lunes, 28 de mayo de 2018

River of No Return - 1954


Director: Otto Preminger

Uno de los dos westerns que vimos el sábado es "River of No Return", único western dirigido por Otto Preminger, el director de "Laura", que acá vimos y disfrutamos, aunque no sé si antes de comenzar el blog o después (y si fue después, supongo que en aquel entonces no me dio la mente para escribir algo medio decente).


Dos son las partes que me interesan y gustan de esta película: su primera media hora y sus diez minutos finales. En ambos segmentos, "River of No Return" es un western de tono elegíaco e imágenes cargadas de lirismo sobre personajes atrapados por el destino que, de alguna forma, buscan liberarse de tales ataduras. En cierta forma y en ciertas escenas me recordaba un poco a "Shane", que si mal no recuerdo se estrenó ese mismo 1954. Entrando en detalles, la película nos presenta a un Robert Mitchum que llega a uno de estos pueblos "beneficiados" por la fiebre del oro a buscar a su hijo, un muchacho que trabaja ayudando a la cantante y bailarina interpretada por Marilyn Monroe, mujer que sueña con presentarse en grandes y lujosos teatros y no ante un montón de pelafustanes hediondos a grasientas bolas sudadas. El muchacho sueña con el día en que su padre llegará a buscarlo, y Mitchum sueña con comenzar una nueva vida junto a su hijo, una vida tranquila, alejada del vicioso ajetreo de las ciudades, rodeada de los esplendores de la naturaleza. Así, durante esta primera media hora la película brillaba por esas sentidas y diáfanas interpretaciones (y por ende, por estos personajes magníficamente trazados y construidos), por estas preciosas imágenes de la naturaleza y por la exquisita puesta en escena de Otto Preminger, llena de clase y elegancia (si no me creen, disfruten con la primera presentación de Marilyn Monroe).
Por estas cosas de la trama, a Robert Mitchum le quitan todas las cosas que tiene y, tan sólo en la compañía de su hijo y de Monroe, decide perseguir al hombre que le robó todo para ajustar cuentas y cantarle sus verdades (y recuperar sus posesiones). Para ahorrar tiempo, no halla nada mejor que ir a la ciudad en la que sabe que el ladrón se aposentará a través del río en una maltrecha balsa que apenas si se puede aguantar a sí misma (falta de autoestima). Y claro, esta aventura no estará exenta de dificultades y situaciones bastante rutinarias, como el incipiente romance entre Mitchum y Monroe, o el acecho de unos indios cualquiera, o ciertas complicaciones derivadas de la ferocidad del río, al que los indios no llaman el Río de no retorno porque de repente les dé por ser poéticos.
Sin bajas que lamentar (pues claro), en los últimos diez minutos, como digo, la película recupera ese toque elegíaco y melancólico, y los personajes, que aunque todavía deben poner fin a sus disputas, también recuperan ese toque trágico de sus existencias, nuevamente ante la encrucijada de si seguir el camino impuesto por el destino o si quebrarle la mano al mismo y emprender rumbos diferentes. Ese movimiento de cámara, el dolly in hacia una Marilyn Monroe desamparada (y esa caminata previa, de espaldas a la cámara), es la perfecta muestra de lo mejor de este film bellamente rodado en CinemaScope.
Película de altos (y qué altos) y de medianos. En todo caso, siempre es un maldito placer ver a Marilyn Monroe en pantalla, y sobre todo a color, pues esos cristalinos ojos azules se ven más intensos que nunca.

2 comentarios:

  1. Una de las cosas que se te quedan después de verla (años después de verla) es a Marilyn cantando el leitmotiv de la película; no es poco.
    Saludos.

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    1. ¡Eh, gracias por pasar y comentar en el blog! Siempre es un agrado recibir nuevas visitas.
      Sin duda alguna, la presencia e imagen de Marilyn Monroe es imposible de borrar, y menos estando tan bien filmada como en esta película.
      Saludos y bienvenido.

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