Director: Abbas Kiarostami
Oficialmente, "Tadjrebeh" ("Experiencia") es la primera película del iraní Abbas Kiarostami, aunque sólo dure poco más de cincuenta minutos. Antes de comentar la película en sí, pequeñas palabras sobre El asesino de la carretera, uno de los primeros libros de James Ellroy, el cual vengo a leer casi un año después de haberlo comprado: me ha gustado bastante, especialmente por la manera en que el frío y distanciado lenguaje y estilo de escritura del narrador, un asesino en serie que al inicio del libro es atrapado tras años de asesinatos y luego se propone escribir una novela sobre sus experiencias (es decir, lo que nosotros vamos leyendo una vez concluida la introducción), minimiza el horror de sus actos, paradójicamente, siendo tal narración en primera persona lo que verdaderamente horroriza, sobre todo por la manera mecánica con que se refiere a las víctimas y a sus métodos de asesinato. También me leí Loco por Donna, que es una colección de tres novelas cortas en las que Ellroy nos cuenta la relación entre un policía y una actriz, relación marcada por la violencia y la sangre... pero la externa, la que hace que estos dos amantes se abracen y no se suelten más. Como sea, pasemos al cine.
El protagonista es un niño que trabaja en una tienda de fotografía limpiando el suelo, llevándole agua al jefe, recortando fotografías, etc. La tienda también es el lugar en el que duerme, en cierta forma su hogar. El niño sólo trabaja, y aunque no sufra especialmente, tampoco es que la pase muy bien, o incuso que tenga grandes expectativas de la vida: solamente se dedica a sobrevivir, a pasar el día con la cabeza gacha. En cierta forma, ha dejado de ser un niño, o mejor dicho un adolescente, pero de igual forma una persona que no debería, en teoría, hacer cosas de adultos. Sin embargo, Kiarostami incluye una luz de esperanza, un rayo de inocencia: el chico se enamora y, desde entonces, alternará sus jornadas laborales con huidas al lugar en donde ve a la chica esa que no está nada de mal, curiosamente intentando ser "más adulto", "más hombre" con tal de impresionarla: vestirse de una manera, caminar de una manera, etc. Puede que ésta sea la primera experiencia "amorosa" del protagonista, vaya uno a saber.
Con "Tadjrebeh", mediante un tono mucho menos trágico que el de "Zang-e trafih" (el segundo cortometraje del iraní, muy a lo "Los 400 golpes"), pero sí decidida y permanentemente gris y monótono, como si el chico ya estuviera condenado a una vida sin gracia tan tempranamente, Kiarostami nos sumerge en estos mundos infantiles (o juveniles) que luchan por mantenerse en cierta forma inocentes, protegidos de la injusticia y la indiferencia del mundo, centrados en sus fantasías y en sus sueños, que buscan seguir con vida de la manera más transparente y honesta posible: siendo ellos mismos, no lo que los otros le imponen. Así, no es de extrañar que el director recurra a un estilo "documental", observacional, con una cámara que sigue al protagonista y que se mantiene relativamente alejada, sin interferencia alguna, dejando que la situación retratada se desenvuelva con total autonomía y, por ende, transparencia, desnudando la realidad de este chico y, con él, la de tantos otros. De esta forma, veremos escenas en donde el protagonista hace sus quehaceres laborales con total aburrimiento, en donde no es él, y escenas en donde simplemente se relaja y se deja llevar un poco por su vena juvenil y soñadora, entre otras más en donde queda patente el enfrentamiento entre dos mundos diferentes y desequilibrados entre sí. Kiarostami logra, con pequeñas cosas (como elegir una estación de radio, ojear fotos, escupir un vaso de agua o prepararse para la chica deseada) y mediante una sutileza que ya se quisieran muchos otros directores, construir una sensación de opresión asfixiante y desoladora: si los niños no pueden ser niños cuando son niños, ¿entonces cuándo lo harán? Tampoco es que haya respuesta...
El protagonista es un niño que trabaja en una tienda de fotografía limpiando el suelo, llevándole agua al jefe, recortando fotografías, etc. La tienda también es el lugar en el que duerme, en cierta forma su hogar. El niño sólo trabaja, y aunque no sufra especialmente, tampoco es que la pase muy bien, o incuso que tenga grandes expectativas de la vida: solamente se dedica a sobrevivir, a pasar el día con la cabeza gacha. En cierta forma, ha dejado de ser un niño, o mejor dicho un adolescente, pero de igual forma una persona que no debería, en teoría, hacer cosas de adultos. Sin embargo, Kiarostami incluye una luz de esperanza, un rayo de inocencia: el chico se enamora y, desde entonces, alternará sus jornadas laborales con huidas al lugar en donde ve a la chica esa que no está nada de mal, curiosamente intentando ser "más adulto", "más hombre" con tal de impresionarla: vestirse de una manera, caminar de una manera, etc. Puede que ésta sea la primera experiencia "amorosa" del protagonista, vaya uno a saber.
Con "Tadjrebeh", mediante un tono mucho menos trágico que el de "Zang-e trafih" (el segundo cortometraje del iraní, muy a lo "Los 400 golpes"), pero sí decidida y permanentemente gris y monótono, como si el chico ya estuviera condenado a una vida sin gracia tan tempranamente, Kiarostami nos sumerge en estos mundos infantiles (o juveniles) que luchan por mantenerse en cierta forma inocentes, protegidos de la injusticia y la indiferencia del mundo, centrados en sus fantasías y en sus sueños, que buscan seguir con vida de la manera más transparente y honesta posible: siendo ellos mismos, no lo que los otros le imponen. Así, no es de extrañar que el director recurra a un estilo "documental", observacional, con una cámara que sigue al protagonista y que se mantiene relativamente alejada, sin interferencia alguna, dejando que la situación retratada se desenvuelva con total autonomía y, por ende, transparencia, desnudando la realidad de este chico y, con él, la de tantos otros. De esta forma, veremos escenas en donde el protagonista hace sus quehaceres laborales con total aburrimiento, en donde no es él, y escenas en donde simplemente se relaja y se deja llevar un poco por su vena juvenil y soñadora, entre otras más en donde queda patente el enfrentamiento entre dos mundos diferentes y desequilibrados entre sí. Kiarostami logra, con pequeñas cosas (como elegir una estación de radio, ojear fotos, escupir un vaso de agua o prepararse para la chica deseada) y mediante una sutileza que ya se quisieran muchos otros directores, construir una sensación de opresión asfixiante y desoladora: si los niños no pueden ser niños cuando son niños, ¿entonces cuándo lo harán? Tampoco es que haya respuesta...
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