Director: Koen Mortier
En aquel entonces, hace seis años, cuando mi amigo me recomendó "Ex Drummer", luego de ver dicha película me entraron ganas de buscar qué más había hecho su director, y así llegué a "22 Mei", su segundo largometraje, del 2010, que entonces (2012) era relativamente reciente, por lo que parecía que el hombre manejaba con ritmo sus proyectos. Desde entonces han pasado ya seis años y poco se sabe de Koen Mortier, salvo que ha dirigido un par de cortometrajes y que al parecer está en la post-producción de su tercera película. Luego del explosivo cóctel de sangre, vómito y gritos guturales que supuso "Ex Drummer", parece que a Mortier le dio por ponerse a pensar en el significado de la existencia.
Un hombre despierta en su espacioso y luminoso departamento de clase media, se prepara desayuno, se lava los dientes, se viste, se fuma un pucho, se prepara para salir y sale a trabajar. Baja el ascensor, camina hasta el paradero, espera a que pase el bus. Entra en el bus, se sienta por ahí, mira por la ventana. Llega a su trabajo: es guardia en una galería comercial. Camina, responde preguntas, esquiva miradas... Y de repente una explosión: una bomba que explota. Él se salva porque estaba afuera de la galería, pensando, taciturno. Entra a rescatar personas, ayudarlas, pero se rinde y decide correr y correr, lo más lejos posible, pero ninguna distancia le impedirá que los múltiples fantasmas de las víctimas lo alcancen para reprocharle sus descuidos, su apatía, su indiferencia, su negligencia, lo cual, al parecer, marcó la diferencia entre la vida de pocos y la muerte de muchos.
"22 Mei" no es una película sobre terrorismo, pues una cosa es que un pobre diablo cualquiera enojado con la sociedad fabrique una bomba casera que luego hará explotar en algún concurrido punto de la ciudad, y otra muy distinta es que algún grupúsculo, así en simple, busque generar pánico en masa con fines políticos e ideológicos. No, "22 Mei" no es sobre terrorismo; se vale, sí, del atentado para desarrollar una suerte de viaje espiritual que versa sobre las culpas, los tormentos, las tragedias humanas, la sinrazón o el sinsentido que duerme bajo nuestras narices y que sólo parece atormentarnos cuando algo malo sucede. Las intenciones están claras, no lo niego, pero la ejecución de dichas intenciones, en definitiva los resultados, son sumamente mediocres. Para empezar, no queda claro qué cosa en concreto quería transmitir el director. Luego de la explosión, la película consiste en el viaje del protagonista, el guardia impávido e inconmovible, y la visita que le hacen los fantasmas de las víctimas, quienes le reprochan su actuar a la vez que recuerdan porqué andaban por la galería comercial y alguno que otro drama personal, pero todo muy superficial, del tipo "pudiste haber estado más atento" y "tengo un problema con mi esposa; soy un policía que mató a alguien por accidente; odio y amo a mi madre; mi novia me dejó; estoy enamorado de la cajera; etc.", lo cual no dota de personalidad ni perfil psicológico a ningún personaje, todos como monigotes o pancartas sin entidad. Los fantasmas instan al protagonista a detener al chico de la bomba, éste da sus estúpidas razones, el protagonista le grita que no haga nada y al final lo único que parece quedar claro es que, de todas formas, ya nada se puede cambiar, por lo que el excesivo, alargado y aletargado metraje de noventa minutos se hace totalmente inútil. El protagonista actúa pésimo (y eso que no lo hizo mal de sordo gritón padre drogadicto en "Ex Drummer", de donde reaparecen varios otros actores), da la impresión de que está dopado, que no sabe qué hacer y que el director no sabe cómo dirigirlo; los demás actores tampoco lo hacen mucho mejor, aunque al menos mueven un poco los músculos de la cara. Lo peor de la película, eso sí, son sus ínfulas poéticas y simbólicas, con secuencias oníricas o surreales que lucen de lo más arbitrarias y carentes de importancia, y reflexiones existenciales que resultan ser de lo más insignificantes porque, como ya digo, los personajes solamente enuncian sus problemas sin entrar a explorar y profundizar en los mismos. A lo anterior sumen una "narración" soporífera y cansina que, al igual que el protagonista, no va a ningún lado, dando tumbos como descerebrado. Y al final, la catarsis: ¡de la nada los fantasmas aceptan sus muertes! ¿Por qué? ¡Ni puta idea!
¿"22 Mei" dice que las cosas no tienen sentido? Demonios... ¡la película no tiene sentido, eso sí que está claro!
En fin... inocua, vacua, superflua y todo lo que rime con eso... Ahórrensela.
"22 Mei" no es una película sobre terrorismo, pues una cosa es que un pobre diablo cualquiera enojado con la sociedad fabrique una bomba casera que luego hará explotar en algún concurrido punto de la ciudad, y otra muy distinta es que algún grupúsculo, así en simple, busque generar pánico en masa con fines políticos e ideológicos. No, "22 Mei" no es sobre terrorismo; se vale, sí, del atentado para desarrollar una suerte de viaje espiritual que versa sobre las culpas, los tormentos, las tragedias humanas, la sinrazón o el sinsentido que duerme bajo nuestras narices y que sólo parece atormentarnos cuando algo malo sucede. Las intenciones están claras, no lo niego, pero la ejecución de dichas intenciones, en definitiva los resultados, son sumamente mediocres. Para empezar, no queda claro qué cosa en concreto quería transmitir el director. Luego de la explosión, la película consiste en el viaje del protagonista, el guardia impávido e inconmovible, y la visita que le hacen los fantasmas de las víctimas, quienes le reprochan su actuar a la vez que recuerdan porqué andaban por la galería comercial y alguno que otro drama personal, pero todo muy superficial, del tipo "pudiste haber estado más atento" y "tengo un problema con mi esposa; soy un policía que mató a alguien por accidente; odio y amo a mi madre; mi novia me dejó; estoy enamorado de la cajera; etc.", lo cual no dota de personalidad ni perfil psicológico a ningún personaje, todos como monigotes o pancartas sin entidad. Los fantasmas instan al protagonista a detener al chico de la bomba, éste da sus estúpidas razones, el protagonista le grita que no haga nada y al final lo único que parece quedar claro es que, de todas formas, ya nada se puede cambiar, por lo que el excesivo, alargado y aletargado metraje de noventa minutos se hace totalmente inútil. El protagonista actúa pésimo (y eso que no lo hizo mal de sordo gritón padre drogadicto en "Ex Drummer", de donde reaparecen varios otros actores), da la impresión de que está dopado, que no sabe qué hacer y que el director no sabe cómo dirigirlo; los demás actores tampoco lo hacen mucho mejor, aunque al menos mueven un poco los músculos de la cara. Lo peor de la película, eso sí, son sus ínfulas poéticas y simbólicas, con secuencias oníricas o surreales que lucen de lo más arbitrarias y carentes de importancia, y reflexiones existenciales que resultan ser de lo más insignificantes porque, como ya digo, los personajes solamente enuncian sus problemas sin entrar a explorar y profundizar en los mismos. A lo anterior sumen una "narración" soporífera y cansina que, al igual que el protagonista, no va a ningún lado, dando tumbos como descerebrado. Y al final, la catarsis: ¡de la nada los fantasmas aceptan sus muertes! ¿Por qué? ¡Ni puta idea!
¿"22 Mei" dice que las cosas no tienen sentido? Demonios... ¡la película no tiene sentido, eso sí que está claro!
En fin... inocua, vacua, superflua y todo lo que rime con eso... Ahórrensela.
...qué cuenta el calor...
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