miércoles, 6 de febrero de 2019

I Vinti - 1953


Director: Michelangelo Antonioni


En marzo de 1950, en alguna calle de Valparaíso, una señora descubrió un vehículo, un taxi, que chorreaba sangre desde el cerrado maletero; su gato, criatura que la condujo al macabro escenario, bebía de ese líquido rojo que ya formaba su espesa luna en el cemento de la calle. Los carabineros abrieron el portaequipaje y descubrieron el cuerpo del taxista, asesinado de un disparo a quemarropa en la cabeza, y que, a juzgar por el color de la sangre y por el hecho de que aún manaba de la mortal herida, muerto hace no muchas horas (deducción: su agonía fue larga). El caso, como suele ocurrir, causó conmoción pública y todo mundo se preguntaba quién podía ser el asesino, el autor de tan terrible hecho; el caso estaba envuelto en un misterio que ni las investigaciones de la policía podía desenmarañar, y ni siquiera lograban explicarse por qué un taxista de Santiago, casado y con tres hijos, yacía muerto en una calle de Valparaíso (aunque luego, claro, todo misterio quedó resuelto), encima en un taxi que no era el suyo (luego se comprobó que su verdadero taxi estaba siendo reparado en un taller mecánico y que este otro taxi, el de las escena del crimen, se lo prestó un amigo, colega o conocido). Por esas ironías del destino, a los pocos días y cuando parecía que los policías no lograban dar con la clave del misterio, como chocando permanentemente contra la pared, llega a la comisaría un distinguido y millonario conde italiano de apellido Di Giorgio, en compañía de su hijo, Pedro Di Giorgio, el primero con la intención de que algún detective (o comisario, o prefecto... ignoro, por rápido olvido, el cargo de los personajes) le enseñe a su hijo alguna lección para que éste cambie radicalmente su irresponsable y frívolo estilo de vida. Resulta que quien atendió al conde, eminente figura que no podía ser ignorada así como así, como si fuera un simple mortal de esos a los que se les cierra la puerta en la cara cada vez que se acercan a una comisaría para hacer perder el valioso tiempo de todos, era uno de los detectives del caso, que para evitarse problemas decidió continuar con la comedia y escuchar al atribulado conde, quien narraba las travesuras de su hijo, que con sarcástica y altiva sonrisa no hacía caso, o tal vez sí, pues, aburrido de la relación de su padre al detective, suelta, luego de una desdeñosa risita, "he hecho cosas peores", "¿cómo qué?", indaga, mecánicamente, el detective, "he robado bancos...", en efecto un par de bancos habían sido asaltados recientemente pero qué probabilidad hay en que este malcriado muchacho sea el perpetrador de dichos crímenes, y como para rematar el asunto, "también maté a ese taxista del que todos hablan", y ante la cara de estupor del conde y del detective, comenzó a entregar detalles que, en efecto, sólo el autor del crimen conocería, de tal forma que fue detenido y encarcelado. El muchacho, que al principio veía el asunto como otra aventura suya, poco a poco se fue dando cuenta de la gravedad de su situación, pero poco podía hacer y terminó confesando la verdad. En pocas palabras, el muchacho, en compañía de otro sujeto algo mayor que él, con el que se sospechaba que mantenía relaciones homosexuales, a quien conoció en el sur, enviado por su padre para tranquilizarse un poco, al que convenció de que con su dinero podrían llevar una vida de lujos y despreocupación, viajaron a Santiago, se hospedaron en un fastuoso hotel, compraron ropas y comieron en elegantes restaurantes; también compraron un arma, de exclusiva fabricación, porque ya tenían planeado matar a alguien, por la emoción. La víctima fue el taxista, que los condujo al casino de Viña del Mar, pero diversas engañifas alargaron el viaje y, finalmente, en un aislado sector de la carretera, aplastado por la oscuridad, el joven Di Giorgio, ante la cobardía de su amante, le dispara al taxista, cuyo cuerpo es escondido en los asientos posteriores del vehículo y, más tarde, en el maletero, y ya después de largo transitar lo abandonan en el lugar donde fue encontrado, por un gato y su espantada dueña.
Como epílogo vale la pena mencionar que el muchacho cumplió apenas un par de años de cárcel (en oposición a su amante, quien sufrió condena mayor y menos facilidades), indultado por buena conducta (aunque se tiene registro de que su conducta fue de todo menos ejemplar o disciplinada, y, cual Bugsy Siegel, en su celda gozaba de radio, cocinero privado y mayordomo), y ante la indignación pública las autoridades alegaron que la pena fue conmutada y no perdonada, el caso es que abandonó rápidamente el país para irse a Estados Unidos, en donde planeaba, según dijeron, comenzar una nueva y legítima vida. Lo último que se supo de él es que era buscado por el FBI por robos y otros asuntos...
Ahora bien, ¿qué explica el comportamiento de este joven?

La anterior es una historia recopilada en Los más sensacionales crímenes de Chile, de Claudio Espinosa, libro de mi abuelo, quien estuvo largos meses buscándolo por librerías de Santiago hasta que yo, este pechito, lo encontró precisamente en la librería que tanto le insistí en que visitara. Decidí contar la historia (con los datos que recuerdo a estas alturas, que me parecen no son pocos, ah) porque "I Vinti", el segundo largometraje de Antonioni, así me lo ha recordado. Y es que el filme cuenta tres historias protagonizadas por jóvenes que cometen crímenes. En la introducción, un narrador nos habla de los jóvenes, de la más fresca generación, dominada por el egoísmo y la apatía, que busca satisfacción, fama y celebridad, dinero a fin de cuentas, comodidad, la certeza de los lujos, de las más rápidas maneras, como el crimen, por ejemplo, al que ven como un logro personal, parecerse a los malos de las películas, lo cual se aprecia sobre todo en jóvenes acomodados, que matan por tan gratuitos motivos. Sin embargo, sucumben cuando la verdadera gravedad de sus actos se devuelve contra ellos, y quedan como lo que son, unos vencidos, I Vinti. No existe tal cosa como el glamour del crimen.
La primera historia, que transcurre en Francia, trata sobre unos adolescentes que planean matar a uno de los suyos, el que se jacta de tener montones de dinero y de negocios en el extranjero, de tener una abultada cuenta bancaria y, más encima, una novia modelo que lo persigue y que él rechaza porque ya lo tiene aburrido, aunque mujeres no le faltan al precoz triunfador. Los muchachos le creen, le creen todo lo que dice y planean asesinarlo para apoderarse de todo lo que tiene, que a fin de cuentas es nada: una mentira, una ilusión desvanecida, un sueño aporreado por la realidad.
La segunda historia, que transcurre en Roma, es sobre un joven universitario, hijo único de una adinerada familia, que dedica sus noches a contrabandear cigarros (negocio que no ha perdido su atractivo para los criminales; los narcos se cambian a este rubro porque las penas son más livianas y porque las ganancias son cuantiosas). En una de estas noches, la policía de aduanas interfiere en uno de los negocios y tremenda balacera que se arma mi compadre, heridos por allá y por acá, pero nuestro chiquillo escapa jabonao no sin antes disparar a muerte a uno de esos héroes que mueren en menos de lo que canta un gallo. Mientras tanto, los padres, preocupados del paradero de su hijo, a quien no imaginan en malos pasos, recurren a la policía, pensando en una presunta desgracia. Tarde o temprano los efectivos policiales relacionarán ambos hechos. De vuelta con el joven universitario-contrabandista de noche, lo vemos recorriendo la ciudad, como una agonía, por los barriales y arrabales, por las calles más transitadas, por las lujosas casas de sus amigos, de su novia, con la que quiere huir, abandonar Roma y vivir en otro lado, dinero no les faltará, a él no le faltará dinero, no señor, porque él es un hombre, no se arrepiente de nada, he hecho lo que tiene que hacer para tener lo que tiene.
La tercera historia transcurre en Inglaterra, cuenta la historia de un extraño sujeto, que se las da de poeta, que encuentra el cadáver de una mujer y que, en vez de recurrir a la policía, intenta vender el hecho como exclusiva a la sección criminal de un periódico. El periodista avisa a la policía y permite que el sujeto escriba un artículo. El sujeto escribe su artículo, de cómo encontró el cadáver y qué sintió al observar el cuerpo sin vida de la malograda señora, y feliz muestra a cuanta persona tiene por delante el periódico con su foto y su escrito, aunque nadie se impresiona por ello. La gente se olvida pronto del caso, también se le acaba el dinero de la exclusiva y, harto de la precariedad en donde vive, desesperado, el protagonista intentará reavivar el interés en el caso, con nuevas exclusivas se entiende, con información que nadie más sabe, información capaz de resolver el caso, información que sólo el asesino conocería... ¿Podría ser capaz de tanto con tal de obtener fama y dinero? ¿Bajo qué clase de titular le gustaría aparecer?

Sin ser una película brillante, principalmente porque me queda la duda de cuán pedagógico se puso Antonioni en este caso (asunto candente el de la delincuencia o criminalidad juvenil en los cincuenta, por lo visto no sólo en el cine estadounidense), sí es innegable su calidad formal y su interés, más que por un argumento, en el devenir moral o interno de los personajes, cualidades ya apreciadas en su opera prima, aunque, no sé si por ser tres historias resueltas con cierto apuro (pausado apuro, apuro a lo Antonioni supongo), sin mencionar el ya citado y sutil tono pedagógico, el conjunto, sus personajes y/o sus acciones, me parece menos hondo, profundo y atmosférico que su opera prima o sus títulos más reconocidos.

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