Director: Andrei Tarkovsky
Iba a comenzar de otra forma, y lo haré luego de esta aclaración, es que no me podía aguantar: tenía mis dudas, mis sospechas, pero sí, lo acabo de confirmar: Nikolai Burlyaev, que acá interpreta al protagonista, a Iván, también interpreta a Boriska, el adolescente de "Andrei Rublev" que, a base de pura obstinación y confianza y empeño y sana megalomanía, construye esa maldita campana que nadie más pudo hacer salvo él, porque sólo unos pocos Boriskas están dispuestos a vivir y morir en su ley, haciendo su arte, llevando su arte hasta las últimas consecuencias, a no olvidar esa furia, esa ira, ese lust for life que tan ferozmente romántica define Lana Del Rey que nos mantiene vivos (ja, ja, tampoco pude evitar esa referencia, pero me encanta Lana Del Rey, es una artista con todas sus letras, de otro mundo, y no puedo sino sentirme transfigurado por sus canciones y letras, que no dejan de apuntar a lo mismo, si bien con un poco más de optimismo desde aquel bello álbum).
Qué sería de este mundo sin los Boriskas: su campana está confeccionada del material con que se hacen los sueños.
La infancia de Iván no existe. No es más que un sueño, un recuerdo lejano, roto en mil pedazos por detonaciones de guerra y muecas de espanto, de horror, de muerte. Iván es un niño, pero no tiene infancia, su infancia no existe y de ella sólo quedan retazos, líneas borrosas. Es un sueño, ya lo hemos dicho, un anhelo. Iván no es nada, en resumen: es un ser humano, pero no es nada sino lo que los demás ven en él, y eso que ven en él es miles de infancias perdidas. Deseos de paz, de calor, de vida. De volver al regazo materno, a la inocencia pura, a la ingenua felicidad. Infancia, acaso la humanidad, sea lo que sea, en su ideal, antes de pudrirse y convertirse en un infierno. Y "La infancia de Iván" es un constante contraste entre ese sueño, esa infancia, y la dura realidad, la realidad de la guerra, cruel y letal en ese silencio, en esa quietud, en esa inacción que explota puntualmente dejando estragos inevitables a su paso. No es esta película una película bélica ni antibélica. Es el retrato, la crónica de la cotidianidad de personajes comunes y corrientes, de carne y hueso, que están atrapados en la guerra, y el relato consiste básicamente, más allá de su bien desarrollado y narrado arco argumental (que en todo caso no es lo esencial del conjunto, sí un excelente conductor), en seguir la vida, el día a día, de un grupo de militares, soldados u oficiales, que se relacionan con Iván y la luz que él representa, la esperanza que él representa, la ilusión que lleva impregnada en su cuerpo infantil habitado por un alma atormentada, que es el tormento de todos a fin de cuentas, más aún cuando Iván no está cerca y por alguna razón ellos continúan con sus vidas (con la guerra), pero extrañamente dislocadas, como si les faltara algo, un vacío que intentan suplir con ingenuas amistades o seducciones o cualquier ilusión cuasi pueril, porque sin Iván es como si no quedara nada. Es una película sutil pero tan dolorosa y rabiosa y desgarradora como cualquier otra película de Tarkovsky, el dolor hecho poesía, aunque no con esa concepción cinematográfica que el director comenzaría a pulir y depurar definitivamente a partir de "Solaris" ("Andrei Rublev" se acerca más al crudo y sucio y cruento lirismo de ésta), pero igualmente repleta de imágenes cargadas de mundos, emociones y reflexiones.
En realidad, para qué me miento, también podría ser "La infancia de Iván" mi película favorita de Tarkovsky. Cualquiera de las que he visto podría serlo, aunque pasar una semana junto a su obra por poco completa pueda resultar satisfactoriamente (y casi emocionalmente) agotador.
Nada más puedo agregar.
En realidad, para qué me miento, también podría ser "La infancia de Iván" mi película favorita de Tarkovsky. Cualquiera de las que he visto podría serlo, aunque pasar una semana junto a su obra por poco completa pueda resultar satisfactoriamente (y casi emocionalmente) agotador.
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