miércoles, 9 de septiembre de 2015

Dogtown and Z-Boys - 2001


Director: Stacy Peralta

  Sabía quien es Stacy Peralta ya que había visto "Lords of Dogtown", aquella buena película sobre unos chicos que andaban en skate y que de repente veían su pasión convertida en boom publicitario, cambiando sus vidas casi por completo, o eso recordaba. El asunto es que ya sabía quien es Stacy Peralta, mas de todas formas me sorprendió que fuera cineasta y que haya hecho documentales, y cuando me enteré de que su opera prima (luego de unos cuantos videos, cortometrajes y trabajos para la tele) trataba sobre los chicos de Dogtown, pues  me dije que tenía que verlo de inmediato, así que aquí me tienen, comentándolo, y de muy buena gana.



  Siempre he pensado que los documentales presentan una dicotomía entre el tema que trata y la forma como lo trata, digamos la narrativa, y que no son dependientes entre sí en cuanto a calidad. Generalmente tenemos buenos temas hechos documentales mediocres. Desde luego no todos los documentales se pueden enmarcar en esta arbitraria y personal (di)visión, y ahí tenemos el ejemplo de "Titicut Follies" de Frederick Wiseman, comentada ayer. Por otro lado, hace ya varios meses atrás comentaba la repentinamente muy popular "Finding Vivian Maier", cuyo tema era el interesantísimo caso de la fotógrafa cuya obra nunca fue reconocida en vida, pero que sin embargo era tratado narrativamente con una convencionalidad deplorable y, peor aún, con una autocomplacencia ridícula por parte del director, que en ocasiones tenía la necesidad de darse más importancia que la señora Maier, lo que sin duda impedía el fluido discurrir de la historia de la fotógrafa en detrimento del "cómo lo descubrí", a todas luces una mera anécdota, no la verdadera esencia del documental. ¿Para qué tantas vueltas? Para decir que "Dogtown and Z-Boys" encuentra un equilibrio ideal entre el tema que trata y la forma en que lo expresa, sin que el resultado sea especialmente excepcional así como cumbre del cine documental, pero vaya que funciona y agrada y a veces inspira. Acá la historia fluye sin problema alguno, incluso cuando el director formó parte de la misma, lo que podría suscitar dudas sobre si hubo alevosa manipulación del qué se muestra o qué sé yo, y aunque no sea erudito de esto, no hay rastros de que Peralta haya intentado dejarse como un santo o escondido hechos comprometedores, aunque de todas formas las distintas biografías parecen indicar que Peralta era de los más tranquilos del grupo a pesar de ser de los que mejor se vendió publicitariamente. ¿El punto? El documental luce transparente. Sobre el tema, no vale mucho la pena citarlo detalle por detalle pues básicamente estaría contándoles el documental, pero a grandes rasgos trata sobre lo que el título tan bien indica: sobre Dogtown, un barrio californiano (muy vago de mi parte, para aumentar precisión: cerca de Venice) no precisamente ejemplo de prosperidad que, por lo mismo, veía a su juventud pasar el tiempo en las playas haciendo surf y, cuando se pusieron de moda los skates, haciendo skate. Posteriormente nos centramos en un grupo de chicos cuya vida era el surf y el skate y cómo revolucionaron el segundo dándole actitud, estilo, lo que quieran, desembocando en el equipo Zephyr, el que en cada competición que se presentó (sólo un par) dejó huella por su mezcla de virtuosismo y actitud, la que nace de ver al skate como un estilo de vida casi filosófico en vez de un hobby o un negocio. Y cómo no, si éste era el escape de los chicos a los problemas de la juventud no destinada a grandes cosas (de no ser por el skate varios de los involucrados dicen que no saben qué habrían hecho). En cuanto al como se presenta, pues no hay mucho que decir: una narración fluida y dinámica que va del material de archivo hasta las entrevistas, todo ordenado de manera lógica y con buen ritmo. Hay buena banda sonora, las anécdotas son entretenidas, y lo mejor, la imagen desprende la pasión por lo que se habla, también emoción; no es sólo un documental informativo típico de especiales televisivos, es cómo un ejercicio de memoria y nostalgia, un retorno casi catártico y de reconciliación con un tiempo esencial para los involucrados, el cimiento de sus vidas actuales. Como digo, hay pasión, y si en noventa minutos no cesa en ningún momento, pues es un gran panorama para una tarde cualquiera en que te sientes aburrido o cansado. Es bonito ver la pasión de otros reflejada con tanta honestidad y emoción.

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