Director: Michael Cimino
¡Eh, qué les dije! Bueno, no a ustedes pero sí a varias personas con las que tuve la oportunidad de hablar al respecto: ahora el frío invernal, las lluvias de invierno, comienzan en la primavera: dicha estación apenas floreció hace un par de semanas y ya ha llovido copiosamente, con truenos y rayos incluidos, numerosas veces, sin mencionar que los días y las noches siguen helando la piel. El calor ya volverá a abrasar el ambiente a mediados de noviembre, se los doy firmado; ha sido así durante los tres últimos años. Ahora, hablemos de cine, sí señor. El mes pasado (o antepasado, ya no sé) comentamos por acá "The Deer Hunter" y "Heaven's Gate", ambas obras maestras de Michael Cimino. "Year of the Dragon" es el filme que hizo cinco años después de aquella película que "derrumbó a la United Artists". Considerando la mala fama que semejante sentencia puede reportarle al chivo expiatorio de turno, cinco años no parece una enorme cantidad de tiempo para volver a dirigir, ¿o no? De todas formas los críticos, los putos medios y básicamente todo el mundo de nuevo se ensañó de lo lindo con Cimino, y eso que "Year of the Dragon" es una absoluta genialidad, y aún así me quedo corto... ¡Ay, pero qué infartante están las clasificatorias para Rusia 2018! ¡Paraguay se lo dio vuelta de visita a Colombia, Argentina empató de local! ¡Y Chile juega de visita contra Brasil en la última fecha! ¡No sé qué demonios va a pasar!
"Year of the Dragon" es mucho más que un thriller de, digamos, acción, sin embargo de todas formas sigue siendo un thriller brutal, salvaje, contundente y rabioso narrado con la fuerza de un tren y rodado con el pulso de un maestro. Hay secuencias en que literalmente te cuesta respirar, imágenes imborrables que se graban a fuego en la retina. "Year of the Dragon" nos cuenta la historia de un altamente condecorado policía de New York, con el rango de capitán, que llega a encargarse de la comisaría ubicada en pleno Barrio Chino, justo cuando en estas angostas y rasgadas calles parece fraguarse una sangrienta guerra por el poder. Nuestro protagonista, interpretado poderosamente por Mickey Rourke, es un policía rudo y de métodos poco ortodoxos, un hombre dueño de un implacable e insobornable sentido del deber y del honor, pero sobre todo, es un hombre que nada a contracorriente y que no sólo se enfrenta a la violencia de mafiosos y pandilleros, ratas protegidas por los vacíos legales de un sistema indolente, sino que también a la corrupción, la hipocresía, la mediocridad y la cobardía de las autoridades, más preocupadas de sus pensiones y de las relaciones político-económicas, más preocupadas de no perder su ilusoria y fastuosa comodidad, que de cambiar las cosas para mejor, que de estar a la alturas de sus promesas y de sus supuestos valores éticos. Pero Cimino va mucho más allá: "Year of the Dragon" es una feroz declaración de intenciones cinematográficas y artísticas, políticas incluso, también un furioso alegato y/o denuncia en contra de unos "principios" que corroen, como vampiros o parásitos o virus, la integridad en todas sus formas, en todos los ámbitos. El policía interpretado por Mickey Rourke es un hombre enojado con todo, con todos; un hombre que no está dispuesto a seguir las reglas de un juego implantado por los domesticados de siempre, un tipo que no teme patear los testículos de lo establecido aún si eso significa que deba recibir cinco golpes de vuelta; es un hombre que está dispuesto a morir en la suya, de pie, a ir hasta las últimas consecuencias con tal de exponer las grandes mentiras de la sociedad: el tipo no va a transar aunque no le quede nada. ¡Cómo no va a estar enojado, si el mundo es una mierda y él es sólo un hombre, tan áspero como vulnerable, al que nunca le darán la razón ni mucho menos le permitirán triunfar! ¡Cómo no estar enojado, cómo no querer que se queme todo! Pero así son las cosas: los abusadores siguen arriba, detentando el poder, adueñándose del sudor, las lágrimas y la sangre de otros; la fría maquinaria sigue funcionando, se fortalece la endogámica red de amigos y protegidos; la injusticia prevalece y la ley del más fuerte impera; y los inconformistas como Mickey Rourke siguen siendo parias, perdedores, excluidos e injuriados, insultados, aunque sean los que finalmente le muestran al mundo su verdadera cara, aportando hallazgos y reescribiendo las cosas, sin que después sean reconocidos como se merecen. Así son las cosas, todo el mundo lo sabe. Maldita sea.
Brillante, valiente película, y si la quieren ver, recuerden que ésta no la encuentran en Netflix.
"Year of the Dragon" es mucho más que un thriller de, digamos, acción, sin embargo de todas formas sigue siendo un thriller brutal, salvaje, contundente y rabioso narrado con la fuerza de un tren y rodado con el pulso de un maestro. Hay secuencias en que literalmente te cuesta respirar, imágenes imborrables que se graban a fuego en la retina. "Year of the Dragon" nos cuenta la historia de un altamente condecorado policía de New York, con el rango de capitán, que llega a encargarse de la comisaría ubicada en pleno Barrio Chino, justo cuando en estas angostas y rasgadas calles parece fraguarse una sangrienta guerra por el poder. Nuestro protagonista, interpretado poderosamente por Mickey Rourke, es un policía rudo y de métodos poco ortodoxos, un hombre dueño de un implacable e insobornable sentido del deber y del honor, pero sobre todo, es un hombre que nada a contracorriente y que no sólo se enfrenta a la violencia de mafiosos y pandilleros, ratas protegidas por los vacíos legales de un sistema indolente, sino que también a la corrupción, la hipocresía, la mediocridad y la cobardía de las autoridades, más preocupadas de sus pensiones y de las relaciones político-económicas, más preocupadas de no perder su ilusoria y fastuosa comodidad, que de cambiar las cosas para mejor, que de estar a la alturas de sus promesas y de sus supuestos valores éticos. Pero Cimino va mucho más allá: "Year of the Dragon" es una feroz declaración de intenciones cinematográficas y artísticas, políticas incluso, también un furioso alegato y/o denuncia en contra de unos "principios" que corroen, como vampiros o parásitos o virus, la integridad en todas sus formas, en todos los ámbitos. El policía interpretado por Mickey Rourke es un hombre enojado con todo, con todos; un hombre que no está dispuesto a seguir las reglas de un juego implantado por los domesticados de siempre, un tipo que no teme patear los testículos de lo establecido aún si eso significa que deba recibir cinco golpes de vuelta; es un hombre que está dispuesto a morir en la suya, de pie, a ir hasta las últimas consecuencias con tal de exponer las grandes mentiras de la sociedad: el tipo no va a transar aunque no le quede nada. ¡Cómo no va a estar enojado, si el mundo es una mierda y él es sólo un hombre, tan áspero como vulnerable, al que nunca le darán la razón ni mucho menos le permitirán triunfar! ¡Cómo no estar enojado, cómo no querer que se queme todo! Pero así son las cosas: los abusadores siguen arriba, detentando el poder, adueñándose del sudor, las lágrimas y la sangre de otros; la fría maquinaria sigue funcionando, se fortalece la endogámica red de amigos y protegidos; la injusticia prevalece y la ley del más fuerte impera; y los inconformistas como Mickey Rourke siguen siendo parias, perdedores, excluidos e injuriados, insultados, aunque sean los que finalmente le muestran al mundo su verdadera cara, aportando hallazgos y reescribiendo las cosas, sin que después sean reconocidos como se merecen. Así son las cosas, todo el mundo lo sabe. Maldita sea.
Brillante, valiente película, y si la quieren ver, recuerden que ésta no la encuentran en Netflix.
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