Director: Béla Tarr
La tercera película de Béla Tarr, ya de vuelta al blanco y negro, es también una vuelta a la mirada crítica, feroz y punzante de su opera prima, una cruda y directa observación de la realidad, de la cotidianidad, narrada a través del día a día de un tambaleante y tormentoso matrimonio, a modo de crónica, de retrato tan psicológico como social, en donde el director desnuda de forma despiadada, pero con compasión y empatía, las inseguridades, las ambigüedades, las contradicciones, los sentimientos de culpa, el hastío, el cansancio, el abatimiento, entre un hombre y una mujer que ya no se entienden, que sucumben a la presión de la responsabilidad y de sus propias frustraciones, que buscan escapes y sólo llegan a callejones sin salida, que tienen distintas formas de ver la vida y el futuro, pero pocas herramientas con que lidiar el presente. Béla Tarr no apunta nada con el dedo, no explicita las cosas en un sentido expositivo; son estos personajes, es su realidad extraída brutalmente, la que nos muestra todo, la que se introduce en nuestras retinas, que no pregunta si te gusta o no lo que ves, porque es lo que hay, todo lo que cae sobre estos personajes; el director únicamente captura una cotidianidad y, más importante, la expresa en imágenes, la expresa cinematográficamente, la dota de este sucio y transparente lirismo del descontento vital. Claro, este estilo "casi documental" contrasta notoriamente con aquella cuidada estilización de sus obras más conocidas y aclamadas, sin embargo no considero, cuestiones formales aparte, que esta primera parte de la filmografía de Béla Tarr sea muy diferente de su período posterior y más reconocido: primero, de todas formas estos relatos son complejos y profundos retratos sobre la condición y la sociedad humanas, de fuertes tintes existenciales (el vacío y la obscuridad toman otras formas en estas primeras historias más "populares"); y segundo, aunque ese simplista término de "cine realista" pueda sugerir una ejecución formal poco cuidada, a la mala, llegar y filmar y que sea lo que sea, en estas tres primeras películas destacan esos ejercicios/experimentos que Béla Tarr desarrolla con el tempo de las imágenes, el ritmo de las secuencias/escenas, la duración de los planos, la presencia de los silencios y de la nada, los tiempos muertos creando mundos asfixiantes que existen y que rodean a sus personajes y que no se pueden evitar, aquella materialización de la futilidad e inutilidad de las cosas, sí, lo difícil que es existir, lo pesado de la existencia a veces, sólo que acá no lidian con el fin, con la oscuridad, con el vacío total, sino que con la escasez de recursos, la falta de tiempo para descansar y realizarse, el desequilibrio en las tareas domésticas, la indiferencia e incomprensión de la pareja, la monotonía de la rutina y el tono gris de todos los días...
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