Directores: Israel Adrián Caetano & Bruno Stagnaro
Y bueno, si ayer comenté los respectivos cortometrajes de Adrián Caetano y Bruno Stagnaro era porque hoy día le tocaba el turno a "Pizza, birra, faso", más claro echarle agua. ¿Se dan cuenta de que durante todo Enero vamos a ver solamente películas de este lado del mundo? Bueno, al menos ésa es la intención. No es que me lo haya propuesto, simplemente surgió y no me pude resistir.
"Pizza, birra, faso" fue un completo éxito (ciertamente un impacto en la cinematografía argentina) cuando se estrenó, no sólo por la innegable calidad cinematográfica que demuestra en cada fotograma, sino que por las condiciones mismas de la producción, de bajo presupuesto y con una mirada decididamente realista, o mejor dicho auténtica, las que constituyen toda una declaración de intenciones: Caetano y Stagnaro escribieron el guión en un par de semanas y contaron con un puñado de actores no profesionales para dar vida a estos cinco marginales que sobreviven a base de pequeños robos y otros trucos, la manera en que ellos, dicen, querían hacer un cine alejado de las típicas convenciones formales, narrativas y discursivas. Por ahí también había surgido un poco antes Raúl Perrone, pero éste es aún más marginal, insobornable e impredecible que cualquiera con que lo comparemos.
"Pizza, birra, faso" es, en efecto, una película que se desenvuelve en su ley, sin complejos ni concesiones de ningún tipo. Primero, porque es un interesante pero sólido y potente (y, desde luego, único) cruce entre un drama social que retrata el día a día de personajes desposeídos, despojados y al borde del abismo (no teman: la ejecución no es condescendiente ni melosa ni lastimosa) y, en cierta forma, un relato criminal centrado en robos y atracos a mano armada. Segundo, por su puesta en escena cruda, directa, desnuda y ágil, aunque ojo, no es la típica cámara en mano temblorosa que se hipnotiza con la espalda y la nuca de sus personajes (que es la manera en que hoy muchos directores se imaginan "el cine social"), como si plantarse y seguir la acción "sin intervenir" ofreciera una experiencia más transparente; al contrario, Caetano y Stagnaro demuestran un certero cuidado de la imagen y el encuadre, cada cual ofreciendo distintos grados de tensión y narración de acuerdo a la carga dramática de la escena, lo cual finalmente potencia esa verdad interior y exterior que se busca capturar y expresar. Tercero y último, lo mejor de "Pizza, birra, faso" es su discurso y la manera en que éste se abstrae tanto como se inmiscuye en la acción, es decir, Caetano y Stagnaro evitan toda grandilocuencia barata al momento de expresar su mirada, su punto de vista, sin dejar que ésta fuerce y/o se sobreponga al fluido discurrir del relato, que es lo que le pasa al peor Ken Loach, sin embargo, el relato es elocuente: tenemos a cinco marginados que viven en condiciones límite y que viven el día a día gracias a lo poco que pueden robar, que se les acaba tan rápido como surge la necesidad de seguir robando y consiguiendo míseros medios para subsistir: el círculo vicioso. Está claro, pero todo es natural: los personajes son de carne y hueso, sus acciones son la genuina causa/consecuencia de su situación y el retrato de esa parte de la sociedad, echada a su suerte, se construye en base a un tratamiento ajeno a todo efectismo o maniqueísmo. Está claro que Caetano y Stagnaro, al momento de la escritura y posterior dirección, dispusieron de un puñado de elementos narratológicos que, al tomar vida, con toda naturalidad acabaron siendo la historia que tienen frente a ustedes, una historia de tintes trágicos sobre un grupo de personajes que quieren salvarse pero que no saben cómo hacerlo y que, al intentarlo, se ven empujados con más fuerza (por el rechazo y la violencia del resto, de los otros) hacia un lugar del que quizás no puedan retornar. ¿Hay esperanza para los que no tienen nada?
Excelente película, sí señor. Y qué título, ¿eh?
"Pizza, birra, faso" fue un completo éxito (ciertamente un impacto en la cinematografía argentina) cuando se estrenó, no sólo por la innegable calidad cinematográfica que demuestra en cada fotograma, sino que por las condiciones mismas de la producción, de bajo presupuesto y con una mirada decididamente realista, o mejor dicho auténtica, las que constituyen toda una declaración de intenciones: Caetano y Stagnaro escribieron el guión en un par de semanas y contaron con un puñado de actores no profesionales para dar vida a estos cinco marginales que sobreviven a base de pequeños robos y otros trucos, la manera en que ellos, dicen, querían hacer un cine alejado de las típicas convenciones formales, narrativas y discursivas. Por ahí también había surgido un poco antes Raúl Perrone, pero éste es aún más marginal, insobornable e impredecible que cualquiera con que lo comparemos.
"Pizza, birra, faso" es, en efecto, una película que se desenvuelve en su ley, sin complejos ni concesiones de ningún tipo. Primero, porque es un interesante pero sólido y potente (y, desde luego, único) cruce entre un drama social que retrata el día a día de personajes desposeídos, despojados y al borde del abismo (no teman: la ejecución no es condescendiente ni melosa ni lastimosa) y, en cierta forma, un relato criminal centrado en robos y atracos a mano armada. Segundo, por su puesta en escena cruda, directa, desnuda y ágil, aunque ojo, no es la típica cámara en mano temblorosa que se hipnotiza con la espalda y la nuca de sus personajes (que es la manera en que hoy muchos directores se imaginan "el cine social"), como si plantarse y seguir la acción "sin intervenir" ofreciera una experiencia más transparente; al contrario, Caetano y Stagnaro demuestran un certero cuidado de la imagen y el encuadre, cada cual ofreciendo distintos grados de tensión y narración de acuerdo a la carga dramática de la escena, lo cual finalmente potencia esa verdad interior y exterior que se busca capturar y expresar. Tercero y último, lo mejor de "Pizza, birra, faso" es su discurso y la manera en que éste se abstrae tanto como se inmiscuye en la acción, es decir, Caetano y Stagnaro evitan toda grandilocuencia barata al momento de expresar su mirada, su punto de vista, sin dejar que ésta fuerce y/o se sobreponga al fluido discurrir del relato, que es lo que le pasa al peor Ken Loach, sin embargo, el relato es elocuente: tenemos a cinco marginados que viven en condiciones límite y que viven el día a día gracias a lo poco que pueden robar, que se les acaba tan rápido como surge la necesidad de seguir robando y consiguiendo míseros medios para subsistir: el círculo vicioso. Está claro, pero todo es natural: los personajes son de carne y hueso, sus acciones son la genuina causa/consecuencia de su situación y el retrato de esa parte de la sociedad, echada a su suerte, se construye en base a un tratamiento ajeno a todo efectismo o maniqueísmo. Está claro que Caetano y Stagnaro, al momento de la escritura y posterior dirección, dispusieron de un puñado de elementos narratológicos que, al tomar vida, con toda naturalidad acabaron siendo la historia que tienen frente a ustedes, una historia de tintes trágicos sobre un grupo de personajes que quieren salvarse pero que no saben cómo hacerlo y que, al intentarlo, se ven empujados con más fuerza (por el rechazo y la violencia del resto, de los otros) hacia un lugar del que quizás no puedan retornar. ¿Hay esperanza para los que no tienen nada?
Excelente película, sí señor. Y qué título, ¿eh?
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