Director: René Laloux
Hoy serán dos cortometrajes de René Laloux los que comentaremos, y, claro, también un largometraje. Mañana la cosa será más relajada, se los prometo con mi dedo meñique. Comencemos con el corto que más me ha gustado, una oscura y nihilista reflexión sobre la humanidad.
Acá el discurso es decididamente demoledor, rabioso, furioso, nihilista, oscuro; va directamente al grano, sin complejos ni concesión alguna: así es la vida y que le caiga a quien le caiga, total, ya no se puede cambiar, estamos atrapados en un proceso trágica y patéticamente cíclico, igual al que vemos en "Les escargots", en donde el hombre estaba condenado, por su propia naturaleza equívoca, a repetir los mismos errores una y otra vez, a caer en las mismas desgracias incesantemente, en provocar la misma destrucción, de sí mismo y del otro, una y otra vez. Son ideas que Leloux va desarrollando a lo largo de su fascinante, insobornable e indestructible obra.
Pero, a diferencia de "Les escargots", el presente corto no es un relato propiamente tal sino que una reflexión, mejor dicho un ensayo filmado. Un potente ensayo, poderosamente fílmico, de nueve contundentes minutos. La cosa comienza como un relato de ciencia ficción: una voz francesa nos introduce en un planeta en el que sus habitantes nacen, viven y mueren para matar. Matar, matar, matar. Muerte, destrucción, maldad. Luego, entramos en materia (aún más). "Les temps morts" busca ser un fiel reflejo no ya de nuestra realidad sino de la repugnante hipocresía de la humanidad, de su ridícula indulgencia y aún más indecorosa y procaz autocomplacencia. Busca dar cuenta de las vitales y fatales contradicciones de la sociedad, de lo absurdo de su conformación moral tal cual es ahora. Mediante violentas y desoladoras imágenes que parecen irreales, casi como si no pudiera ser cierto que la tierra es así, que el hombre es así, acompañadas de videos de carne y hueso, la voz en off nos sumerge en este círculo vicioso de sangre, muerte y guerra de un ser que, tal como el narrador señala, si no se está matando a sí mismo, está matando a todo lo que le rodea. Peor, muestra cómo esa muerte se naturaliza, se perdona, se vuelve costumbre. En esta pieza, Leloux básicamente vuelca sobre el fotograma lo peor del ser humano sin ninguna luz que ilumine el camino o apunte una salida. Es fuego, es un golpe a los acomodados y a los ciegos, a los ilusos, a los tontos. Muchos no acusarán recibo, puede que nada lo haga, y tristemente es justo eso de lo que el corto nos advierte y denuncia, de lo que debemos despertar y huir. La imagen de abajo es elocuente a más no poder: un hogar cuyas murallas fueron construidas con cabezas decapitadas: la base de toda unidad básica social. ¿Queda alguna pregunta por hacer?
Como bien dice el narrador: "Entre guerra y guerra, entre caza y caza, hay tiempo muerto. Cada uno llena ese tiempo lo mejor puede". Lo que mejor se hace es matar, pero ahí ya no me meto. No por ahora...
Acá el discurso es decididamente demoledor, rabioso, furioso, nihilista, oscuro; va directamente al grano, sin complejos ni concesión alguna: así es la vida y que le caiga a quien le caiga, total, ya no se puede cambiar, estamos atrapados en un proceso trágica y patéticamente cíclico, igual al que vemos en "Les escargots", en donde el hombre estaba condenado, por su propia naturaleza equívoca, a repetir los mismos errores una y otra vez, a caer en las mismas desgracias incesantemente, en provocar la misma destrucción, de sí mismo y del otro, una y otra vez. Son ideas que Leloux va desarrollando a lo largo de su fascinante, insobornable e indestructible obra.
Pero, a diferencia de "Les escargots", el presente corto no es un relato propiamente tal sino que una reflexión, mejor dicho un ensayo filmado. Un potente ensayo, poderosamente fílmico, de nueve contundentes minutos. La cosa comienza como un relato de ciencia ficción: una voz francesa nos introduce en un planeta en el que sus habitantes nacen, viven y mueren para matar. Matar, matar, matar. Muerte, destrucción, maldad. Luego, entramos en materia (aún más). "Les temps morts" busca ser un fiel reflejo no ya de nuestra realidad sino de la repugnante hipocresía de la humanidad, de su ridícula indulgencia y aún más indecorosa y procaz autocomplacencia. Busca dar cuenta de las vitales y fatales contradicciones de la sociedad, de lo absurdo de su conformación moral tal cual es ahora. Mediante violentas y desoladoras imágenes que parecen irreales, casi como si no pudiera ser cierto que la tierra es así, que el hombre es así, acompañadas de videos de carne y hueso, la voz en off nos sumerge en este círculo vicioso de sangre, muerte y guerra de un ser que, tal como el narrador señala, si no se está matando a sí mismo, está matando a todo lo que le rodea. Peor, muestra cómo esa muerte se naturaliza, se perdona, se vuelve costumbre. En esta pieza, Leloux básicamente vuelca sobre el fotograma lo peor del ser humano sin ninguna luz que ilumine el camino o apunte una salida. Es fuego, es un golpe a los acomodados y a los ciegos, a los ilusos, a los tontos. Muchos no acusarán recibo, puede que nada lo haga, y tristemente es justo eso de lo que el corto nos advierte y denuncia, de lo que debemos despertar y huir. La imagen de abajo es elocuente a más no poder: un hogar cuyas murallas fueron construidas con cabezas decapitadas: la base de toda unidad básica social. ¿Queda alguna pregunta por hacer?
Como bien dice el narrador: "Entre guerra y guerra, entre caza y caza, hay tiempo muerto. Cada uno llena ese tiempo lo mejor puede". Lo que mejor se hace es matar, pero ahí ya no me meto. No por ahora...
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