jueves, 24 de septiembre de 2015

Barbary Coast - 1935


Director: Howard Hawks

  Por unos cuantos días volveremos atrás en el tiempo, específicamente a la década de los treinta, para retomar aquellos propósitos cinéfilos que por una razón u otra han quedado aparcados en el baúl de la irresponsabilidad, y que, por supuesto, deben ser liberados, porque la responsabilidad es por nuestro propio bien. Y si retomamos el buen camino cinéfilo de la mano de "Barbary Coast" (en realidad la tercera de la época en ser vista, pero la primera en ser comentada; cosas del montaje, ojo), pues entonces estaremos de acuerdo en que no se pueden elaborar objeciones. Todos felices, sí que sí, que la película de Hawks es una fiesta de buen cine...


  Mary Rutledge llega a una ciudad de San Francisco que no lleva mucho tiempo de vida y que vive de la multitud de soñadores que llegan buscando el oro de California. A su llegada, sin embargo, recibe muy malas noticias, aunque la dama no está dispuesta a dar su brazo a torcer, y a partir de ahí se verá en permanente conflicto consigo misma, debatiéndose entre el instinto y la moral, difícil en un lugar dominado por la barbarie.


  Puede que sea un lugar común que verán continuamente en los próximos comentarios, pero me encanta un montón que las películas sean capaces de fundir en una sola entidad el desarrollo de un conflicto estrictamente concerniente a los protagonistas de turno (ya sea íntimo o tenga directa relación con su entorno) y la elaboración del conflicto de un paisaje temporal, histórico, social, etc. (que no tiene por qué tener algo que ver con el conflicto de los personajes), y que ambas vertientes sean capaces de dialogar y potenciarse de manera tan transparente y natural, al fin y al cabo construyendo un solo gran relato. En el presente caso podemos decir que el gran conflicto, el eje central del relato, es la consciencia de la protagonista, una mujer con sueños de grandeza y riqueza que de inmediato ve amenazada esa ilusoria seguridad, a lo que reacciona de manera instintiva, buscando un refugio y un protector que le otorgue asilo económico, si bien deja de lado su cara más emocional, aquella necesitada de verdadero afecto, de un auténtico candor al contacto con la piel (o ni siquiera). Así, se verá involucrada con el mafioso local, un vulgar sujeto cuyo poder le permite dominar San Francisco y brindarle a la dama su deseo material, y un humilde trabajador que representa toda la libertad espiritual que ella desea. Y, desde luego, no sólo será un lío romántico (que, de todas formas, no sigue los cánones del triángulo amoroso, es decir no es burdamente esquemático), sino que también un dilema moral, pues para estar con el mafioso local, la dama tendrá que pasar por alto, muy a su pesar, todas las atrocidades civiles que comete el sujeto ese, que también pueden amenazar el bienestar del trabajador. En este punto conviene mencionar que los actores que interpretan a estos personajes están espectaculares, partiendo por una Miriam Hopkins capaz de contener y expresar por completo el cruel dilema en que se encuentra su personaje, siguiendo con un Edwar G. Robinson que nuevamente da muestra de su gran habilidad para interpretar malvados (aunque también demuestra que sabe interpretar personajes rotos por dentro, en cierta forma víctimas de sus dolores escondidos... y no es que defienda al mafioso éste), en este caso alguien que parece contener en su sola figura toda la barbarie que se desata con cada minuto que pasa, y finalmente un Joel McCrea que le otorga una enternecedora y compleja dimensión a su poeta frustrado. Vale la pena decir que los tres presentan un profundo tratamiento que escarba en la psiquis y el alma de cada uno, evitando caer en la alevosa simpleza a la hora de retratarlos (hasta el malo de turno puede generar simpatías), lo que a su vez ayuda a que el devenir del relato no sea tan obvio en sus direcciones y movimientos argumentales. Así, el conflicto romántico/moral sustenta el devenir de este notable trío y también el de la ciudad, cansada de la tiranía del villano y sedienta de justicia y seguridad. Como ven, tenemos una trama en extremo bien pensada, de rico y estimulante trasfondo, y cuyo relato no tiene ningún agujero ni punto perdido: un guión de lujo, en definitiva, que nos habla de la integridad de una persona así como de una ciudad y una época, de una sociedad; y no estoy exagerando, todo lo que digo se nota y se disfruta a cada momento, amén, por supuesto, de una magnífica dirección de Howard Hawks, maestro que nos deja una memorable mezcla de escenas hilarantes, sublimes, aterradoras, emocionantes y lo que quieran. Acá hay comedia, hay drama, hay cine negro, hay western, y Hawks le saca el jugo a cada elemento para ofrecernos una gran y excelente película.
  Un imperdible, ya lo saben.

2 comentarios:

  1. Hawks solo hace maravillas, un coloso

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    1. Bien dicho; ya llegarán sus próximas pelis, estamos expectantes. De él sólo he visto El sueño eterno, y vaya que es suficiente para tirarle merecidas flores.

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Vamos, dime algo, así no me vuelvo loco...