viernes, 27 de julio de 2018

Morir un poco - 1966


Director: Álvaro J. Covacevich


La opera prima de Álvaro Covacevich es una propuesta que yo compararía con "Menschen am Sonntag", en tanto ambas, valiéndose de personajes ficticios, lo que hacen es capturar y expresar la realidad y la cotidianidad de una ciudad de manera virtual y prácticamente documental. Así las cosas, no hay actores profesionales, la película se rodó en las calles, en las plazas, con sus verdaderos vecinos, sin argumento propiamente tal y sin diálogos que recuerde. El personaje es un Hombre Común que va al trabajo, que sale del trabajo, que mira vitrinas (que ofrecen cosas a las que jamás podrá acceder), que vuelve al hogar, que pasa por los precarios campamentos instalados en los cerros de Valparaíso, que va a una discoteca en donde los jóvenes bailan los ritmos de moda, que va a pasear a las playas de gente pudiente así como después lo hace en las playas de corte más "popular". El suyo es un seguimiento exigente y áspero en donde importa menos el valor dramático de la realidad capturada que el carácter conceptual e incluso filosófico, cual ensayo fílmico se tratase, de la imagen cinematográfica. Covacevich ensaya y explora las posibilidades del montaje, yuxtaponiendo escenarios opuestos para, por ejemplo, mostrar la pobreza casi absurda de personas que viven peor que los muertos, o sea, que los mausoleos de los cementerios son cien veces mejores que las pobres chozas en que se amontonan niños hambrientos que se la pasan jugando inocentemente, mujeres apaleadas por el sol y hombres secos por el polvo. Y después de eso aparecen los jóvenes que mueven el esqueleto, despreocupados, ajenos a todo, y ya ni hablar de los ricos y sus playas, sus trajes de baño, sus bikinis, sus resplandecientes sonrisas y esas esbeltas y pulidas figuras veraniegas dignas de revistas del corazón (en comparación con los cuerpos algo más "rellenitos" de la playa popular, o a lo mejor yo soy el superficial acá).
La crítica social, directa y rabiosa, pero extrañamente sutil: más que un ataque dirigido a los acomodados o a los indiferentes, es un también sentido llamado de atención. Y también está la dimensión algo más universal que tiene que ver con el protagonista: el Hombre Común, sin nombre conocido, sin pasado, sin ningún dato que nos ayude a conformar algún perfil; el Hombre Común, que está pero no está, que ve las cosas pasar sin hacer mucho, que acepta los límites de la realidad y la sociedad casi sin chistar, que obedece y no reniega de su domesticación. Que no ayuda a los pobres, que no baila con los jóvenes, que no hace vida social con la gente en la playa. Un seguimiento por las desigualdades, por sus luces y sombras, sus sonrisas y lágrimas, pero también por la angustia, la mediocridad, la futilidad del individuo común y corriente con su morir un poco, que no es sino dejar pasar los días, uno tras otro, dejando las cosas tal cual están, hacia la muerte. Y la Humanidad, claro, que se consume a sí misma con sus reglas, sus males, sus guerras, sus cadenas de producción, sus mercados, sus fronteras y sus límites... sus sociedades desiguales... sus individuos desencantados...
A menos que el protagonista, el Hombre Común, decida rebelarse, y con ello, prender una chispa, la chispa...
Curiosamente, "Morir un poco" fue todo un éxito en su estreno. Incluso la banda sonora, bastante buena, compuesta por el mismo director fue un éxito de ventas. Me llama la atención su buen recibimiento masivo dado lo poco convencional de esta propuesta, menos convencional que, por ejemplo, "Tres tristes tigres", que por entonces no tuvo un memorable paso por las salas de cine chilenas.
La pueden ver acá, en este enlace.

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