lunes, 6 de noviembre de 2017

Clockers - 1995


Director: Spike Lee

Ya no tengo ganas de ver "The Walking Dead", honestamente. En una buena película, todo el rollo este del enfrentamiento y los planes y los preparativos se resolvería en treinta minutos sin tanto bla bla, sin pueriles e infructuosos experimentos con el montaje y, ciertamente, sin una dirección tan pomposa y vacía. Pero alargar el chiste por tres episodios y contando... Por otra parte, la tercera temporada de "Mr. Robot" me está gustando... y harto. Como aventuré en el post dedicado a la segunda temporada, ahora de verdad se están concentrando en la guerra entre los hackers y las autoridades, lo cual hace que el ritmo y los personajes ganen mucho en intensidad y sustancia. Y eso. Ese es mi reporte. Ahora hablemos de "Clockers", la película que quería ver el jueves y comentar el viernes pasado que al final tuve que ver y comentar hoy, ahora. Ya la había visto meses antes de comenzar este blog, y aquella vez no me gustó mucho, pero el presente es otra historia.


De hecho, en esta ocasión "Clockers" tampoco me estaba gustando mucho al inicio. Ya ni recuerdo los argumentos que me hacían pensar así (nota del que escribe: como verán por la extensión del post, esto es mentira, pero en su momento pensé que era verdad: estaba dispuesto a centrarme en lo positivo, pero como dijo Van Gaal, ¡siempre negatifo, nunca positifo!) porque al final "Clockers" me pareció una gran película, pero sí recuerdo que me molestaba su tono lastimoso e impostado, sus ínfulas de realista crónica urbana, su disperso y reduccionista intento de denuncia social, su ilustrativa forma de explicitar conflictos y realidades (sorprende la cantidad de criminales orgullosos de serlo que son buenos para dar lecciones morales y decir "no hagan esto en casa, niños, ¡no sean criminales!") y el desaprovechamiento de ese gigante de la actuación que es Harvey Keitel. Básicamente, durante los primeros 45-50 minutos (me atrevería a decir que el metraje señalado es mayor), "Clockers" no es más que la enésima película de pandilleros, traficantes y asesinatos que atraen a algún policía que parece mostrar más interés que el resto del cuerpo, de narración y relato cansinos, convencionales (bueno, todo lo convencional que puede ser el director) y poco concretos. Lo peor es que Spike Lee, siempre de mirada tan aguda y certera, siempre ultra-dispuesto a meter el dedo en la llaga, se enfoca en lo que realmente no importa, en lo que no es más que un MacGuffin, descuidando todo aquello que, a fin de cuentas, otorga calibre y contundencia al relato; de hecho, aquellos elementos se ven superfluos, inocuos, simples instrumentos sin verdadero peso dramático. Es como si nos mostraran las cosas muy por encima ("miren, los traficantes y sus métodos"; "miren, los adictos y la gente honrada, todos afectados por igual"; "miren, la displicencia de la fuerza policial y su 'deja que estos monos se maten entre ellos'") y, para peor, con mano y mirada condescendientes y complacientes ("sí, no es culpa de ustedes: que la pobreza, que la familia monoparental, que el atractivo del dinero fácil") producto de este tono lastimero y tristón que les dije (el cual proviene tanto de lo formal como del forzado e inverosímil discurso de los personajes).
Pero bueno, ¿de qué estoy hablando? El argumento es bien simple: el protagonista, Strike, es un joven que maneja una red de venta de drogas en la plaza de una de estas edificaciones para gente de escasos recursos, pero el chico quiere ascender y la oportunidad le llega cuando su jefe le pide que asesine a otro hermano, de mayor rango, que roba a sus superiores. El guión no deja claro quién mató al fiambre y el que confiesa resulta ser el hermano de Strike, hombre de familia con dos empleos y sin antecedentes. Harvey Keitel, detective de homicidios encargado del caso, ve gato encerrado y decide buscar lo que cree ser la verdad. Como dije, Spike Lee se concentra demasiado en la investigación y la influencia que tiene en la cotidianidad de Strike, como si fuera un relato policial-criminal cualquiera, casi procedimental, dejando en segundo término, como desenfocado, aquello en lo que ya ha demostrado gran talento: expresar la viva imagen de un lugar, de un tiempo, de un microcosmos particular pero también reflejo de problemas de mayor envergadura o escala. La película mejora cuando Spike Lee cambia el tratamiento de Harvey Keitel y la cara policial, cuando aborda esta parte de la historia no como una seguidilla de procedimientos detectivescos sino como una mirada, frontal y transparente, a una realidad ignorada (tómese esta palabra en el sentido que venga) por la mayoría de la población y autoridades, aunando ambas caras de la moneda en una sola entidad que es en sí misma una espiral de muerte y violencia, espiral interminable y eterna, trágica y desoladora, absurda y carente de sentido, como si fuera una condena para todos. En este momento cobra importancia y adquiere peso, por ejemplo, la crítica que Spike Lee lanza contra la cultura de la violencia, la glamorización de la delincuencia y de que el único negro respetable es el que tiene más putas, el que mata más negros, el que maneja más droga y gana más dinero, todo lo cual atrae a los niños y ridiculiza al negro que trabaja, que no trafica, que está casado, etc. Paradójicamente, en este momento es cuando la resolución del caso, la gran verdad, golpea con más fuerza precisamente porque no hay una gran verdad, porque, a fin de cuentas, nadie es inmune a la cultura de la violencia, sea la recepción directa o indirecta, consciente o involuntaria: las cosas no siempre ocurren según sus apariencias y todos estamos en el hoyo. En este momento, también, los líos entre pandilleros dejan de ser simples líos entre pandilleros y muestran su verdadera cara, la futilidad de la matanza, de ese prestigio al que tanto aspiran (¿pelear por el control de una calle, de una plaza?), conformando una negrísima y cruda historia de maldiciones, nihilismo y sinsentido. Y, en este momento, por supuesto, Harvey Keitel puede ser el pedazo de actor que es y devorarse la pantalla.
"Clokers" es una película irregular y me queda claro que durante gran parte del metraje es bastante sosa y dispersa, pero hay que concederle a Spike Lee que sabe cómo resolver su película, y es que en su hora final "Clockers" me resulta magnífica (y auténticamente desalentadora, pues pasa a hablar de la condición humana: de su destino a repetir el ciclo de violencia), con esas escaladas de tensión que tan bien sabe provocar. Además se nos ofrece esta sensacional escena, con un debutante Tom Byrd (y no me refiero al niño) que interpreta magistralmente a ese excéntrico pero despiadado drogadicto que tan bien sabe mover el esqueleto y que a mí me tiene como hipnotizado (¡y es que está rodado con el célebre dolly marca registrada de Spike Lee!). Y eso. Ese es mi reporte: "Clockers" les responderá con creces la oportunidad concedida.
A todo esto, les comunico de inmediato que tengo planeado, pero para más adelante en fecha indeterminada, hacer otra maratón de cinco películas de Spike Lee, la cual ojalá pueda ver de una tirada. Cuando llegue el momento, veremos "Mo' Better Blues", "Malcolm X", "Get on the Bus", "He Got Game" y "Summer of Sam" (la cual ya vi, pero tengo ganas de volver a revisar porque aquella vez no me gustó mucho que digamos). Y para muuuuuuucho más adelante dejaremos sus documentales. Por ahora, a dormir.

...Maldición, antes de dormir tengo que revisar todo esto para verificar que está escrito de una manera más o menos decente...

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