Director: Anthony Mann
Todavía quedan westerns de Anthony Mann por ver. El primero de ellos es "Devil's Doorway", del año 1950, protagonizado por Robert Taylor. Demonios, los fines de semana siempre me dejan sin mucho que decir en estas introducciones. Supongo que así vamos más rápido al grano. Bah, pero sí hay algo que decir: olvidé que este fin de semana era el fine de semana del Lollapalooza, y peor, ¡olvidé que en esta edición, hoy mismo, se presenta mi adorada Lana del Rey! Igual no tenía dinero para comprar entradas, pero mi olvido me impidió ver su show por la tele. ¡Demonios, maldita sea, me cago en...!
Usualmente los westerns que hablan de guerras contra indios se posicionan desde el lado de los estadounidenses, de los blancos. "Devil's Doorway" es al revés, pero tampoco es una película unilateral que aplique el mismo filtro taxativo, planteando las cosas en blanco o en negro. "Devil's Doorway" es un trágico tratado sobre el entendimiento... y su imposibilidad entre personas dominadas por el orgullo, la codicia, el odio, la obstinación, la indolencia y esa curiosa necesidad para inventar cualquier cosa a la que someterse. En esta película no hay ni buenos ni malos; sí plantea diferencias entre personas moralmente más confiables que otras, entre aquellos que se mueven solamente por el propio beneficio y aquellos otros que sí quieren ayudar a los demás, todo planteado con matices, claro, sin embargo se acierta plenamente en retratar a todos ellos, los más estimables o empáticos y los más despreciables, como seres humanos que, por alguna u otra razón, están condenados a no entenderse y a resolver sus diferencias haciéndose daño a través de miles de formas diferentes.
"Devil's Doorway" nos cuenta la historia de Robert Taylor, que interpreta a un indio que vuelve de la Guerra Civil al pueblo donde creció, particularmente las tierras que su familia, sus ancestros, su tribu, ha tenido desde quién sabe qué tiempo. Taylor es un soldado que combatió por la Unión, condecorado incluso con la Medalla de Honor, un héroe de guerra, por así decirlo, y sin embargo, al volver a casa, sigue siendo un indio de mierda que según los blancos de la zona no merece ser llamado héroe. Y los negocios deben resurgir, y el país debe continuar, la ley se debe fortalecer, y los pastores necesitan tierras verdes y ríos cristalinos, y los indios viven en esas tierras, y a ojos de la ley no son los dueños, cualquiera puede ser el dueño, y los hombres de negocios venden esas tierras como si fueran dueños, y llegan los compradores, los indios no se van, y ya se pueden ir imaginando lo demás. En efecto, aunque en esta película los villanos sean los blancos, sea el mismo gobierno estadounidense con sus leyes racistas que pisotean y escupen a un soldado condecorado sólo por ser indio, como digo, el gran acierto es ofrecer, también, un retrato imperfecto del indio interpretado por Robert Taylor, una persona digna que, a pesar de ser presa de la injusticia y de la corrupción, de ese proto-capitalismo salvaje que Anthony Mann tan fieramente ha criticado en algunas de sus películas con James Stewart, a pesar de tener una lucha que no puede contradecirse, también se ve dominada e incluso consumida por el orgullo y ese algo invisible, llámese como sea, que justifica actos que, dependiendo de las perspectivas, pueden ser o terribles o totalmente normales. He ahí en donde nos sitúa la película: en la encrucijada de perspectivas, siempre en conflicto, siempre ofreciendo múltiples direcciones, nunca un sólo camino por el que puedan caminar todos civilizadamente. Hay una escena particularmente elocuente al respecto: la abogada que Robert Taylor contrata para que lo defienda de los corruptos que quieren robarle sus tierras, le dice que nada puede hacer, pues según la ley todo lo que hacen los antagonistas es perfectamente lícito y, de hecho, el criminal sería el propio Taylor. Ante esto, el protagonista le espeta lo absurdo de rendirse por completo a la "ley", a lo ridículo y patético de esa sumisión, especialmente cuando cosas malas ocurren y algo debe hacerse. Poco después, justo mientras Taylor se despide de la abogada, un niño indio está llegando a su hogar, pero extenuado, apenas sosteniéndose en pie; la abogada exclama que ayuden al pobre niño, pero Taylor dice que no puede hacerlo, que el chico debe llegar a la casa solo, sin ayuda, aunque le falten dos míseros metros, pues está en el rito de convertirse en hombre y si alguien lo ayuda, entonces fallará por completo; la abogada, entonces, se da cuenta que Taylor también se somete a otro tipo de leyes, a las tradiciones, tan importantes para él como lo es la Ley para ella.
Así, con un dilema moral tan rico y estimulante como les he mostrado, siempre dinámico, siempre contrastando las múltiples miradas que parecieran impedir el entendimiento mutuo entre grupos de personas "distintas", sumado a esa fuerza visual que Anthony Mann ya domina con pulso firme y justas dosis de lirismo (magistral mezcla de contundencia y sensibilidad), "Devil's Doorway", en el fondo, nos habla del alevoso lado oscuro de un sueño que sigue ignorando que, bajo ese esplendor de unos pocos, ensombrecidos permanecen la sangre y la miseria de muchas víctimas de las leyes: la ley del hombre, la ley del más fuerte, la ley del mercado... Una película que nos habla de la derrota de la civilización... y en sus propios terrenos.
Excelente, gran western.
Excelente, gran western.
...tienes la oportunidad de hacer algo bueno en lugar de algo malo, y eso es más importante que la justicia...
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