lunes, 7 de septiembre de 2015

Titicut Follies - 1967


Director: Frederick Wiseman

  Hace ya bastante tiempo que tenía ganas de ver los documentales de Frederick Wiseman, prolífico realizador documental mayormente conocido por mostrar sin restricciones ni miramientos las grietas de las distintas instituciones estadounidenses, a fin de cuentas de su sociedad, que van desde el sistema educacional, pasando por el sistema de salud y judicial, a la realidad de la calle o los mataderos, y me estoy quedando muy pero muy corto, ya que Wiseman también se ha adentrado en el ámbito militar, artístico y lo que quieran. Es un hombre que prácticamente no se ha detenido desde el inicio de su carrera, ocurrido el año 1966 de la mano de "Titicut Follies", el que nos muestra descarnadamente la vida de internos, guardias y directivos de una institución para presos con problemas mentales. Duro e incómodo, pero sin duda imperdible, finalmente tremebunda declaración de intenciones.



  No es que haya visto, aún, más documentales de Wiseman, pero estoy casi seguro que gran parte de su obra posterior, al menos las concernientes exclusivamente a un aspecto de la sociedad estadounidense (salud, educación, etc.), están filmadas con el crudo y explícito estilo cinematográfico desplegado en "Titicut Follies", porque me consta que Wiseman tiene por ahí un par de documentales con una historia precisa y concisa, ya saben, un qué contar con inicio, desarrollo y final. Mientras tanto, hay que atenerse a lo que tenemos entre manos, y lo que tenemos es, a todas luces, el despojo total, o casi. "Titicut Follies", y lo que sigue sólo son loas, es un documental sin foco, sin estructura, sin historia o vestigio argumental que guíe los tiros documentales, prácticamente sin discurso, un caos de decrepitud y la más cruel desesperanza y abandono. En cierta forma, "Titicut Follies" es la nada misma, y sin embargo expresa con tremebunda elocuencia un montón de sensaciones. Porque Wiseman no se preocupa por armar un discurso preconcebido, no se preocupa por ordenar o darle sentido argumental a su material, no se preocupa por filmar lo obvio o, dicho de otra forma, lo que ya estaba planeado en un esbozo de guión; Wiseman filma y filma y filma porque sabe que en la acción convertida en imagen se encuentra la esencia de la cuestión, y aunque el resultado final sea de unos ochenta minutos, estoy casi seguro de que el hombre estuvo mucho tiempo filmando y acumulando horas y horas y horas de material sobre hombres, presos y no-presos, encerrados en la más terrible representación de las miserias humanas, que no es la institución como tal sino el espacio que poco a poco se construye solo, porque ya sabemos que Wiseman se reduce a sí mismo a mero espectador (en vez de omnipresente orquestador) que pasea por los recovecos de esta edificación, más tarde uniendo trozos y trozos, conformando el metraje final, que, aunque carezca de estructura, de vez en cuando se repiten un par de personajes (como el "elocuente" ruso que aprendió muy bien inglés y que no quiere estar ahí, un sujeto que no se cansa de repetir sus alegatos). Demás está decir que todo este ejercicio de abstracción cinematográfica por parte de Wiseman, este estilo despojado y caótico, es una decisión brillante en tanto narrativa, pues la construcción de discurso es transparente e inherente a la imagen audiovisual: el hombre deja que de sus imágenes fluyan las ideas y todo, probablemente constituyendo una de las formas más auténticas de documental. Tan genial es el método/estilo Wiseman que incluso de entre toda esta red de pederastas, racistas (los únicos que confiesan su cargo, de los demás hay que intuir, aunque sí sabemos que hay esquizofrénicos al por mayor), guardias despreciables, directivos desinteresados, jefes más preocupados de su imagen que del funcionamiento del edificio, doctores cuya salud también suscita dudas..., hay espacio para la comprensión, la empatía y la lástima (no en un sentido condescendiente, más bien auténtico), el candor humano, porque Wiseman no quiere ni demonizarlos ni santificarlos, simplemente exponerlos en toda su miseria y verdad, escenario en el que se muestran como realmente son (los presos mal de la cabeza; los guardias hacen show, se nota, y eso lo hace peor: son conscientes de su crueldad abusiva, más psicológica que física, claro), creando momentos de verdadera belleza, como aquél en que un reo comienza a cantar, dando la impresión de que su canto lo libera y, por una vez, lo hace feliz (en el corte siguiente lo vemos caminando por los pasillos, absorto en el vacío... A veces Wiseman hace estos contrastes mediante el montaje, lo cual sigue siendo genial).
  Está claro que "Titicut Follies" no es para todos los públicos, no sólo por lo incómodo de la realidad que muestra sino por el cómo lo muestra: sin narradores, sin informaciones, sin protagonistas y direcciones argumentales, sin discurso que le facilite el trabajo al espectador medio que a veces no sabe qué pensar... "Titicut Follies" es un documental difícil, duro pero en extremo notable y memorable. Nunca verán ésto de la misma forma, y deben hacerlo de esta forma. A propósito, de paso recomiendo "Delitos flagrantes" de Raymond Depardon, que según recuerdo también era similar: cámara fija que muestra a un policía o algo así entrevistando a personas arrestadas por los más variopintos motivos y que daban toda clase de argumentos para justificarse, cuya gracia era que los mismos elementos (personajes, sobre todo) iban construyendo sus historias y sus características, no necesariamente el director, a la vez que se daban luces sobre el sistema judicial y policial francés. Pero, por mientras, vayan con Wiseman y su obra.

Como dice, la corte suprema del estado obligó a Wiseman que explicara que el centro ese ha hecho mejoras, y como Wiseman es responsable:
Era la explicación que querían, ¿no? Ahora, que signifique algo...

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