lunes, 25 de mayo de 2020

Le Mépris - 1963


Director: Jean-Luc Godard


No sé si yo tengo una mala definición de la palabra o qué, pero no entiendo que se diga que Godard sea pedante, o que su cine sea pedante, me parece todo lo contrario, su cine me parece intensa y profundamente humano, honesto, incluso sentimental (no en el sentido cursi del término), o mejor dicho apasionado, como si fuera el vehículo ideal para transportarnos, para ofrecernos paisajes distintos, para transmitir sus ideas y sensaciones, sus dudas y certezas, sus penas y alegrías. Godard no busca la distancia, busca la conexión. Que experimente con las posibilidades del cine es natural, puesto que adentrarse en el lenguaje cinematográfico es también adentrarse en el lenguaje humano, en ese intrincado laberinto en cuyo centro, al parecer, se encuentra la verdad. Que su filmografía sea tan larga y variada como su vida, parece confirmar la fusión entre hombre y cine en tanto arte y técnica. Al menos el Godard de la nueva ola.
"Le Mépris" es algo tan sencillo como hondo y punzante. Narra la desintegración de un matrimonio, luego de que, todo de manera implícita y tácita, Michel Piccoli (que murió hace unas dos semanas más o menos, uno de los últimos grandes actores franceses que iban quedando de aquella gloriosa época; por cierto, Piccoli y yo nacimos el mismo día, jo, jo) deje sola a su esposa, Brigitte Bardot, con un productor gringo (Jack Palance) para que, bueno, quién sabe. Luego de eso (de qué, ah, de qué) nada vuelve a ser lo mismo, y el derrumbe de una cosa es también el derrumbe de más cosas, como un efecto en cadena. Esto le sirve a Godard para, oh en fin, elaborar algo más grande, un juego de espejos, de múltiples lecturas, en donde se reflejan la hipocresía, el ansia, las pasiones, etc., en tanto otros personajes revolotean alrededor, desnudando los sueños o fracasos mutuos, que bien podrían ser los sueños o fracasos del cine mismo. Entre medio hay un intento de adaptación de La odisea de Homero, conflictiva adaptación, nadie parece ponerse de acuerdo, ni el productor, ni el guionista (Piccoli, entre mercenario y autor, otro flanco que lo derrumba) ni el director, interpretado por Fritz Lang, cuyas palabras encierran la clave de todo, aunque nadie parezca escuchar a un maestro como él. Miren, no vale la pena que yo venga a intentar analizar las capas de este magnífico film, es un placer ver y escuchar a Lang, ver ese intento de La odisea, adentrarnos en eso tan obvio a la vez que inexplicable como lo es el desprecio, sea el desprecio de una mujer por su esposo (por dejarla sola, como si fuera un objeto o un pedazo de carne para un buitre, acaso por verlo débil ante ese buitre, por verlo sucumbir al vil dinero), sea el desprecio de un hombre a sí mismo por no ser el artista que quiere ser, sea el desprecio de Godard por una industria que no entiende las posibilidades del arte o de un arte, en fin... Si esto no es ser honesto, no sé qué puede serlo. Si esto no es cine, entonces no sé qué puede serlo...
Magnífico Scope, magnífica banda sonora, magnífico reparto, magnífica puesta en escena de Godard, ya lo dije: magnífica película.

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