jueves, 18 de febrero de 2016

The last hurrah - 1958


Director: John Ford

  A paso seguro nos vamos acercando al final, y vaya que me encuentro emocionado al respecto, aunque es cierto que aún me quedarían por ver muchas películas de Ford, pero eso quedará para más adelante y de manera más pausada y calmada. Spencer Tracy debutó en el cine justamente con una película del maestro, "Up the river" (también el debut de Humphrey Bogart, miren ustedes), y en "The last hurrah" interpreta uno de los últimos. Tal dato me parece fundamental para apreciar la calidad del presente film, que trata temas como el paso del tiempo y el cierre de etapas, entre otros, de una manera mucho más nihilista y humana de lo que podríamos estar acostumbrados. Sin adelantar más, estamos ante otra excelente película de John Ford, ni que fuera una sorpresa...


  Spencer Tracy es el alcalde de una ciudad de Nueva Inglaterra que se postula para la reelección, tarea en apariencia sencilla dada la inexistencia de rivales de cuidado, además de su buena reputación entre la mayoría de los votantes (pues claro...). Los problemas comenzarán cuando quienes se le oponen, influyentes y pudientes empresarios y personalidades, deciden apoyar con todas sus fuerzas a otro candidato a la alcaldía, un completo idiota, pero con dinero y apoyo...
  

  "The last hurrah" es como el reverso amargo y elegíaco de "The sun shines bright", con planteamientos discursivos y recursos narrativos similares, pero ejecutados con el mencionado giro. Así, lo ulteriormente importante no es tanto la elección, que es más bien una excusa argumental, como la reflexión discursiva que suscita y el estado de las cosas (políticas, sobre todo, pero cosas así en general también) que examina. La trama no descansa exclusivamente en una contienda electoral, en debates públicos o la farándula de las campañas políticas; en realidad, la presencia de las elecciones tiene un significado mucho más profundo, el cual ya había sido tocado tangencialmente en "The sun...": el recambio generacional, el fin de una era o de una forma social de ser, la triste imposibilidad de los mayores de acoplarse a los nuevos mecanismos, etc. No es sólo la edad (el rival de Tracy es un bebé prácticamente, un muñeco sin ideas, hecho al que le sacan partido sus aliados): Tracy se reconoce un poco agotado ante la nueva forma de hacer política, con las radios y la televisión reemplazando la visita a los hogares de los votantes, la charla de tú a tú. Con esta desoladora visión, lo que se nos dice no es que los viejos políticos deben ser reemplazados por su edad o por representar tiempos a olvidar y superar, de hecho, el discurso político se desarrolla más por otro lado de la trama; lo que Ford nos retrata, con cruda y desnuda precisión, trasciende la arena del ejercicio político, comunicacional y tal, pues apunta a la vida en general: la distancia ético-moral entre generaciones, la sostenida agonía de algunas frente a la indiferencia y pasividad de las otras. Ésto se nota en el rol del hijo de Tracy, un fiestero empedernido desinteresado de las actividades de su padre, más aún, completamente ajeno a todo lo que a él le importa, consumido y dominado por los lujos. También queda claro en los amigos de Tracy y en algunos de sus enemigos, a veces sorprendidos por la frivolidad juvenil. En cualquier caso, que quede claro: éste no es un alegato senil y cascarrabias, por el contrario, es una sentida y en cierta forma agónica, pero siempre digna, despedida. Y para probar esto, ahí tienen al personaje del sobrino de Tracy, Adam Caulfield, un relativamente joven periodista deportivo que se interesa en la política y la reelección de su tío (y más que eso: también se refuerza el lazo afectivo), o los personajes viejos de John Carradine y el suegro de Adam, un ex KKK y un pedazo de mierda, respectivamente. Como suele ser en Ford, no tratamos con modelos preconcebidos sino con personajes de carne y hueso sumidos en un mundo que cambia a pasos agigantados, sin detenerse a esperar a aquellos que han construido parte de lo que se goza en el presente, dejándolos morir, desangrarse.
  Sobre la política, o mejor dicho lo político, la película desarrolla una visión desencantada y crítica, pero no necesariamente del personaje de Tracy como de su entorno y, sobre todo, sus rivales: mientras uno (el protagonista, por supuesto) aprovecha todas las artimañas que la maquinaria le facilita para hacer el bien a las personas y tocarle las pelotas a los inescrupulosos antagonistas, los otros lo hacen para favorecer intereses propios. En ambos casos, eso sí, se muestra a lo político como un salvaje campo de batalla en donde hay poca nobleza y pocos caballeros. Por lo demás, patente queda la increíble fuerza del dinero, que puede hacer que un estúpido cabeza hueca entre seriamente en la carrera por cargos importantes, ciertamente, no para el bien común sino para ser manejado, cual títere, por las fuerzas de empresas y rancias instituciones. No es país para viejos ni para honrados... Pero, tal como lo apuntaba la más feliz "The sun shines bright" (cuyo título tiene un matiz mucho más optimista que el "The last hurrah", que denota el cierre de...), más allá de lo ingrato que resulta ser el ejercicio de la política, la mentada honradez y el respeto a los propios principios vale mucho más que el juego sucio y la hostilidad moral de los altivos. Y ya que mencionamos la otra película, una pequeña y odiosa comparación: si bien "The last hurrah" y "The sun..." comparten un relato estructurado en la sucesión de variedad de líos y personajes, la primera sale airosa de su incursión por ser más equilibrada en la disposición de los hechos, además de que los mismos se acoplan sin mayor problema con el fin sustancial y discursivo del conjunto, por lo demás, a lo largo de todo el metraje.
  Por último, de un numeroso y soberbio reparto, como es usual, destaca sobremanera un Spencer Tracy impecable y conmovedor en su retrato de un alcalde que quiere una última oportunidad para seguir demostrándose útil, pero que debe enfrentar los embates de la vida, los cuales, como siempre, contravienen sus tan honestos deseos, pero ante lo cual siempre busca el mejor camino para seguir en la pelea. Es una película triste, sí, pero jamás efectista y manipuladora, y que trata, más que todo lo demás, de cómo sobrevivir dignamente en una arena en donde se ven puñaladas por la espalda, injusticias y, era que no, mucho circo... Pero, por favor, esperen a ver lo bella que se vuelve la película, especialmente con su tremendo y desolador tramo final. Quizás no nos sintamos tan derrotados, por una vez que sea...

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