Director: Stéphane Brizé
El gran Vincent Lindon, en otro excelente papel y magnífica interpretación, es un albañil felizmente casado y padre de un niño al que le va bastante bien en la escuela, motivo de orgullo claramente. Cuida a su padre con esmero y devoción. Tiene una vida apacible y satisfactoria, a fin de cuentas, contento con su trabajo y con su vida personal. Puede respirar sin sentirse asfixiado y por las noches nada lo aplasta ni lo aflige ni le aprieta el corazón. Ocurre algo; no es una gran tragedia, no es ese tipo de película, su vida no se da vuelta patas arriba ni lo pierde todo en una espiral sin clemencia. Simplemente, se enamora de la profesora de su hijo. No, claro, no es tan sencillo ni inofensivo el asunto, pero qué se puede hacer, él la quiere. Y sigue trabajando, y sigue con su hogar, pero ahora piensa en la profesora, no deja de pensar en ella, en esa melodía que le tocó con su violín, acaso en sus ojos diáfanos y tremulantes como agua de estanque, o en su cabello deslumbrante como el sol, o quizás en su personalidad, como disminuida por intentar proteger algo incomprendido por los demás. Y ya nada más importa; las cosas no son suficientes, pero qué puede hacer, salvo quererla...
"Mademoiselle Chambon", perdonen lo cursi y trillado, es una pequeña gran película, una auténtica joya, cuyo gran acierto es no explotar la situación, el dilema del protagonista, no remarcar lo obvio, no redundar, es decir, lo mejor es su tono o atmósfera, no lo sé, naturalista, permitiendo que la imagen misma, que los mismos personajes, nos narren la historia y la repentina magia que parece brotar en sus vidas y el dolor que acompaña a toda felicidad. Una película de gran belleza fílmica (y formal, claro), bella por su sencillez e inmensidad humana, por encontrar la poesía ahí en donde sobran las palabras: lenguaje jamás escrito alguna vez pero que a veces se tiene la fortuna de acceder. Apenas, en contadas pero preciosas ocasiones, se hace uso de música extra-diegética (ugh... cómo me cargan estos conceptos academicistas), y el resto es trabajo, hogar, enamoramiento (qué gran uso del montaje paralelo: ¿cuántas veces se piensa si esa otra persona te está pensando de vuelta?), melodías, miradas frente a frente o solitarias y fijas en un punto muerto reviviendo sensaciones, silencios y mutismos, no poder decir la verdad, un tren que parte, una cabeza gacha, y la vida, que, como siempre, continúa. El tiempo se encargará de sanar, de olvidar, de apaciguar. Porque solos... bueno, eso es algo más difícil, pero el tiempo...
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