Director: Robin Hardy
Llámenme loco o lo que sea, pero ayer andaba recordando aquella vez en la que una animadora de tele dio la noticia de la muerte de Roberto Bolaño, el escritor, confundiéndolo con Chespirito, Roberto Gómez Bolaño, el comediante; desde luego, todo un chascarro que siempre es recordado en las recopilaciones de frases y equivocaciones célebres ¿Pero por qué tal recuerdo se posa en mi mente, así de la nada? Vaya uno a saber; el punto era que Gómez Bolaño seguía vivo. Con tales recuerdos me pongo a ver películas, y una vez terminada "The wicker man", opera prima de Robin Hardy, me meto a internet y veo la noticia de que Gómez Bolaños ha muerto, ésta vez sin confusiones ni inocuas meteduras de pata: es verdad. Lo inevitable sucede pero siempre nos toma por sorpresa, y aunque no veía "El chavo del ocho" -de sus creaciones, mi favorita- hace quién sabe cuántos años, los recuerdos de aquellas mañanas y tardes disfrutando de las divertidas aventuras del Chavo en la vecindad vuelven sin cesar: una noticia así no puede más que causar desazón y pesar. Ahora bien, y esperando que la transición no parezca una falta de respeto, hablemos de "The wicker man", eficiente película que te deja con un muy mal sabor de boca al final; no por falta de calidad sino por el impacto de las imágenes ofrecidas -o lo que es casi lo mismo, por su gran calidad-. Me causó muy mal rollo todo el asunto, y probablemente también se los causará a ustedes.
El sargento de policía Neil Howie llega a una isla para investigar la desaparición de una niña llamada Rowan Morrison, a raíz de una carta que le advierte de tal hecho. Una vez en la isla, y mientras avanza en su investigación, las cosas no podrán más que extrañarlo y perturbarlo, pues los habitantes de la isla parecen vivir en otra realidad, flotar en otra onda, surcar un modo de vida completamente alejado de las costumbres cristianas. En definitiva, muchas cosas raras comenzarán a suceder una tras otra. Y mejor se me preparan, malditos, miren que la cosa se pone turbia.
Y como andamos con la extrañeza a flor de piel por estos días... desde "Sauna", pasando por "The village" y "Signs", la semana se ha pasado entre lugares extraños, atmósferas densas y sombrías, y toda una sensación constante de que lo peor está por llegar. En general, una buena semana: no me puedo quejar de que haya visto malas películas, aunque sólo "Signs" me parece la mejor lograda, posición que comparte con "The wicker man", otro ejemplo de brillantez fílmica que se traduce, principalmente, en una extrañeza continuada que se acumula hasta llegar a un punto en que sabemos que todo explotará y te dejará agotado y, dependiendo del resultado, alegrado o con algo de pena y malestar encima. La gran gracia es que "The wicker man" funciona sobre una vuelta de tuerca: si la excusa para que el sargento llegue a la isla es la investigación de la desaparición de una niña -excusa que se utiliza sabiamente durante todo el metraje-, lo verdaderamente inquietante y capital en la película es la notable ambientación de la isla, con sus lugares y habitantes y costumbres: estos tipos están locos, se les salió un tornillo, perdieron la cordura... eso es más o menos la que se le viene a la mente al protagonista, abnegado cristiano. Y mientras el sargento investiga, también va haciendo hallazgos, no sólo del probable crimen sino sobre aquellos detalles incómodos que se asoman como una verdad aún más incómoda que no sólo envuelve la desaparición sino que la vida misma de la isla: una psico-esfera de lo más retorcida y nebulosa. Entonces, aunque "The wicker man" gire en torno a un crimen y, más aún, sobre la rareza inherente de este pueblo, realmente no trata sobre la resolución del crimen en cuestión -aunque como relato funcione de mil maravillas entre giros y contradicciones y demás mecanismos- como, y acá especularé pues no ando con la interpretación tan aguda, sobre una especie de enfrentamiento religioso-cultural tan subyacente como adscrito a la superficie misma del mundo: el sargento es un ferviente y estricto cristiano; por otra parte, el pueblo isleño cree en otras cosas algo más místicas y paganas. El punto es que ninguna de ambas posiciones se expone como la vencedora ni la más correcta, dado que ambas provienen de los mismos tiempos y no se puede decir que una es más vieja y obsoleta que la otra. El asunto, quizás, radica en qué tanto llega a inmiscuirse en la vida individual las leyes de cada religión, qué tanto pervierte y retuerce nuestras mentes y nuestros corazones ¿Una reflexión sobre la moral, la naturaleza y la maldad humana? Muy probablemente... y eso y más, pues como ya he dicho, junto con ello, la película como relato cinematográfico funciona de lo más bien. Imposible no sentirse atraído por ese aura maldito y seductor.
De todas formas, aunque el relato esté excelentemente construido y narrado, a caballo entre las directrices de un caso que necesita ser resuelto y un enfrentamiento religioso-cultural, lo que me parece es el mejor elemento de "The wicker man", muy de la mano con la ambientación, es lo cruel que es la película... crueldad emanada directamente desde sus imágenes toscas, rudas, sin ningún tipo de consideración por el espectador; imágenes despojadas de todo artificio barato e inútil: no hay algo más aterrador que un paisaje -humano, sobre todo- que se muestra tal cual es sin ningún tipo de pudor a pesar de lo raro del mismo. La dirección de Robin Hardy no puede captar de mejor manera esa maldad normalizada que se respira constantemente en esa isla, sensación fortalecida por los extraños comportamientos de todos pero que da el tiro de gracia con la aceptación de esa realidad cuasi alterna, paralela, como lo correcto y más aceptable. Y ojo que cuando digo crueldad, no me refiero a imágenes morbosas, grotescas y gores; me refiero a que desde ellas se percibe de inmediato una maldad desaforada y sin parangón: es una naturaleza desnuda y sin disfraz alguno, sin juicios de valor impuestos desde arriba -sólo los que los personajes hacen entre sí-. Y esta perversa cotidianidad es lo que causa tanto mal rollo, extrañeza, mal augurio, malestar ¿Cómo dormir tranquilo?
Y así va avanzando la película, con el sargento incomodándose cada vez más con las costumbres de estos isleños mientras investiga la desaparición de la niña, hasta que las piezas comienzan a armarse a través de secuencias para la posteridad, como la de la procesión o, para ser más sencillos, las de la escuela local. Sin describirles ni destriparles el final, debo decir que lo que tanto malestar me causó -y me sigue causando- es el punto de no retorno, el de la esperanza perdida y el paisaje desolador; y lo peor: la aceptación de ello. Y el hombre de mimbre... realmente estremecedor. De verdad, toda la secuencia final te eriza la piel, te pone los pelos de punta y medio que te enferma a raíz de lo que ves. De no creer y de difícil -nulo- olvido.
En fin, Robin Hardy nos entrega tremenda película con su opera prima, que tuvo un remake el 2006 del cual ninguno de los resposables originales tomó partido; no obstante, el mismo Hardy dirigió, el 2011 o por ahí, una secuela espiritual titulada "The wicker tree", su tercera película en unos cuarenta años -entre medio hizo una titulada "El fantasista"-. Se las recomiendo sin pensármelo dos veces, pues "The wicker man" está tan bien hecha que los cuarenta y tantos años que han pasado desde entonces no le han jugado absolutamente nada en contra: seguirá siendo una experiencia tan terrorífica a pesar de la cantidad de visionados que uno decida regalarse. En serio, "The wicker man" da más miedo que muchas cintas de "terror" actuales, y aunque no es mucho decir considerando la calidad de las mismas, ya les irá dando una idea de que no estamos ante cualquier cosa del montón. Pero ya hay que terminar, y qué mejor que con una frase algo más precisa: se hallarán suspendidos durante todo el metraje de tan despistados que los dejará todo. Mira para allá, mira para acá, ¿de qué te servirá? Disfruten y sufran.
Y como andamos con la extrañeza a flor de piel por estos días... desde "Sauna", pasando por "The village" y "Signs", la semana se ha pasado entre lugares extraños, atmósferas densas y sombrías, y toda una sensación constante de que lo peor está por llegar. En general, una buena semana: no me puedo quejar de que haya visto malas películas, aunque sólo "Signs" me parece la mejor lograda, posición que comparte con "The wicker man", otro ejemplo de brillantez fílmica que se traduce, principalmente, en una extrañeza continuada que se acumula hasta llegar a un punto en que sabemos que todo explotará y te dejará agotado y, dependiendo del resultado, alegrado o con algo de pena y malestar encima. La gran gracia es que "The wicker man" funciona sobre una vuelta de tuerca: si la excusa para que el sargento llegue a la isla es la investigación de la desaparición de una niña -excusa que se utiliza sabiamente durante todo el metraje-, lo verdaderamente inquietante y capital en la película es la notable ambientación de la isla, con sus lugares y habitantes y costumbres: estos tipos están locos, se les salió un tornillo, perdieron la cordura... eso es más o menos la que se le viene a la mente al protagonista, abnegado cristiano. Y mientras el sargento investiga, también va haciendo hallazgos, no sólo del probable crimen sino sobre aquellos detalles incómodos que se asoman como una verdad aún más incómoda que no sólo envuelve la desaparición sino que la vida misma de la isla: una psico-esfera de lo más retorcida y nebulosa. Entonces, aunque "The wicker man" gire en torno a un crimen y, más aún, sobre la rareza inherente de este pueblo, realmente no trata sobre la resolución del crimen en cuestión -aunque como relato funcione de mil maravillas entre giros y contradicciones y demás mecanismos- como, y acá especularé pues no ando con la interpretación tan aguda, sobre una especie de enfrentamiento religioso-cultural tan subyacente como adscrito a la superficie misma del mundo: el sargento es un ferviente y estricto cristiano; por otra parte, el pueblo isleño cree en otras cosas algo más místicas y paganas. El punto es que ninguna de ambas posiciones se expone como la vencedora ni la más correcta, dado que ambas provienen de los mismos tiempos y no se puede decir que una es más vieja y obsoleta que la otra. El asunto, quizás, radica en qué tanto llega a inmiscuirse en la vida individual las leyes de cada religión, qué tanto pervierte y retuerce nuestras mentes y nuestros corazones ¿Una reflexión sobre la moral, la naturaleza y la maldad humana? Muy probablemente... y eso y más, pues como ya he dicho, junto con ello, la película como relato cinematográfico funciona de lo más bien. Imposible no sentirse atraído por ese aura maldito y seductor.
De todas formas, aunque el relato esté excelentemente construido y narrado, a caballo entre las directrices de un caso que necesita ser resuelto y un enfrentamiento religioso-cultural, lo que me parece es el mejor elemento de "The wicker man", muy de la mano con la ambientación, es lo cruel que es la película... crueldad emanada directamente desde sus imágenes toscas, rudas, sin ningún tipo de consideración por el espectador; imágenes despojadas de todo artificio barato e inútil: no hay algo más aterrador que un paisaje -humano, sobre todo- que se muestra tal cual es sin ningún tipo de pudor a pesar de lo raro del mismo. La dirección de Robin Hardy no puede captar de mejor manera esa maldad normalizada que se respira constantemente en esa isla, sensación fortalecida por los extraños comportamientos de todos pero que da el tiro de gracia con la aceptación de esa realidad cuasi alterna, paralela, como lo correcto y más aceptable. Y ojo que cuando digo crueldad, no me refiero a imágenes morbosas, grotescas y gores; me refiero a que desde ellas se percibe de inmediato una maldad desaforada y sin parangón: es una naturaleza desnuda y sin disfraz alguno, sin juicios de valor impuestos desde arriba -sólo los que los personajes hacen entre sí-. Y esta perversa cotidianidad es lo que causa tanto mal rollo, extrañeza, mal augurio, malestar ¿Cómo dormir tranquilo?
Y así va avanzando la película, con el sargento incomodándose cada vez más con las costumbres de estos isleños mientras investiga la desaparición de la niña, hasta que las piezas comienzan a armarse a través de secuencias para la posteridad, como la de la procesión o, para ser más sencillos, las de la escuela local. Sin describirles ni destriparles el final, debo decir que lo que tanto malestar me causó -y me sigue causando- es el punto de no retorno, el de la esperanza perdida y el paisaje desolador; y lo peor: la aceptación de ello. Y el hombre de mimbre... realmente estremecedor. De verdad, toda la secuencia final te eriza la piel, te pone los pelos de punta y medio que te enferma a raíz de lo que ves. De no creer y de difícil -nulo- olvido.
En fin, Robin Hardy nos entrega tremenda película con su opera prima, que tuvo un remake el 2006 del cual ninguno de los resposables originales tomó partido; no obstante, el mismo Hardy dirigió, el 2011 o por ahí, una secuela espiritual titulada "The wicker tree", su tercera película en unos cuarenta años -entre medio hizo una titulada "El fantasista"-. Se las recomiendo sin pensármelo dos veces, pues "The wicker man" está tan bien hecha que los cuarenta y tantos años que han pasado desde entonces no le han jugado absolutamente nada en contra: seguirá siendo una experiencia tan terrorífica a pesar de la cantidad de visionados que uno decida regalarse. En serio, "The wicker man" da más miedo que muchas cintas de "terror" actuales, y aunque no es mucho decir considerando la calidad de las mismas, ya les irá dando una idea de que no estamos ante cualquier cosa del montón. Pero ya hay que terminar, y qué mejor que con una frase algo más precisa: se hallarán suspendidos durante todo el metraje de tan despistados que los dejará todo. Mira para allá, mira para acá, ¿de qué te servirá? Disfruten y sufran.
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