Director: John Ford
Ahora que todos los problemas técnicos están corregidos y verificados, estamos listos y dispuestos para llegar de un solo tirón hasta el final, a menos que se me aparezcan "Saul fia" y "El abrazo de la serpiente", únicos motivos por lo que puedo interrumpir esta retrospectiva de John Ford. Hace varios días se decidió que era mejor dejar para más adelante "The sun shines bright", primera complicación, así no seguíamos posponiendo las películas siguientes; y mientras seguíamos hasta encontrarnos con segundas y terceras complicaciones, el tiempo intermedio nos permitía hacernos de una buena copia de la presente película, supongo que uno de los filmes menores o menos admirados de Ford. No es que comulgue con dicha calificación, pero cierto es que "The sun shines bright" no es una buena película, incluso teniendo las grandes escenas a las que Ford nos tiene acostumbrados. Los reproches son más fuerte, triste decirlo.
El juez Priest imparte con sentido común y humanidad la justicia en Kentucky, pero su posición no es vitalicia y las elecciones están más cerca que nunca, por lo que sus acciones deben efectuarse con sumo cuidado a fin de permanecer en su humilde trono. Pero, justo en tan importantes fechas, varios acontecimientos pondrán a prueba a nuestro juez en los temas más peliagudos posibles, y habrá que elegir entre los votos seguros y la propia moral.
"The sun shines bright" es el retorno de Ford al personaje del juez Priest, quien casi veinte años antes protagonizaba "Judge Priest", la cual no he visto pero que me consta parte de la misma premisa: el juez que debe solucionar los problemas, crecientes en dificultad, de la gente, bajo la atenta mirada de amigos y enemigos. La que nos ocupa, sin ser mala en lo absoluto (es más, su planteamiento moral es de lo más inteligente e ingenioso), se ve sumamente afectada por un guión bastante flojo, débil e irregular. En un contexto post guerra de secesión y en un estado de mayoría confederada, enmarcado en los infaltables líos y rencillas entre yanquis y confederados (de hecho, el rival electoral del juez Priest es un yanqui) encontramos dos o tres tramas que por sí solas son de lo más sosas y que como conjunto no aportan al mensaje general (éste se defiende solo), aunque propician algunas situaciones que dan pie a la reflexión o manifestación discursiva, por lo que podemos decir que la narración es efectiva en el sentido más superficial de la palabra. Una historia es la de un hombre que retorna a su pueblo para enamorar a la hija adoptiva del doctor del condado, romance que no enfrenta grandes adversidades y cuya química no es precisamente rutilante y encantadora. Otra historia tiene que ver con quién es el padre de la susodicha, lo que se sabe prácticamente al inicio pues en realidad todos lo saben menos ella, y cuya revelación no implica grandes cambios a nada. También están los casos judiciales y los linchamientos que el juez Priest debe sobrellevar, que básicamente nos indican que el hombre es el más sensato y amable del lugar (a pesar de sus excentricidades). En su gran mayoría la película salta de un personaje a otro, de una trama a otra, sin una lógica y coherencia narrativa clara, a veces con personajes forzados (como la mamá de la niña enamorada), lo que lastra su importancia y calidad reflexiva y hasta simbólica, pues comedia o no, hay interesantes figuras retóricas que Ford incluye en sus imágenes y las cuales se encargan de construir un discurso potente y, por qué no, inspirador, lástima que el desarrollo dramático esté tan al debe y no le haga justicia a sus planteamientos.
Pienso que la razón de que la película sea y se sienta, en gran parte de su metraje, tan intrascendente e impasible, es debido al mencionado guión y a una realización insuficiente, algo cansada e incluso desinteresada, aunque lo último claramente no es tal una vez lleguemos al tramo final, en donde Ford vierte todo su talento y algunas de las mejores y más bellas características de su cine, justamente lo que falta en el metraje previo, específicamente el desenfadado sentido del humor y el dulce e inefable encanto fordiano. En mejor forma Ford le pudo haber sacado enorme provecho al escenario sociohistórico en que se sitúa la película y a su género, su ya conocida comedia con nada impostados toques de drama. Por desgracia, el retrato de este lugar físico y temporal carece de la energía, picardía e ironía necesaria, y sus personajes, de los cuales se salvan de la hoguera el propio juez y sus amigos más cercanos, tampoco incrementan la empatía o el interés hacia una trama que se entiende poco, con tantas personas y subtramas dando vueltas porque sí. Recién el tramo final, que para mí comienza con ese incómodo pero memorable cortejo fúnebre, nos muestra al John Ford de siempre, al que es capaz de poner en pantalla los entresijos morales de las personas y la genuina lucha por la dignidad de vivos y muertos, amigos y enemigos, etc.: la honradez y el calor humano ante todo, aún así haya que soportar humillaciones y demás, aún así haya que renunciar a cosas importantes, pues lo correcto siempre paga a futuro. En silencio y en largos minutos, Ford nos pone los pelos de punta y estremece por dentro. Luego la cosa se pone más simpática y "ligera", pero por lo menos no perdemos a un Ford que recobró la buena mano que le conocemos y su capacidad para conmover, aunque sea un poquito.
Del soso desarrollo de romances y búsquedas identitarias podemos rescatar algunas imágenes que contienen en sí mismas mucha más historia que la trama propiamente tal de la película, por ejemplo, cuando el juez y sus amigos están sentados, y con disposición derrotada, a las afueras de un baile organizado por un influyente grupo de damas (que no tienen voto pero sí influencia sobre maridos y amigos y hermanos, me imagino): la composición da a entender que una era y sus principios se han acabado, nada descabellado considerando los argumentos del contrincante del juez, que indica que Priest y los suyos son muy viejos y representan un pasado demasiado vergonzoso como para ser reelectos, siendo imperante una nueva forma de "gobernar" e impartir justicia. Luego iremos viendo que los buenos valores nunca mueren y que, al fin y al cabo, la justicia se enseña y defiende y construye más allá de las paredes de un tribunal, entre todos, aunque a veces se necesite de un juez que predique con el ejemplo. Dicho de esta forma parece que estamos ante una bella obra maestra, pero sólo la última media hora (aprox.) lo refleja con excelente cine. A grandes rasgos la película es mejor en lo que significa que en cómo lo cuenta.
Lo dicho: no encuentro que "The sun shines bright" sea una película especialmente recomendable, pero su tramo final sí que vale la pena, y es que ¿no estamos acá sino para disfrutar y conocer cine, sin límites ni fronteras? Sí señor, lo quiero todo, ¡TODO!
Pienso que la razón de que la película sea y se sienta, en gran parte de su metraje, tan intrascendente e impasible, es debido al mencionado guión y a una realización insuficiente, algo cansada e incluso desinteresada, aunque lo último claramente no es tal una vez lleguemos al tramo final, en donde Ford vierte todo su talento y algunas de las mejores y más bellas características de su cine, justamente lo que falta en el metraje previo, específicamente el desenfadado sentido del humor y el dulce e inefable encanto fordiano. En mejor forma Ford le pudo haber sacado enorme provecho al escenario sociohistórico en que se sitúa la película y a su género, su ya conocida comedia con nada impostados toques de drama. Por desgracia, el retrato de este lugar físico y temporal carece de la energía, picardía e ironía necesaria, y sus personajes, de los cuales se salvan de la hoguera el propio juez y sus amigos más cercanos, tampoco incrementan la empatía o el interés hacia una trama que se entiende poco, con tantas personas y subtramas dando vueltas porque sí. Recién el tramo final, que para mí comienza con ese incómodo pero memorable cortejo fúnebre, nos muestra al John Ford de siempre, al que es capaz de poner en pantalla los entresijos morales de las personas y la genuina lucha por la dignidad de vivos y muertos, amigos y enemigos, etc.: la honradez y el calor humano ante todo, aún así haya que soportar humillaciones y demás, aún así haya que renunciar a cosas importantes, pues lo correcto siempre paga a futuro. En silencio y en largos minutos, Ford nos pone los pelos de punta y estremece por dentro. Luego la cosa se pone más simpática y "ligera", pero por lo menos no perdemos a un Ford que recobró la buena mano que le conocemos y su capacidad para conmover, aunque sea un poquito.
Del soso desarrollo de romances y búsquedas identitarias podemos rescatar algunas imágenes que contienen en sí mismas mucha más historia que la trama propiamente tal de la película, por ejemplo, cuando el juez y sus amigos están sentados, y con disposición derrotada, a las afueras de un baile organizado por un influyente grupo de damas (que no tienen voto pero sí influencia sobre maridos y amigos y hermanos, me imagino): la composición da a entender que una era y sus principios se han acabado, nada descabellado considerando los argumentos del contrincante del juez, que indica que Priest y los suyos son muy viejos y representan un pasado demasiado vergonzoso como para ser reelectos, siendo imperante una nueva forma de "gobernar" e impartir justicia. Luego iremos viendo que los buenos valores nunca mueren y que, al fin y al cabo, la justicia se enseña y defiende y construye más allá de las paredes de un tribunal, entre todos, aunque a veces se necesite de un juez que predique con el ejemplo. Dicho de esta forma parece que estamos ante una bella obra maestra, pero sólo la última media hora (aprox.) lo refleja con excelente cine. A grandes rasgos la película es mejor en lo que significa que en cómo lo cuenta.
Lo dicho: no encuentro que "The sun shines bright" sea una película especialmente recomendable, pero su tramo final sí que vale la pena, y es que ¿no estamos acá sino para disfrutar y conocer cine, sin límites ni fronteras? Sí señor, lo quiero todo, ¡TODO!
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