viernes, 29 de noviembre de 2019

The Irishman - 2019


Director: Martin Scorsese


El sábado pasado fui a ver "The Irishman" al cine, por supuesto, porque con Netflix acá no queremos nada. Mucho pensar, mucho cavilar, mucho meditar y mucho concentrarme en el blog me han hecho tomarme mi tiempo para comentar esta película (y esperaba su lanzamiento multimedia para poder sacar capturas), mi mente y mi ánimo constantemente preocupados de otros asuntos, siempre oscilando entre la angustia y lo que más se acerque a la esperanza. Ya lo he dicho: una bola de fuego hecha de confusión, ira y tristeza.

Con el dolor de alma de la gente buena y consciente, recibimos dos noticias terribles: el muchacho que recibió deliberadamente disparos en sus dos ojos, finalmente, perdió la visión por completo (algo que se intuía, pero cuya confirmación igual se siente como un mazazo en el corazón), y el martes en la noche, una mujer que se dirigía a su trabajo recibió, de nuevo deliberadamente, en pleno rostro, el disparo de una bomba lacrimógena que, a la postre, además de desfigurarle la cara, hizo que también perdiera ambos ojos. ¿Por qué esos asesinos y violadores sanguinarios le dispararon? Parece que ni siquiera hay que manifestarse pacíficamente para ser víctima de esos monstruos de verde, que a estas alturas son una verdadera organización criminal y terrorista. Pensemos: han detenido a más de diez mil personas desde el comienzo del estallido social, y sin embargo ¿han disminuido los saqueos e incendios a supermercados, hoteles y demás edificios? En lo absoluto. Al contrario, multitud de videos y testimonios de testigos constatan algo ya sabido: los policías permiten y avalan los saqueos; pueden estar a un par de cuadras y como si nada, dejan que la cosa ocurra y después de media hora o una hora completa, se apersonan en el lugar de los hechos. En lugar de eso prefieren golpear, disparar, mutilar y violar manifestaciones pacíficas y, como se ha visto, personas que ni siquiera participan de algún tipo de protesta (un hombre que esperaba micro fue secuestrado y violado por un policía, en un furgón policial, para luego ser arrojado y abandonado en una calle cualquiera). Que los policías y militares quemaron las estaciones de metro y micros no es secreto para nadie: su actuar es de manual. Que somos víctimas del terrorismo de estado es innegable. Volviendo a la mujer, trabajadora y madre de un hijo cuyo rostro no podrá ver nunca más, mientras yacía inconsciente luego de ese disparo en el rostro, ¿qué hizo la policía? Adivinen: en vez de prestar ayuda, lanzaron otra bomba lacrimógena a los vecinos y vecinas que valientemente se acercaban a prestarle ayuda. Uno o dos días después, parlamentarios del oficialismo se sacan una foto sosteniendo, con caras de profundo pesar, fotografías de... ¿esa mujer y del muchacho cuyos ojos fueron mutilados por la policía?, ¿los detenidos desaparecidos de quienes, en democracia, aún no se sabe nada, ni paradero o estado vital?, ¿los heridos y heridas, los golpeados y golpeadas, los violados y violadas? No, esos honorables sostenían fotografías de edificios en llamas: tales son sus prioridades. Vergonzoso es decir poco. Y algunas declaraciones desafían toda lógica: a estas alturas uno pensaría que esa gente se cuidaría de provocar a la población con sus estupideces cacareadas en público (recuerden que algunas declaraciones que terminaron de avivar el fuego de la rebelión fueron, por ejemplo -y parafraseo de memoria-: "quien madruga será ayudado a través de una tarifa más baja", o esta otra: "para los románticos, el precio de las flores ha bajado, así que compren flores"), pero en comparación, esta semana han escupido perlas que no debemos olvidar: el intendente de Valparaíso dijo, en resumidas cuentas, que mantener el orden público se hace sumamente difícil porque deben respetar los Derechos Humanos, lo cual los limita un montón. Una periodista le preguntó al director de Human Rights Watch si se podía restaurar el orden público sin pasar a llevar los Derechos Humanos, porque tales cosas parecen incompatibles (el director le respondió, básicamente, que sí deben ser compatibles, pues de eso se trata la democracia). El subsecretario del Interior se quejó porque una corte de justicia prohibió el uso de balines a los policías, diciendo que tal medida promueve el uso de armas letales (no se pudo comprobar si tuvo una erección al momento de amenazar con herir letalmente civiles que se manifiestan pacíficamente). Un, ejem, "intelectual de derecha" dice que, para mantener la seguridad pública, habrá que tomar medidas muy duras, con alto costo en vidas humanas. Eso lo dijo en un matinal, uno de esos programas que esta semana ha invitado a peligrosos fascistas que, a sus anchas, con plena libertad, siembran el odio y la ignorancia. Hoy un tipo dijo que los Derechos Humanos no son importantes y que no se violaron los Derechos Humanos durante la dictadura del tirano asesino narcotraficante y traficante de armas. Por tal barbaridad, le dijeron que dejara el panel. Más tarde, el editor de ese canal de televisión sacó un comunicado pidiéndole disculpas a ese mismo negacionista, herido en su libertad de expresión. Curiosamente, el dueño del canal, que dice no intervenir en las decisiones editoriales, twitteó que fue un error invitar a ese despreciable ser y le pidió disculpas a los televidentes. Coincidencias de la vida: el dueño del canal y el editor del canal, son padre e hijo. Supongo que cuando se reúnen a almorzar, el padre no le dice a su hijo cómo manejar el canal, en cualquier caso, públicamente, le quitó el piso. Así ha sido esta semana. Algo bueno y poderoso ha salido, eso sí: esto. Si lo escuchan en su ciudad, cualquiera parte del mundo en que vivan, no se sorprendan, ah.
De Bolivia, a través de la prensa convencional lo único que se ha sabido es que retomaron el campeonato local de fútbol (algo que acá estaban desesperados por hacer). De Colombia, ni pío han dicho.

Ahora hablemos de "The Irishman" (gracias por la paciencia en todo caso, no puedo hacer como que no pasa nada).
Me ha gustado, pero no la considero una obra maestra, como tanto se ha dicho. Antes que todo, no la considero una película de mafiosos, lo que le juega mucho a su favor. Es una historia que involucra mafiosos, sí, con políticos y policías corruptos, y sindicalistas corruptos y mucha corrupción. Pero no la considero una película de mafiosos y no pasa nada malo con que "sólo" sea un drama, de criminales, pero drama al fin y al cabo. Menos una épica gangsteril que un drama, intimista e introspectivo, de ancianos al borde de sus días.
El supuesto repaso histórico no me parece gran cosa; de hecho, a parte de la mención casi tangencial de la elección y posterior asesinato de Kennedy (además del mito de Hoffa), apenas se presta atención a la historia estadounidense y algunas menciones son tan someras que me sorprende que la gente hable, por ejemplo, de la pequeña mención a la guerra del golfo (que se muestra durante cinco segundos) como si fuera una maravilla narrativa. Después de todo, todo ocurre dentro de la burbuja de los criminales y de ahí apenas salimos. ¿Y Reagan? ¿Y el Watergate? ¿Y Bush padre? Algo me dice que a Scorsese le importaba un verdadero pepino esto del "gran relato americano", lo cual está bien, porque su monumental metraje (el cual, amén del montaje y del ritmo con que Marty filma sus imágenes, se pasa volando, ágil como una gacela -ejem-, manejando el tiempo cinematográfico a gusto) se centra más, mucho más, en la intimidad de los personajes, particularmente de Frank Sheeran y sobre todo de Jimmy Hoffa, magníficamente interpretado por Al Pacino (a su lado, De Niro, aunque admiro su labor y su notorio compromiso con el personaje y la película, se ve muy limitado). Esto me queda claro cuando llegamos al momento de la misteriosa desaparición de Hoffa (base de muchos mitos y leyendas, como la más célebre: que su cuerpo fue enterrado bajo un campo de fútbol americano), narrada casi sin darle importancia a los detalles del hecho, quitándole lo mítico, reduciéndolo casi a un hecho tan banal como cualquier otro asesinato, pero realzando lo particularmente humano de esta ejecución específica: lo terrible de asesinar a un amigo, la angustia del tiempo que pasa y anuncia lo inevitable, pero sin dudarlo ni por un segundo, pues así son las cosas, así es el trabajo, así son los hombres. También me gusta la lectura o la interpretación que señala que Scorsese elabora casi una revisión de su propio trabajo, de su cuerpo cinematográfico, como una carta de despedida (aunque sepamos que el viejo Marty no dejará de hacer cine hasta su último suspiro) o una carta de amor de quien lo ha dado todo por su labor, que vive y muere en su ley, no dispuesto a claudicar ni poner la rodilla ante nadie. Acaso Scorsese se identifique más con Hoffa (o el personaje de Hoffa: su personaje de Hoffa) que con Sheeran y la pandilla de mafiosos, si bien es Sheeran el protagonista y es él quien lleva a cabo el ejercicio introspectivo. En todo caso, como todo en la vida, Hoffa y Sheeran acaso representen las luces y las sombras de Scorsese, quien, con alegría y con dolor, observa sus altos y bajos.
Fuera de esto, la película me parece bien dirigida, bien escrita y bien interpretada (con la energía marca de la casa), pero nada del otro mundo, otra historia de gente al otro lado de la ley contando los pormenores de sus actividades, personajes y hechos notables, con momentos solemnes y otros de humor, algo más serena de lo que cabría esperar (lo cual me parece positivo, pues aporta a esta atmósfera introspectiva), con la innegable efectividad de su director, pero sin la maestría o el riesgo suicida que ha demostrado en otros filmes más memorables.
Si pueden verla en un cine, véanla en un cine.

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