Director: Vojislav "Kokan" Rakonjac
"Pre istine" es la última película de Vojislav Rakonjac que comentaremos de momento por acá, tal como se prometió el lunes que recién pasó, es decir, hace dos días. No sé bien qué voy a ver mañana, pero no importa, después de todo la idea es dejarlo al azar, como la lotería, sólo que con las películas me va mejor. Aunque, a decir verdad, ando con deseos de cine italiano, así que quizás por ahí vaya la cosa. Admito que, aunque me haya gustado "Pre istine", esta aventura por el cine yugoslavo me ha dejado con una extraña sensación, con el cuerpo algo raro, no sé muy bien por qué. No es que tenga más películas yugoslavas a mano, así que aunque la presente me haya dejado con deseos de más, ¿que podría ver?
Me gusta cuando un director es capaz de enfocar de manera íntima y serena, minimalista dirán muchos, una compleja cosmovisión de la vida y una certera y crítica mirada hacia la sociedad (o el mundo) en la que vive, los sistemas políticos o la idiosincrasia local. Rakonjac lo demostraba en su segmento de "Grad" y en "Nemirni", en donde a través de variopintos personajes vagaba, observaba y desnudaba aquellos aspectos característicos y ocultos (sobre todo éstos) de la gente y la ciudad yugoslava, cuyas vidas se veían marcadas por las injusticias, el vacío y el abandono generado por la herida de la guerra, del totalitarismo. "Pre istine" no se aleja de esta premisa, la de utilizar la intimidad del individuo como expositor de las injusticias y la alienación generalizada, pero se diferencia de los ejemplos anteriores en que, además de centrarse fundamentalmente en dos personajes (una línea dramática, una trama), parte de una crítica social y política más severa. El protagonista es un hombre, militar que peleó en la guerra, que llega a la ciudad de Belgrado a encontrar las respuestas/explicaciones de su deshonroso despido (o algo similar), aunque ya nadie parece querer escucharlo ni verlo: repentinamente es un paria, los amigos desaparecieron: la maquinaria es vil y fría, un endogámico sistema que gira sobre su propio eje y en el que no hay espacio a la lealtad o solidaridad humana, sino a la tenebrosa obediencia institucional. Desesperado por respuestas, el protagonista vaga por la ciudad, se encuentra con un sujeto con quien comparte un conflictivo pasado, y juntos se la pasan de bar en bar rememorando aquel instante, aunque también hablando del presente y lo que les depara, de lo que les rodea, de lo que piensan. Como telón de fondo a sus paseos está la masiva manifestación que, me imagino, debe estar en contra del gobierno (o lo que sea) de turno, desesperada por cambios y mejorías. El (re)encuentro de estos dos sujetos y las cosas que hacen durante el tiempo juntos, sumado al retrato y la descripción de la ciudad y el resto de ciudadanos, le permiten a Rakonjac explorar en cómo la violencia y las heridas del pasado, las culpas y el dolor han marcado a su país, a su gente, cómo la ha dividido en el viejo y el nuevo país (la memoria como principal motivo), si bien podemos nombrar otras divisiones ambivalentes que lo único que hacen es reforzar la idea de ruptura. Demás está decir que Rakonjac, si bien parte de ideas y emociones universales, encamina su reflexión de acuerdo a las particularidades de su sociedad y sus personajes, haciendo del film algo único y personal: no será la típica película de repetidas pajas mentales, sino de auténticas reflexiones tan propias como históricas, un profundo y cautivador existencialismo que, en vez de cerrarse en sí mismo, invita al espectador a unirse en su doloroso transitar.
Lo único que no me ha gustado es el final, o mejor dicho su resolución (porque el último tramo es realmente precioso), pero no dejemos que un instante empañe el impecable buen hacer de un director que nos deja una película tan bella como desgarradora, dotada de una sensibilidad especial, humana y cinematográficamente hablando. Una verdadera joya. Disfrútenla.
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