿Existe el bien mayor, el bien común? Y bueno, así es como estamos, nuestra querida sociedad chilensis, tan conveniente...
En fin, "El club" es una película sensacional, aterradora y perturbadora, que al menos a mí me invita a tener fe en Pablo Larraín, no mi director nacional predilecto pero al cual ahora respeto como un verdadero autor capaz de contar sus historias a través del cine de verdad, y propio. Y no quiero terminar sin mencionar a los actores, todos excelentes y fenomenales. Gran película.
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