martes, 2 de enero de 2018

Black Mirror: Black Museum


Director: Colm McCarthy

Vaya decepción que me causan algunos directores y sus listas de lo mejor del 2017. La decepción no viene por las películas en sí, sino por lo limitado de sus elecciones; es como si sólo vieran las películas que hicieron los amigos o los otros directores de la lista, como si sólo vieran el catálogo de las distribuidoras en donde ellos mismos están metidos; ¿acaso no ven cine oriental, europeo, latinoamericano? Estas cosas me las espero de los estadounidenses, pero hasta los mismos europeos o latinos parece que sólo ven cine gringo, mainstream o indie, pero gringo al fin y al cabo (o, en su defecto, películas habladas en inglés y con repartos angloparlantes). Guillermo del Toro, de entre todo lo convencional de su lista, destaca una película mexicana llamada "Vuelven" (así como para no olvidar su tierra natal), que por la sinopsis y el trailer parece como una "Stranger Things" pero con niños mexicanos y monstruos que son metáforas de la narco-violencia. Y sería; el resto es "Lady Bird", "I, Tonya", "The Big Sick", "The Shape of Water", "Dunkirk". Un horror. ¿Esta gente ya no quiere descubrir nuevos autores, nuevos cines? Entre los europeos a veces salta por ahí "The Killing of a Sacred Deer" o "Call Me By Your Name", que de todas formas son películas de primera línea, de titulares. Poco riesgo veo en las listas de esta gente. De esto se salvan unos pocos. Sean Baker es uno de ellos: no sólo elige "apenas" cuatro películas (entre ellas un documental), sino que los títulos escogidos están lejos del mainstream y de las campañas grandilocuentes que hay tras varias favoritas. Luca Guadagnino también se salva, porque a pesar de que escogió veinte títulos, entre ellos encontramos nombres como los de Sergei Loznitsa, Agnès Varda, Hong Sang-soo, Barbet Schroeder, Sebastián Lelio, Hirokazu Kore-eda, incluso el del gran Rainer Werner Fassbinder; es cierto que el italiano también destacó "Alien: Covenant" o la de Matt Reeves o la de Nolan, pero oigan, no se puede decir que el hombre no fue más allá del mercado convencional. A Villeneuve y Adam Wingard les gusta "The Beguiled" versión Sofía Coppola... Pobres diablos. En lo personal, he visto 20 títulos estrenados el 2017. Si tuviera que elegir, me quedo con "Wind River", "mother!", "Logan Lucky" y hasta incluyo a "Kong: Skull Island". Lamento no tener más, pero acá no llegan tantos estrenos (sólo superhéroes, sagas, franquicias, qué quieren que haga) y si llegan buenos ("The Square", "Good Time") no tengo dinero para ir. Pero si tuviera la posibilidad de ir a distintos festivales del mundo e incluso de ser jurado en los mismos, posibilidad que gozan muchos de los 42 directores que se prestaron para tal ejercicio, créanme que ofrecería una lista mucho más estimulante y variada de lo que pude ver en el dichoso artículo.


"Black Museum" es el penúltimo episodio que vi porque... porque era más largo que los otros y porque funcionaba a modo de antología, y yo pensaba, si ya lo paso mal con los episodios que cuentan una historia, ¿cómo me iría con uno que cuenta ¡no una sino tres!? Además el director es Colm McCarthy, así que no, no, no... Pero había que verlo, ya que en estas estamos.
Así las cosas, comenzamos con una muchacha manejando por las carreteras eternas de Estados Unidos. La muchacha llega a una antigua gasolinera convertida en espacio de carga para autos eléctricos. Varios metros más allá la muchacha divisa una edificación llamada Black Museum. El cargador del auto dice que en tres horas estará al 100%, por lo que tiene mucho tiempo muerto que rellenar. A visitar el museo, se ha dicho. Es recibida por el dueño del edificio, el anfitrión de tan macabro y morboso espectáculo, que la guía por entre las diferentes atracciones del lugar. A propósito, en el Black Museum se exhiben gran cantidad de objetos, que fueron grandes (o fallidos) avances tecnológicos en su momento, tras los cuales palpitan trágicas historias de violencia y dolor. Sobra decir que todos los episodios anteriores de "Black Mirror" forman parte del mismo universo, toda vez que los objetos en exhibición son curiosos easter eggs que recuerdan, por ejemplo, a ese bodrio llamado "Black Bear" (menos mal el anfitrión no le contó esta historia, de lo contrario la muchacha se queda dormida ahí mismo, o mejor, incendia todo el puto lugar), o al primer episodio de esta cuarta temporada, pues ahí está esa cosa que transformaba el adn de una persona en una entidad virtual. Sin duda hay más, pero no tenía el más mínimo interés en ver qué maldita cosa hacía referencia a qué maldito episodio (o no quiero perder el tiempo numerando lo que alcancé a reconocer).
La primera historia que cuenta el anfitrión, que se llama Rolo (los gringos y sus nombres propios...), es sobre un doctor que, harto de perder pacientes por no ser capaz de identificar de forma certera los síntomas (ya sea porque el paciente no habla inglés, porque llega inconsciente, porque no tiene idea de nada), acepta ser el conejillo de indias de un interesante invento: un implante neurológico que le permite sentir exactamente lo mismo que todo quien lleve puesto un casco con miles de neurotransmisores en él. El aparatito es un éxito al principio; el doctor identifica sin problemas las dolencias de los pacientes, pero poco a poco el hombre prefiere utilizar el chip y el casco a beneficio personal. Este episodio le habría encantado a Park Chan-wook o al gran David Cronenberg, porque el doctor sufre un pequeño accidente del que sale convertido en alguien adicto al dolor, el dolor como placer, dolor propio o dolor ajeno... dolor que puede sentir gracias a ese casco. Ya podrán imaginar qué clase de cosas hará el doctor para gozar y gozar y gozar... Esta historia es una buena historia, en gran parte porque la idea no es de Brooker sino que de un tal Penn Jillette. Por lo demás, parece que las historias de "Black Mirror" quedan mucho mejor cuando duran no más de quince minutos, tiempo limitado que nos salva de la vacua palabrería de Brooker y obliga a que las tramas vayan al grano. Y el efectismo marca de la casa no queda nada de mal cuando se justifica en un narrador que básicamente se gana la vida gracias al morbo (Charlie Brooker debe ser igual de bastardo, manipulador y payaso que el tal Rolo Haynes), sea morbo morbo o morbo narrativo, incluso morbo intelectual y paranoico.
De la segunda historia lo interesante no es su previsible y repetido argumento sino la tecnología que introduce. Se nos cuenta la historia de una pareja que se enamora, se casa y tiene un hijo. A Ella la atropellan y queda en coma. A Él le ofrecen una salida: capturar la consciencia de Ella e insertarla en la mente, en la cabeza de él. Él sigue manejando su cuerpo y todo eso, pero Ella, además de ver lo mismo que Él, puede experimentar lo mismo: olores, gustos, tactos: sobre todo el abrazo del hijo, la voz del retoño, ver sus tiernos ojos por fin. Pero no todo es color de rosa; las peleas comienzan (si la gente pelea por vivir bajo el mismo techo, imaginen una pareja viviendo en la misma cabeza); para solucionarlo se les ocurre inventar que la consciencia pueda ir a parar a otra cosa, como por ejemplo un objeto inanimado (un peluche), y así Ella queda atrapada en un oso de felpa, y nada puede hacer porque no es una entidad física. Fin. La historia da lo mismo; como ven, está supeditada a la tecnología inventada, a que permita suscitar apuntes que luego puedan ser concretados al final. En otras palabras, a diferencia de la primera historia, ésta no tiene ninguna gracia por sí misma, se le nota lo artificial.
Ahora llegamos a la atracción principal: un condenado a muerte que "sobrevivió" a la silla eléctrica dado que el mismo Rolo Haynes, personaje también activo e importante en el devenir argumental de las dos historias anteriores (queda claro que el tipo es un cabrón inescrupuloso), guardó la mente del fiambre cocido en un pendrive para luego transformar ese archivo en un holograma que exhibe en un sector especial del museo. Nuevamente se habla de la posibilidad de la vida eterna, posibilidad tan milagrosa como aterradora en su infinitud, y la pregunta: ¿el ser humano puede ser reducido a mera información digital?, ¿la mente puede caber en un simple cógido informático o cibernético? ¿Es ético vivir en una realidad virtual? ¿Se puede, en verdad, vivir para siempre si de alguna forma la mente se puede conservar en un "recipiente"?
Y claro, la historia de la chica que maneja por la carretera y decide pasar el rato en un museo no podía ser simplemente la historia de una chica que decide pasar el rato en un museo luego de manejar por la carretera. Resulta que la visita no era tan improvisada y las razones de la misma quedan muy bien explicadas en un giro final sólidamente construido (es un giro coherente con el episodio, no un capricho efectista) que se desenvuelve con naturalidad y fluidez, rescatando los aspectos esenciales de las historias anteriores (las tecnologías inventadas; las preguntas que las mismas suscitan; el cuestionable rol de Rolo Haynes) para dar forma a un notable golpe final que, de por sí, tenía una lógica narrativa propia.
Ninguna maravilla, pero con los bodrios que hemos visto, se agradece que al menos algo tenga verdadera, aunque discreta, calidad narrativa.
Un episodio redondo; con creces, el mejor de la temporada.

...la pantalla de mi viejo celular no está rota...

2 comentarios:

  1. Hola Jimmy,
    Anoche vi el capítulo. A mí me encantó! Y es uno de los mejores episodios.
    Ojalá han guna quinta temporada.
    Un abrazo!

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    Respuestas
    1. Eh, Eowyn, el primer comentario del año!
      Indudablemente es un episodio redondo, coherente y muy bien pensado. Su giro final me gustó bastante.
      No creo que pierdan la oportunidad de continuar con la gallina de los huevos de oro. Ojalá los episodios sean más como este.
      ¡Abrazos y feliz año nuevo chino!

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