domingo, 6 de abril de 2014

The Book of Life - 1998


Director: Hal Hartley

  Octava película de Hartley, que es todo un antes y un después -en varios sentidos-. Primero, porque es la última película de esta primera etapa en la retrospectiva iniciada tanto tiempo atrás; segundo, porque es un notorio cambio en la forma de filmar de Hartley; tercero, porque luego de esta película, el ritmo de Hartley disminuyó escandalosamente -desde su opera prima del 89, y durante nueve años hasta esta cinta, hizo ocho películas, contra las cuatro que ha hecho en los quince años que le siguieron y siguen-; y cuarto, porque además es su última película antes del nuevo milenio, tema estrechamente relacionado con la trama de The Book of Life, película que me sorprendió gratamente, y que terminó gustándome bastante, a pesar de que pensaba que iba a ver una parodia sin pies ni cabeza de la humanidad. Por el contrario, estamos ante una inteligente sátira sobre la humanidad. A pesar de que la forma sea distinta, seguimos estando presentes ante un Hartley profundamente personal.


  El 31 de Diciembre del año 1999 no sólo se celebraba la víspera de año nuevo, sino la llegada de un nuevo milenio, con todas las profecías y conspiraciones que debieron haber salido de la boca de los lunáticos que pululan este mundo. Lo que no supieron nunca, es que efectivamente Jesús retornó a la tierra para llevar a cabo el apocalipsis anunciado por los profetas -los verdaderos (¿?)-, aunque el hijo de Dios vino con un manto de dudas sobre si es necesario destruir a la humanidad y salvar a 144.000 justos -en algunos libros se dice que todos ellos deben ser judíos...- o no, por lo que su breve estadía en la tierra reflexionará en torno a esas cuestiones, acompañado de María Magdalena, el diablo, y un par de simples terrícolas.


  Retomando el punto más importante de los enumerados en el primer párrafo, con The Book of Life, Hartley cambia radicalmente su forma de filmar, y toda la estética que había cultivado con sus siete filmes previos. Para empezar, se cambia para siempre del celuloide al digital, cosa que tiene como consecuencia no trabajar más con el hasta ese entonces su único director de fotografía, Michael Spiller. En segundo lugar -y de aquí en adelante todos los puntos conciernen únicamente a esta cinta-, la nueva estética tiene varias características que hacen que se pueda considerar extraña: la textura de la imagen es radicalmente distinta; la iluminación es mayoritariamente invasiva, llegando a la sobre exposición -algo que no me molesta en lo más mínimo-; la paleta de colores varía de toma a toma -veremos tonos azulados, verdosos, amarillentos, anaranjados, etc-, además de los segmentos en blanco y negro; hay planos más ralentizados que otros, imágenes en barrido, en alto contraste, con diferentes intensidades de shutter. En fin, seguir enumerando los detalles técnicos supongo que se volvería algo demasiado banal, pero es interesante este cambio estético, cambio que al parecer ahuyentó a varios admiradores de este cineasta independiente, quienes rechazaron su nuevo camino, camino que yo mismo pensé iba a rechazar. Afortunadamente, debo decir que en esta película la nueva audiovisualidad me encantó, precisamente por lo interesante que es, y lo bien utilizada que está.


  Me encantó porque esta no es una película convencional, ni una común y corriente. Esta es una sátira, y la forma en que está filmada es totalmente adecuada a su naturaleza, ya que se asemeja a lo que es un diario y/o ensayo fílmico -"género" que me encanta un montón ¿hay acaso otra manera de hacer un buen ensayo de lo que sea?-. Y como buen ensayo fílmico, Hartley se dedica a experimentar con las posibilidades narrativas de sus imágenes. Juega con la desprolijidad de los colores, de la luz, la imperfección de las composiciones, la imperfección de los planos, y la imperfección de lo que se está grabando. Sobre si lo funcional realmente sirve para los propósitos argumentales, o si es mejor usar otras tomas que parecen que no tienen nada que aportar. Además, por sobre las imágenes escuchamos continuamente las reflexiones de Jesús, para mi característica esencial de un ensayo: la narración en off -que en este caso cuenta con el gran privilegio de tener a Hartley como guionista, y hacedor de diálogos y reflexiones-.
  Puede que a simple vista sea toda una rareza, pero no pudo haber sido de otra manera, y me alegro de que haya sido así. Demuestra personalidad y atrevimiento, cualidades que Hartley ha demostrado una y otra vez, alzándose como alguien que no tiene miedo al cambio y a la experimentación a la hora de enfrentarse a una nueva idea. Supongo que ya lo he dicho un chilión de veces, pero Hartley me parece un cineasta sensacional, de los mejores, y a estas alturas uno de mis favoritos de todos los tiempos.


  Y en cuanto a los temas y preocupaciones recurrentes de Hartley, hay varias salvedades que hacer, porque aunque tenga similitudes notorias con su filmografía previa, es cierto que con The Book of Life el alcance de sus ideas y reflexiones es mayor -incluso las similitudes se desmarcan en ciertos aspectos-.
  Con respecto a las similitudes, (i) estamos nuevamente ante una fauna de personajes, en la cual encontramos a los exiliados y parias dentro de su propia tierra, dentro de su propia sociedad. La salvedad en este caso es que dentro de esta fauna no hay espacio para estúpidos ni seres vacíos y artificiales. Todos ellos tienen profundas inquietudes, y aunque hay algunos mucho más reflexivos que otros, ninguno de ellos puede ser tratado como alguien hueco -a excepción del abogado y su secretaria, personas simples y planas a más no poder-. Que bueno que recordé lo hueco del abogado, porque Hartley siempre hace contrastes entre los "buenos y malos", y los explicita para que seamos capaces de diferenciarlos por lo que son interiormente. Siempre veremos en sus películas a los ilusos y a los que aceptan la cruel realidad.

  En cuanto al tema central de la película, es una clara re-lectura del apocalipsis en aquellos tiempos cuando el nuevo milenio ya estaba llegando. Hartley hace una inteligente sátira, muy bien documentada, que recoge información de los libros e historias cristianas. Por ejemplo, está el objeto más importante: el libro de la vida; aquel que contiene en su interior los nombres de los 144.000 justos que se van a salvar del apocalipsis para ir con Dios, un libro que está sellado con siete sellos, de los cuales han sido abiertos cuatro. Detalles no le hacen falta, y lo de Hartley no es una despiadada burla hacia el cristianismo y sus creencias, sino un inteligente cuestionamiento de los valores morales y éticos por los que se rigen, siempre aderezados con un sano y respetuoso sentido del humor. Entonces, este cuestionamiento a las historias cristianas y sus generalizaciones morales le sirve a Hartley para que él mismo ponga en boca de sus personajes sus más profundas reflexiones y preocupaciones, además de sus opiniones con respecto al cristianismo y su mitología ¿Y qué nos dice Hartley? Bueno, no quiero decirles exactamente, para no arruinarles esta fascinante experiencia, pero va más o menos de que "el desastre y la felicidad están a la orden del día, siempre con la posibilidad de que aparezcan y arrasen con los humanos" -una cita inexacta-. Va de que el humano debe vivir con lo que tiene, aceptando que la destrucción es un hecho, y que no existimos para permanecer, no existimos teniendo algún fin ulterior. De hecho, ni siquiera podemos afirmar que Dios y todas las religiones existen, ya que son inventos del ser humano para sentirse de alguna manera a salvo. Al fin y al cabo, todo lo que el humano tiene es a sí mismo como individuo, y no como raza -o lo que sea que se considere-.
  Básicamente, en The Book of Life somos testigos de las reflexiones de un genio -Hartley- ordenadas en torno a la llegada de Jesús para destruir a la humanidad, y sus dudas de si hacerlo es lo mejor o no. La estructura del relato está cimentada en las discusiones y notables diálogos llenos de una profundidad admirable -especialmente cuando hablan del trágico destino de la humanidad, su eterna violencia y auto-destrucción-.


  Ya para ir concluyendo, me parece sensacional el uso del lenguaje cinematográfico de Hartley en esta película de apenas una hora: por ejemplo, durante la mayor parte del metraje vemos exclusivamente planos aberrantes u holandeses, recurso que se justifica porque en todos esos minutos utilizados lo que reina entre los personajes -y el mundo que los rodea- es la confusión; confusión que se desvanece en los minutos finales, cuando Jesús da un monologo inolvidable, que hace que todo se esclarezca, se calme. Este es un ejemplo de cómo Hartley es capaz de potenciar y utilizar inteligentemente las posibilidades del cine.
  Y, aunque Hartley haya cambiado la forma en que hace sus películas, sigue igual de fascinantemente personal que siempre. Además, en esta ocasión vuelve a contar con sus actores predilectos, como Martin Donovan como el atormentado Jesús, o Thomas Jay Ray -Henry Fool en el filme homónimo- como el diablo. El imaginario al que recurre Hartley es fantástico, especialmente en la forma en que visten estos dos personajes tan opuestos.
  En conclusión, genial e inteligente película, personal a más no poder, y hecha con amor por el cine. Hartley nunca deja de sorprenderme y fascinarme. Por octava vez, se los recomiendo a ojos cerrados, sin pensarlo dos veces.

El sensacional monólogo final, subtitulado para que lo disfruten
Y la infaltable lluvia de capturas...

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