sábado, 18 de mayo de 2019

Mi último hombre - 1996


Director: Tatiana Gaviola


Es una película interesante "Mi último hombre", la opera prima de Tatiana Gaviola, pero sus resultados son discretos, cuando no fallidos. La premisa, la idea, como digo, son sumamente atractivas y potentes, pero el desarrollo de sus múltiples líneas se dispersa y pierde intensidad dramática, lo cual achaco principalmente al guión (escrito a tres pares de manos. Eso sí, tiene algunos diálogos magistrales, preciosos), pues la producción de esta película es impresionante (siendo una película chilena) y su puesta en escena también es sobresaliente, dirigida como pocas veces se ha visto por acá: con personalidad, con valentía, con plena seguridad de sus intenciones plástico-narrativas. Y de paso hay que destacar, por supuesto, la cinematografía de Gastón Roca (que no está acreditado en ninguna película posterior, y que antes se encargó de lo mismo en "Caluga o menta"), y la banda sonora de Jaime Arriagada (que sí ha tenido una constante actividad en el rubro, colaborando en numerosas ocasiones con Raúl Ruiz). Una película formalmente impecable, deslumbrante, asombrosa, incluso magnífica: sus imágenes dejan huella, amén de ese halo elegíaco, poético y crepuscular que irradia casi naturalmente. El problema es la historia, que al comienzo goza de una atmósfera hipnótica, gracias a este escenario (casi) distópico, hundidos como están los personajes en un país (cuyo nombre no es especificado, pero tampoco hay que romperse la cabeza para saberlo) al borde de la destrucción o el caos, violencia por doquier y desesperanza cotidiana, poderosos más poderosos que nunca y desarraigados tan desarraigados como siempre. La protagonista es Claudia di Girólamo, que interpreta a una periodista llamada Florencia, especializada en adentrarse en los sitios destruidos del país para captar el ambiente apocalíptico, quien toma contacto con Willy Semler, un terrorista o subversivo que quiere la tregua, que no quiere más guerra, aunque los suyos lo quieran muerto ahora, aunque los poderosos y los magnates lo quieran muerto desde siempre, y ambos se enamoran, y alrededor hay empresarios siniestros que en realidad perpetran atentados y negocian en nombre del gobierno, y el empresario siniestro número uno tiene una ex que se acuesta con el esposo de la periodista, y de hecho la ex del empresario siniestro es la mejor amiga de la periodista, y la trama no se entiende mucho, qué planean unos o qué planean otros, no le sale muy bien la conspiración a lo película gringa, los personajes deambulan sin mucho norte y se reúnen como si en realidad no existiera peligro alguno, la historia de amor de la periodista con el terrorista tampoco resulta muy convincente y lo único que se sostiene medianamente es el clima de decadencia y podredumbre, pero ni tanto, y la puesta en escena de Gaviola es lo único que te mantiene atento e interesado, porque a estas alturas el argumento es ya un despropósito sin pies ni cabeza lleno de traiciones, pactos rotos, giros, máscaras que caen, todo muy bellamente iluminado y filmado, eso sí, a eso le llamo tener gusto y sensibilidad.
Pero tiene algo, algo que me ha gustado: déjense llevar por sus imágenes y las sensaciones, o emociones, o pasiones, que transmite. Resignación y furia, furia y resignación. Quizás otra cosa, otras cosas. Algo inefable, inasible. Si pueden véanla, aunque no creo que la den en un cine de nuevo (y más encima gratis).
Acá les regalo una canción en la que, por alguna razón, he pensado durante ciertos pasajes de la película, y como digo, no me pregunten por qué, estamos hablando de sensaciones:

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