Dirección: Béla Tarr & Ágnes Hranitzky
No es posible explicar con palabras lo que "El caballo de Turín", filme radical y atómico y visceral, significa para el cine, para el arte, para la gente. No somos dignos. Sencillamente, no somos dignos.
Contemplar el vacío nunca ha sido tan fascinante, estremecedor y rotundo como con esta obra magna del séptimo arte.
Para poner la nota algo ligera: me atreví a ver esta película teniendo un ligero dolor de cabeza, un poco de jaqueca, y de inmediato se me pasó, de repente me sentía completamente lúcido, como hechizado por estas devoradoras imágenes, por esta devastadora atmósfera, por esta pulverizadora energía, y por todas esas reflexiones y pensamientos que desprende el fotograma a cada momento. Durante el visionado, nada más importaba. Y sus dos horas y media se me pasaron volando (como las otras), en un puto suspiro: la película terminó y me decepcioné: quería más, todavía más: quería revolcarme en esa oscuridad, en ese silencio.
Obra maestra es poco.
Es poco. En mi opinión, la obra más grande de lo que llevamos de siglo. La historia del cine ya es demasiada historia para buscarle un lugar, pero ahí andaría seguro.
ResponderBorrarTarr dijo que ya no rodaría más. En fin, habrá que creerle...
Un saludo.
Es que después de destruir el mundo en la misma cantidad de días que dios lo creó...
BorrarEsta es una magnífica película para cerrar una filmografía, pero por otro lado, ojalá le den deseos de contar otra historia, que le pique el bichito del cine.
Saludos.