Hoy es un día típicamente invernal, un día con frío, un frío helado que aprovecha cada pequeño hueco de tu casa para introducirse y morderte la espalda, un día gris y apagado, un día lluvioso, lluvia persistente aunque no demasiado intensa, si bien de todas formas se las arregla para revivir la vieja gotera que se resiste a ser reparada. Dentro de casa, nada mucho que hacer. Luego de despertar a las 13, bueno... Ya son las 19, así pasan las horas.
El miércoles originalmente me tocaba mi segunda dosis de AstraZeneca, pero como hubo problemas con un sujeto (aunque conociendo la escandalosa e impune falta de transparencia del gobierno de Piraña, que por cierto hoy sumó un nuevo capítulo al conocerse que la primera mujer con la variante delta del covid en el país no hizo ni cuarentena ni se hizo exámenes PCR al ingresar al país, como se nos dijo en cadena nacional, en resumen, conociendo esa falta de transparencia y respeto por sus propias "medidas" sanitarias, quizás más de una persona tuvo problemas con la vacuna inglesa y por eso decidieron suspender su uso en hombres menores de 45 años), mi segunda dosis se postergó en dos semanas, además de que ahora me vacunaré con la segunda dosis de la Pfizer, que según me dijo mi madre, sus colegas, conocidos de esos colegas y una modesta cantidad de testimonios en redes sociales, pega fuerte, bien fuerte, lo cual es el colmo de la buena suerte para mí, dado que la primera dosis de la AstraZeneca también me pegó fuerte, tal como lo dije cuando volví a hablar en este pobre blog abandonado. Es decir, tendré la fortuna de recibir dos dosis fuertes. Así es la vida, es lo que corresponde hacer de todas formas, especialmente si quiero recuperar cierta normalidad, cierta rutina y, sobre todo, cierta independencia económica para satisfacer mis vicios nobles y también los innobles. Por cierto, se renovó el maldito Estado de Excepción, lo que implica que, entre otras cosas, el puto toque de queda seguirá siendo utilizado, lo cual arruina mis planes. Todo bien, ¿no?
Mientras tanto, sigo enganchado con las desventuras de Sykkuno/Yuno en el mundo NoPixel. El otro día falló su primer hack, ya veremos cómo sigue la cosa.
Hoy, desde luego, hablaremos de la tercera parte y final de la trilogía egoísta de Antonio Altarriba y Keko, tercera parte titulada "Yo, mentiroso", acaso la más ambiciosa de todas (al menos es la más larga, con casi 180 páginas).
Primero que todo, nuevamente debo señalar que, si bien se puede leer "...Mentiroso" sin haber leído las otras dos historias previas, es definitivamente preferible conocer esas historias para no confundirse con algunos personajes y acontecimientos que en esta tercera parte se introducen en la historia sin menor explicación, dado que es natural asumir que el lector ya conoce dichos personajes y sucesos ocurridos con anterioridad. En realidad es imprescindible haber leído "Yo, asesino" y "Yo, loco" para poder cerrar de manera más satisfactoria y cabal esta trilogía.
El autor señala, al inicio de este cómic, que cualquier parecido con la realidad es insidiosa (o alguna palabra similar) coincidencia. Supongo que mis amigos y visitantes españoles captarán personajes, situaciones y críticas mucho mejor que yo, que vine a darme cuenta completamente de lo que estaba leyendo no tan temprano, je, je. El caso es que el protagonista es un poderoso pero sombrío asesor comunicacional que trabaja para el presidente de un partido derechista que, además, está podrido por la corrupción, una corrupción que no puede controlar en lo absoluto. Así, mientras este asesor trabaja leal y esforzadamente para salvar a su presidente de la furia popular y de los tejemanejes políticos (que incluye un opositor socialista que quiere hacerle una moción de censura o algo así), también deberá resolver, aunque no sea policía, un espeluznante caso en donde tres concejales son asesinados y sus cabezas aparecen preservadas en frascos. ¿Fueron los poderosos del partido? ¿Fue alguien más? Así, entre los laberínticos chanchullos del Partido oficialista, que ya parece distanciado de este presidente débil y pusilánime, el caso policial y los embates de todas las fuerzas políticas, el protagonista sufre problemas personales y dilemas morales que respectan a su propio futuro, además de reflexiones sobre la verdad, sobre la mentira, sobre la política, sobre la justicia, etc. Esto suena a sinopsis cargada de lugares comunes, pero qué le puedo hacer. La trama está contada con precisión de thriller, los personajes son retratados y dibujados, a pesar de todo, con humanidad (no como caricaturas mesiánicas o súper malvadas), el arte de Keko mantiene un perfecto equilibrio entre un dibujo realista y cierta magnificencia simbólica (y, si en las entregas anteriores sobre el blanco y negro destacaban los colores rojo y amarillo, respectivamente, acá es el verde el que agrega capas de observación y de significado), y en general la escritura de Altarriba siempre mantiene una calidad magnífica que no se contradice, que no se desequilibra y que, en el presente caso, con los consabidos riesgos de construir un relato tan inspirado en la realidad (especialmente en una realidad tan presente aún, o mejor dicho reciente), no cae en la proclama simple, en el alegato panfletario (aunque acá se dispara contra todos), al contrario, Altarriba elude inteligentemente la denuncia somera y obvia, más bien extrae el carácter literario de esa realidad para (re)construir un relato/retrato sobre la naturaleza humana. Todo ello con una historia bien contada, bien relatada y bien resuelta, con una que otra macabra sorpresa o giro argumental (especialmente si ponemos atención a todo lo que proviene de los otros dos cómics), que concluye como una obra grande debe concluir: dejando cabos sueltos, puertas abiertas, para que esos fantasmas acechen al lector y se extienden en el imaginario. Estos personajes siguen viviendo y sufriendo, más aún si se inspiran insidiosamente en la realidad.
Altamente recomendable trilogía de cómics de parte de un autor del que seguiremos hablando, porque "Yo, asesino", "Yo, loco" y "Yo, mentiroso" no es lo único que hemos leído de Antonio Altarriba.
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