lunes, 9 de abril de 2018

Bleak Moments - 1971


Director: Mike Leigh

Antes que todo: ya he visto "Persepolis" dos veces, pero recién ahora, ¡ahora!, me vengo a enterar que la voz de la protagonista la hace Chiara Mastroianni y, más aún, que la voz de la madre de la protagonista la hace ¡Catherine Deneuve!, que como bien saben, en la vida real es la madre de Chiara Mastroianni. Interesante, ¿mmmmhhhhhh? Cambiando de tema: ¡Ja, Ja, Ja!, permítanme reírme, vaya ocurrencia Dios mío: ver una película en día domingo, claro, sí señor, oh cuánta ingenuidad. Como sea, terminamos esta interrumpida y dilatada segunda tanda dedicada al cine de Mike Leigh con ésta, su opera prima, como lo oyen, su opera prima, de hace casi cincuenta años, la cual dirigió antes siquiera de comenzar a trabajar en la televisión británica. La tercera tanda será más cortita en cantidad; ojalá podamos verla de un tirón. Y si no, bueno, así es la vida.


"Bleak Moments", al menos en tanto título, podría considerarse como una declaración de intenciones, porque la película, efectivamente, nos cuenta una seguidilla de momentos grises/desolados/sombríos (utilicen la traducción más adecuada, pero creo que se pueden hacer una idea de la idea) vividos por la protagonista, una secretaria, y las personas con las que se relaciona, ya sea su hermana (que tiene veintinueve años pero, producto de algún tipo de retraso mental, pareciera que aún no supera la mayoría de edad) o su amiga secretaria de la oficina donde trabaja, o Peter, el tipo que intenta cortejarla (es un profesor bastante creepy que parece más interesado en la hermana, créanlo), o Norman, un tipo que arrienda el garage de la protagonista para imprimir (con la tecnología de entonces, claro) una revista para la que trabaja y tocar la guitarra en sus momentos libres. Todo esto, claro, también es una declaración de intenciones cinematográficas porque ya desde su opera prima, Mike Leigh demuestra interés, y ciertamente aptitudes, para adentrarse en la vida interna de las personas, en sus psicologías, así como en las relaciones interpersonales y las esferas, públicas o privadas, que conforman. Desde luego, fiel a su título, la película es deliberadamente sobria y gris, con ritmo y tempo arriesgadamente pausados (no obstante la apuesta sale airosa) que retrata, frontalmente, a estos personajes increíblemente torpes en sus relaciones, personajes a los que les cuesta un montón demostrar sentimientos o decir lo que quieren, hablar por sí mismos, incluso sentir por sí mismos. La puesta en escena de Mike Leigh es claustrofóbica, genera espacios cerrados y asfixiantes, pero siempre manteniendo ese tono y ese ritmo comedido, no desesperante (aunque hay escenas en donde, particularmente gracias al profesor apestoso, uno se desespera en lugar de la pobre protagonista que, en vez de darle una patada en el trasero, prefiere mirarlo, callada, escuchando su fatua perorata de, igualmente, persona desesperada que no sabe qué decir -¡habla sobre el diseño de sillones como nuevo lenguaje!-, cómo comunicarse con una mujer a la que supuestamente quiere cortejar), como si el régimen de sometimiento ya fuera simple costumbre y nada más que hacer, para qué alterarse: a fuerza de rutina, las emociones se vieron aplastadas por estos gigantes bloques de horas perdidas y petrificadas uniformemente. No es cosa fácil contar una historia con personajes tan ensimismados que podría pensarse que no tienen nada en su interior, que son vacíos o superficiales, pero Leigh logra demostrar que estos personajes (algunos, por lo menos) sí tienen algo, aunque sea una casi extinta luz de humanidad y sueños y deseos, y con ello, con ese tesoro encontrado, el director también puede retratar el entorno que casi ahoga esa luz hasta su desaparición. No se dejen vencer por la pesada atmósfera de tensa quietud, pues a través de ella Leigh captura ese deseo de escapar y liberarse que brilla en los ojos de la protagonista, especialmente, y a pesar de esa pausa, de esa intencional sensación de monotonía, uno nunca deja de sentir ese subyacente flujo de frustraciones, gritos ahogados y deseos reprimidos que toda persona debe contener o suprimir. A propósito, me encantó la actriz que la interpreta, Anne Raitt, quien luego no siguió actuando en cine y continuó su carrera en la televisión británica, sin volver a trabajar otra vez con Mike Leigh. Una lástima, pues su mirada me parece poderosa y su rostro, tremendamente expresivo, sin mencionar que tiene una presencia que devora el fotograma.
Hay un diálogo que me gusta bastante, en donde el tímido y retraído (pero bonachón) tipo del garage, invitado a la casa por la solitaria protagonista, entra un poco en confianza y comienza a hablar cuestiones existenciales: "es suficientemente fácil saber lo que no quieres hacer, quiero decir, si tienes un trabajo y no es bueno, sabes que no es bueno ¿comprendes?... (...) No es realmente fácil saber lo que verdaderamente quieres hacer". Luego le pregunta a la protagonista que qué le gustaría hacer si pudiera hacer lo que sea que quiera, y ella responde "no lo sé. En realidad no lo sé". En esas líneas se condensa el conflicto, y la tragedia, de la película. Es triste, ciertamente, no saber lo que se quiere hacer (aunque no se pueda).
"Bleak Moments" es una excelente película de distancias y cercanías, de frialdades y simpatías, que muestra a un director certero y decidido respecto a lo que quiere filmar, narrar, ya capaz de establecer un discurso propio en tanto escritura y dirección cinematográfica. Es un trabajo bastante maduro y lleno de intenciones, que muestra la tragedia de quienes deben renunciar a sus vidas por tal o cual razón, continuando sus existencias por mera inercia.
Directo al grano, sutilmente poético y gran observador: no se pierdan este excelente debut.

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