Director: Mathieu Kassovitz
Ja, ja, parece que a Spike Lee le ha gustado "Les misérables" (2019), o al menos le ha parecido una buena película. Como sea, a propósito de policías bastardos, me dieron ganas de ver "La Haine", la segunda película (y yo juraba que era la primera, ciertamente fue la que lo puso en el mapa) de Matthieu Kassovitz.
Kassovitz se inspiró, seguramente aparte de muchas noticias sobre policías siendo hijos de puta, en un hecho en particular para el guión de esta película: el asesinato de un joven, esposado y sin armas, a manos de un policía que le disparó en la cabeza a quemarropa, por accidente y porque el muchacho lo tenía irritado con las cosas que le decía, lo cual hace que lo de accidente sea bastante sospechoso, cómo creer en la palabra de un policía, como creer en la moral de un policía. Aunque algunos pocos (ojalá pocos) reaccionarían diciendo "pero a ver, pongamos las cosas en contexto" o "a ver, por qué un joven estaba esposado, seguramente no era una blanca paloma" o "el policía solamente estaba haciendo su trabajo", la mayoría de las personas (ojalá la mayoría) se espantaría ante un hecho totalmente injustificado, sangriento y brutal, un asesinato a sangre fría que refleja un sinnúmero de problemas, tanto sociales como políticos, principalmente el profundo abismo entre las personas marginadas (más que marginales) y las funcionales al sistema. Inspirado en este hecho, Kassovitz nos sitúa en uno de esos barrios marginados de París y nos presenta tres personajes: el negro, el árabe (Saïd Taghmaoui, que ha tenido bastante buena carrera digo yo) y el blanco (un tempranero Vincent Cassel, creo que en su segunda o tercera película), todos con la ira y el odio en las venas, a punto de reventar y desangrarse en un fatal e imparable caudal de violencia, también con la resignación a cuestas mientras pasan las horas del día, el único día de relato, gastando las suelas de las zapatillas sobre ese cemento tan conocido, y caminan y caminan, conteniendo su rabia, mordiéndose los labios, apretando los puños, por las calles del barrio, su barrio, ese barrio invadido por policías que intentan contener las protestas surgidas luego de la brutal golpiza que sufrió uno de los amigos de la zona a manos, claro, de los policías. El joven está en coma y estos tres personajes despiertan en la mañana y a lo largo de un día. Curiosamente, "La Haine" es una película que comienza con toda esa ira anti-policial, pero que a lo largo de la película "se diluye" mientras más se alejan los tres amigos de su barrio, adentrándose en ese París de bellas postales, de turistas, en donde las protestas y la desigualdad no se ven ni se sienten, acaso sólo pueda verse a través de estos tres muchachos que no dejan de llamar la atención y que, representados por otros policías bastardos, son golpeados y escupidos por los prejuicios y el clasismo y la xenofobia, porque ya nacer en estratos bajos de la sociedad merece castigo, cómo se atreven a venir al mundo de manera tan indigna, ¿no?, peor, cómo se atreven a acercarse a los buenos ciudadanos y a abusar de sus recursos tan esforzadamente conseguidos. Así, más como Spike Lee que como Ladj Ly (si bien ambos hacen ese ejercicio de radiografía social), Mathiey Kassovitz también se pasea por lo peor de la sociedad, lo mira de frente, porque la brutalidad policial no es sólo la acción de un policía "enojado", es la viva expresión de un tipo de sociedad cada vez más desigual, egoísta e indiferente, que sólo quiere deshacerse definitivamente de la "basura".
Por cierto, me gusta como Kassovitz dirige esta película, con el desenfado formal, la sensibilidad avant-garde y la elasticidad plástica de un Spike Lee en plena forma, aunque no por este virtuoso ejercicio estético la película carece de una desnudez brutal, de una sensación de crudeza, como si sus brillantes imágenes fueran pura soledad y desamparo, y es que a veces los espacios son bellos, son hermosos, el asunto es que es triste lo que cuentan.
Sin embargo lo mejor de "La Haine" es que manifiesta con extrema coherencia, honestidad y arrojo, aquella metáfora que nos cuenta uno de los personajes: "Esta es la historia de un tipo que cae del piso 50. El tipo, según va cayendo, se repite sin cesar, para tranquilizarse: 'hasta ahora todo va bien', 'hasta ahora todo va bien'... Pero lo importante no es la caída, sino el aterrizaje". Perdón: no es la historia de un tipo, es la historia de la sociedad.
Kassovitz se inspiró, seguramente aparte de muchas noticias sobre policías siendo hijos de puta, en un hecho en particular para el guión de esta película: el asesinato de un joven, esposado y sin armas, a manos de un policía que le disparó en la cabeza a quemarropa, por accidente y porque el muchacho lo tenía irritado con las cosas que le decía, lo cual hace que lo de accidente sea bastante sospechoso, cómo creer en la palabra de un policía, como creer en la moral de un policía. Aunque algunos pocos (ojalá pocos) reaccionarían diciendo "pero a ver, pongamos las cosas en contexto" o "a ver, por qué un joven estaba esposado, seguramente no era una blanca paloma" o "el policía solamente estaba haciendo su trabajo", la mayoría de las personas (ojalá la mayoría) se espantaría ante un hecho totalmente injustificado, sangriento y brutal, un asesinato a sangre fría que refleja un sinnúmero de problemas, tanto sociales como políticos, principalmente el profundo abismo entre las personas marginadas (más que marginales) y las funcionales al sistema. Inspirado en este hecho, Kassovitz nos sitúa en uno de esos barrios marginados de París y nos presenta tres personajes: el negro, el árabe (Saïd Taghmaoui, que ha tenido bastante buena carrera digo yo) y el blanco (un tempranero Vincent Cassel, creo que en su segunda o tercera película), todos con la ira y el odio en las venas, a punto de reventar y desangrarse en un fatal e imparable caudal de violencia, también con la resignación a cuestas mientras pasan las horas del día, el único día de relato, gastando las suelas de las zapatillas sobre ese cemento tan conocido, y caminan y caminan, conteniendo su rabia, mordiéndose los labios, apretando los puños, por las calles del barrio, su barrio, ese barrio invadido por policías que intentan contener las protestas surgidas luego de la brutal golpiza que sufrió uno de los amigos de la zona a manos, claro, de los policías. El joven está en coma y estos tres personajes despiertan en la mañana y a lo largo de un día. Curiosamente, "La Haine" es una película que comienza con toda esa ira anti-policial, pero que a lo largo de la película "se diluye" mientras más se alejan los tres amigos de su barrio, adentrándose en ese París de bellas postales, de turistas, en donde las protestas y la desigualdad no se ven ni se sienten, acaso sólo pueda verse a través de estos tres muchachos que no dejan de llamar la atención y que, representados por otros policías bastardos, son golpeados y escupidos por los prejuicios y el clasismo y la xenofobia, porque ya nacer en estratos bajos de la sociedad merece castigo, cómo se atreven a venir al mundo de manera tan indigna, ¿no?, peor, cómo se atreven a acercarse a los buenos ciudadanos y a abusar de sus recursos tan esforzadamente conseguidos. Así, más como Spike Lee que como Ladj Ly (si bien ambos hacen ese ejercicio de radiografía social), Mathiey Kassovitz también se pasea por lo peor de la sociedad, lo mira de frente, porque la brutalidad policial no es sólo la acción de un policía "enojado", es la viva expresión de un tipo de sociedad cada vez más desigual, egoísta e indiferente, que sólo quiere deshacerse definitivamente de la "basura".
Por cierto, me gusta como Kassovitz dirige esta película, con el desenfado formal, la sensibilidad avant-garde y la elasticidad plástica de un Spike Lee en plena forma, aunque no por este virtuoso ejercicio estético la película carece de una desnudez brutal, de una sensación de crudeza, como si sus brillantes imágenes fueran pura soledad y desamparo, y es que a veces los espacios son bellos, son hermosos, el asunto es que es triste lo que cuentan.
Sin embargo lo mejor de "La Haine" es que manifiesta con extrema coherencia, honestidad y arrojo, aquella metáfora que nos cuenta uno de los personajes: "Esta es la historia de un tipo que cae del piso 50. El tipo, según va cayendo, se repite sin cesar, para tranquilizarse: 'hasta ahora todo va bien', 'hasta ahora todo va bien'... Pero lo importante no es la caída, sino el aterrizaje". Perdón: no es la historia de un tipo, es la historia de la sociedad.
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