viernes, 8 de julio de 2016

Slacker - 1991


Director: Richard Linklater


Ahora que los homenajes han sido humildemente rendidos, podemos, por fin, dedicar un par de días a algunas películas de Richard Linklater, comenzando con "Slacker", que no es su opera prima (muchos años viví pensando que sí lo era, y hubieran visto mi cara de sorpresa cuando apareció "It's impossible to learn to plow by reading books") pero sí aquélla que lo puso en el mapa... uno modesto pero la mar de merecido. "Slacker" sigue igual de fresca que la primera vez, pero en esta ocasión su visionado me resultó mucho más estimulante y complejo, así que todos ganamos con ésta, ¿no? Claro que sí, por dios...



"Slacker" es una película, en todos los sentidos, completamente libre, y no necesariamente por su no-estructura y la no-utilización de todos aquellos elementos/mandamientos narrativos (conflicto, antagonista, protagonista, clímax, actos, etc.) que hacen que una película pueda ser considerada como tal, aunque no deja de ser algo cierto que para muchos el gran encanto del presente film es que "sólo" se trate de un conjunto de conversaciones e "inofensivas" situaciones que marcan un día en la vida, la cotidianidad de Austin, Texas.
La primera vez que la vi me dejé llevar por esa impresión, especialmente por mi odio visceral hacia las escuelas de cine (que de verdad son una maraña de burdas y autocomplacientes sentencias/cátedras endogámicas a las que una película como ésta les sienta como una patada en las pelotas, al menos en este maldito país), y luego porque verla es un verdadero agrado de fácil digestión. Y no negaré que me encanta y fascina que el hilo conductor de cada cápsula sea el puro azar y que cada cápsula sea tan fugaz pero inevitablemente eterna, pues sigo pensando que el que Linklater decidiera prescindir de cualquier método narrativo impersonal y de manual (hay gente que hace caso de un "libro" llamado '101 cosas que aprendí en una escuela de cine', y yo me pregunto, ¿hay algo más indigno que aprender lo que otro aprendió en una vil escuela de cine y que lo pregona como "la única manera"?) es un acto absolutamente valiente, arriesgado y subversivo, y acá vamos llegando al meollo del asunto, pero antes, una cosita pequeña: es valiente porque, aunque ya muchos lo hayan hecho antes (sea cual sea el acto rupturista que se pretenda), siempre es difícil desmarcarse de un entorno usualmente anquilosado, domesticado, superficial y mediocre que pone el grito en el cielo cuando ve que algo diferente ocurre en propia tierra (pero cuando lo hace otro, y de lejitos... ¡como caen las alabanzas!); es arriesgado porque una cosa es pensar "ok, haré una película que tenga numerosas escenas inconexas entre sí y que traten de cualquier cosa que se me ocurra" y otra cosa es hacerlo y narrarlo sin perder el hilo conductor (en este caso, el ritmo y la verosimilitud del azar), el tempo de la imagen y la coherencia del discurso; y, a propósito, es subversivo porque cinematográficamente se libera de ataduras y utiliza el lenguaje cinematográfico (la imagen, el montaje, el tiempo fílmico) para desarrollar, con incontestable e insobornable fuerza y actitud, un mensaje tanto o más subversivo que su identidad cinematográfica más estrictamente formal.
Porque, volviendo al inicio, es fácil ver una amena y ligera sucesión de conversaciones y situaciones simpáticas, algo extrañas y a veces incómodas o absurdas. Pero debajo de la superficie de paz se esconde una poderosa y avasalladora pulsión cultural, política, filosófica y existencial, un discurso tan complejo y profundo en su sencillez y humildad que es imposible pasarlo por alto y no fascinarse, sumergirse en él: conversaciones sobre conspiraciones estadounidenses y mundiales, sobre la tecnología, sobre viejas ideologías y nuevos estilos de vida, retratos de vidas y actividades irreverentes, inconformistas, marginales, cuyos sueños e ideas y teorías se van pasando de uno en uno de manera tan inocente e inconsciente pero conformando una red que se extiende eternamente en el horizonte y de la que somos parte sin siquiera darnos cuenta, ambivalencia brutal si pensamos en que estamos tan juntos y tan separados a la vez, en que de verdad se podría alterar el orden establecido y desenmascarar falsos profetas y falsos líderes, destruir escuelas y diseminar la idea de que el cine no tiene límites ni fórmulas ni mucho menos que puede ser enseñado (enclaustrado, sometido) tradicionalmente, idea que en el fondo es verdadero amor por este arte tan apasionante, entre tantas otras cosas que se pueden hacer... "Slacker" no pretende abarcar todo este vasto terreno descrito, pues es imposible, es infinito. Lo que sí hace con sublime y maravillosa calidad es mostrarnos una pequeña parte de este hilo de experiencias e ideas, para que así nosotros podamos seguir caminando en cualquier dirección y en cualquier momento. "Slacker" es la semilla, es lo que pone las cosas patas arriba, incluso con su encantadora calma, naturalidad, sencillez y todo aquello que los dueños de la palabra petrifican como únicas cualidades de Richard Linklater... Aunque, recuerden, éso es sólo la primera impresión... Hay tanto más escondido, tanto por descubrir: esa sola idea me motiva a seguir y no detenerme...

(A todo esto, ¿no creen que el rubio que camina con el viejo anarquista se parece un poco a Alexander Skarsgard? Quizás por eso sea uno de mis momentos favoritos del film, pero también porque me gustó la manera en que un robo se convierte en una humana y afectuosa conversación. Como sea, ya llegarán a verla alguna vez...)

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