Director: Laslo Benedek
Del mismo modo en que se puede oír el rumor del oleaje, las melodías del mar a kilómetros de distancia, o el retumbante sonido de una estampida de 2500 cabezas de ganado dirigidas por Alvarez Kelly, es posible escuchar el ronroneo salvaje de docenas de motocicletas lamiendo el seco asfalto de la carretera, es posible presentir las vibraciones de esos motores y de esas almas perdidas, rabiosas como un perro apaleado que teme y odia a sus agresores, en la planta de tus pies y en las yemas de tus dedos, hasta en el latir de tu corazón o en la inquietud de tus entrañas, que sordamente claman, gritan, advierten: habrá problemas.
Chaqueta de cuero, gorra cuidadosamente ladeada, gafas negras que esconden un abismo y reflejan otros cuantos, inconmovible y altiva expresión en el rostro, en la parte trasera de su chaqueta unas letras, el símbolo de su destino, y sobre él, sobre su persona, un nombre: Johnny, delicioso muchacho de penetrante mirada (de esas que causan cosquillas, leves estremecimientos), la música en las venas y veneno en la sangre, el sex appeal por las nubes, nada por lo que luchar y por ende un mundo que destruir. Él y el temblor que carga a su paso llegan a un pueblo, un pequeño pueblo cuyo nombre no importa, uno de esos pueblos tan tranquilos que inevitablemente sobreviene el infierno, como aquel otro, de nombre igualmente extraviado en las dunas de la memoria, en el que el mismo Marlon Brando, con una década encima, hace de sheriff hastiado pero de una firme rectitud moral, debiendo controlar otro caos provocado por la insensatez moral devorada por la violencia, si bien acá es el joven Johnny, el gran Johnny, el líder Johnny, dispuesto a romperlo y quemarlo todo para demostrar que los demás están equivocados sobre él, aunque ni él mismo sepa mucho sobre sí mismo, pero después de cierto tiempo, ¿acaso importa?
Curiosamente, el personaje más salvaje es el de Mary Murphy, la agraciada y responsable muchacha que trabaja en el café-bar del tío, la muchacha que responde bien, con modales, que viste con elegancia y recato, que repudia la violencia e impudicia de Johnny y los suyos, quizás por su esmerada educación, pero no, no es por eso, acaso ella sea más salvaje que él, más libre que él, al menos sabe qué desea y qué no: que alguien llegue, la mire a los ojos y de una sola mirada le diga "chica, vámonos", y ella, con miedo y aprensiones, "vamos", su propia onda eléctrica aviva sus huesos, sus músculos, sus labios, sí, esos labios o dulces o amargos pero inevitablemente deliciosos que te derretirían de adentro hacia afuera. Su rebeldía la construye; la rebeldía de Johnny lo destruye.
De qué otra forma van a despertar las acomodadas y adormecidas masas si no es con un mazazo en forma de amoralidad total que les explote en la cara y en las retinas, que les rompa en mil pedacitos los vidrios de sus vitrinas, que borre o confunda los rastros de sus egos, que resquebraje los cimientos de sus valores éticos, que se muestren como un espejo deformante deseoso de devolver una imagen grotesca e infamante para miradas poco avezadas, pero de una profunda y decisiva transparencia para individuos capaces de observar más allá y más acá, o si no, cómo es que la interacción más crucial y memorable entre él y ella, no sea un beso, un abrazo o siquiera una barroca promesa, sino que una mirada, a los ojos, innecesarias las palabras, una mirada que lo expresa todo y que concluye una de esas jornadas difíciles de olvidar. Una de esas grandes películas, ese cine que amaremos sin importar qué porque acá también somos ride or die, whether you fail or fly, well shit at least you tried.
Cla-si-ca-zo.
Chaqueta de cuero, gorra cuidadosamente ladeada, gafas negras que esconden un abismo y reflejan otros cuantos, inconmovible y altiva expresión en el rostro, en la parte trasera de su chaqueta unas letras, el símbolo de su destino, y sobre él, sobre su persona, un nombre: Johnny, delicioso muchacho de penetrante mirada (de esas que causan cosquillas, leves estremecimientos), la música en las venas y veneno en la sangre, el sex appeal por las nubes, nada por lo que luchar y por ende un mundo que destruir. Él y el temblor que carga a su paso llegan a un pueblo, un pequeño pueblo cuyo nombre no importa, uno de esos pueblos tan tranquilos que inevitablemente sobreviene el infierno, como aquel otro, de nombre igualmente extraviado en las dunas de la memoria, en el que el mismo Marlon Brando, con una década encima, hace de sheriff hastiado pero de una firme rectitud moral, debiendo controlar otro caos provocado por la insensatez moral devorada por la violencia, si bien acá es el joven Johnny, el gran Johnny, el líder Johnny, dispuesto a romperlo y quemarlo todo para demostrar que los demás están equivocados sobre él, aunque ni él mismo sepa mucho sobre sí mismo, pero después de cierto tiempo, ¿acaso importa?
Curiosamente, el personaje más salvaje es el de Mary Murphy, la agraciada y responsable muchacha que trabaja en el café-bar del tío, la muchacha que responde bien, con modales, que viste con elegancia y recato, que repudia la violencia e impudicia de Johnny y los suyos, quizás por su esmerada educación, pero no, no es por eso, acaso ella sea más salvaje que él, más libre que él, al menos sabe qué desea y qué no: que alguien llegue, la mire a los ojos y de una sola mirada le diga "chica, vámonos", y ella, con miedo y aprensiones, "vamos", su propia onda eléctrica aviva sus huesos, sus músculos, sus labios, sí, esos labios o dulces o amargos pero inevitablemente deliciosos que te derretirían de adentro hacia afuera. Su rebeldía la construye; la rebeldía de Johnny lo destruye.
De qué otra forma van a despertar las acomodadas y adormecidas masas si no es con un mazazo en forma de amoralidad total que les explote en la cara y en las retinas, que les rompa en mil pedacitos los vidrios de sus vitrinas, que borre o confunda los rastros de sus egos, que resquebraje los cimientos de sus valores éticos, que se muestren como un espejo deformante deseoso de devolver una imagen grotesca e infamante para miradas poco avezadas, pero de una profunda y decisiva transparencia para individuos capaces de observar más allá y más acá, o si no, cómo es que la interacción más crucial y memorable entre él y ella, no sea un beso, un abrazo o siquiera una barroca promesa, sino que una mirada, a los ojos, innecesarias las palabras, una mirada que lo expresa todo y que concluye una de esas jornadas difíciles de olvidar. Una de esas grandes películas, ese cine que amaremos sin importar qué porque acá también somos ride or die, whether you fail or fly, well shit at least you tried.
Cla-si-ca-zo.
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