Director: David Cronenberg
Probablemente ésta sea la tercera o cuarta vez que veo "A history of violence", y a decir verdad no estaba en mis planes volver a ella (aunque siempre es un placer con tamaña genialidad), pero el visionado de "Road to Perdition" me impulsó a ello, básicamente porque ambas, entre otras similitudes que ya detallaré vagamente después del salto, están basadas en novelas gráficas de prestigio. La de hoy parte del material homónimo escrito por John Wagner y dibujado por Vince Locke. Si esto sirve de algo, prefiero la película a la novela gráfica, y me pregunto: ¿tendrá que ver que vi primero la versión de Cronenberg y luego leí el original? Es que como con "Road to Perdition" el proceso fue inverso e igualmente salió victorioso el primero deleitado, a lo mejor el asunto es, simplemente, que soy una especie de conformista que acepta lo primero que le llega. Esperemos que no, pero eventualmente uno siempre llega a estar en paz con su propio ser. ¿O no?
Viggo Mortensen es un tranquilo y respetado hombre de familia que se sumerge en una pesadilla, y su familia con él, cuando dos maleantes llegan a la ciudad, específicamente a su café, a sacar lo peor de él, ese lado oscuro que nadie había visto.
Viggo Mortensen es un tranquilo y respetado hombre de familia que se sumerge en una pesadilla, y su familia con él, cuando dos maleantes llegan a la ciudad, específicamente a su café, a sacar lo peor de él, ese lado oscuro que nadie había visto.
Tanto Max Allan Collins como John Wagner, en sus respectivas novelas gráficas ("Road..." y "A history..."), llegan a agradecer a un tal Andy Helfer por impulsarlos y ayudarlos inconmensurablemente a desarrollar dichas historias, en cierta forma un serie B del mundo del cómic o de sus casas editoriales, contentadas con los éxitos de los súper-héroes. Helfer quería lanzar una línea adulta y arriesgada, y mal no le salió la cosa. Es un dato que me parecía importante de mencionar. A propósito, Collins elogió con vehemencia la historia de violencia de Wagner, llamándola una mezcla de Mario Puzo con Norman Rockwell. A mí, en cambio, no me parece la gran cosa, pero parece obvio que los méritos del film opacan ante mis ojos los de la novela gráfica, y es que la comparación me resulta inevitable. Debió ser la crianza, supongo...
Vaya que debió ser eso, porque esta entrada será casi pura comparación. Dios santo. En fin, al grano. Oh, no... ¡Cómo empiezo!
"A history of violence" es una inteligentísima adaptación, realmente buena. Más decidida y precisa en su construcción narratológica y dramática, también simbólica, que su material original. Se construye en la ambigüedad, en el contraste y las violentas colisiones que ocurren a cada momento en distintos planos de realidad, no tanto en un argumento base determinado, acá utilizado como mera excusa para las fantasías y obsesiones cronenbergianas. La novela gráfica, en el fondo, es una historia de exageradas venganzas criminales (lo del tipo torturado veinte años, entre otras fútiles excentricidades, es un verdadero truco sin gran aporte); por su parte, la película es, en palabras simples, un relato mucho más complejo y profundo donde entran en juego distintas lecturas nada excluyentes entre sí (al contrario, se complementan fascinantemente). Una de ellas es la lucha y transformación interna/externa del protagonista, un tranquilo hombre de familia reconvertido en implacable asesino, o mejor dicho monstruo (importante palabra), proceso jamás abrupto y efectista sino que desarrollado a lo largo de todo el metraje a través de un sentido del relato y la puesta en escena fenomenal. El protagonista del primer episodio violento no es el mismo del segundo y del último: cada uno es protagonizado por un hombre distinto, pero tampoco es exclusivamente uno solo, pues tiene tanto de Tom como de Joey. Es la ambigüedad, la lucha, la transformación, el cambio de piel. Acá entran en juego las relaciones que veo con "Road to Perdition" (la novela gráfica): la relación paterno-filial, el hombre versus una figura de cierto carácter mitológico y la moral de la violencia. Si bien el niño de "Road..." sabía que su padre no era un santo, en el relato mismo se da cuenta de que es un asesino a sueldo legendario y temido/respetado por todos: de repente ya no está frente a un hombre, sino ante un dios. El hijo del film de Cronenberg deja de mirar a un hombre que sirve café y pasteles para encontrarse frente a una suerte de demonio que trae desgracias y muerte. Y, claramente, está eso de que aunque la violencia en el mundo de la gente común y corriente es deplorable y debe ser evitada (enseñanzas de O'Sullivan y Stall), sumidos en el mundo criminal la violencia es el único camino: es el soldado en guerra, trágica figura donde se mire. Por eso una cosa es golpear (ultramerecidamente) a un intento de matón en la escuela y otra es volarle el torso a un mafioso asesino (ultramerecidamente también, aunque Ed Harris es más cool). Todo esto no lo veo ni en la cinta de Sam Mendes ni en la novela gráfica de John Wagner (curioso fenómeno). Oh, y no podemos olvidar el carácter de pesadilla cotidiana del film, esa otra lucha entre el rostro luminoso del sueño americano y el lado oscuro del mismo: triunfar en base a la honradez y los valores inquebrantables contra el ascenso mediante la sangre y los vicios.
En términos más formales (por no decir sencillos), me encanta tanto el ritmo del relato, bien estructurado en su puñado de hechos violentos e intermedios igual de violentos, como el tempo de la imagen, cargada de violencia e incomodidad y depravación en sus cimientos; es un Cronenberg tan irónico y mordaz como el de "Maps to the stars", aunque sin la sátira, más bien con una saludable cuota de noir. Y qué decir de esa forma de filmar, comenzando con el impresionante (pero modesto, nada grandilocuente) plano secuencia inicial y finalizando con ese incisivo cruce de miradas en la mesa familiar, probablemente la escena más tensa e incómoda de la película entera. "A history of violence" siempre me impresiona y deja con la boca abierta, ya sea por la contundencia de sus imágenes y su narración como por lo delicioso que me resulta ver la violencia que sufren los matones y malhechores por parte de los oprimidos y víctimas. Una puta genialidad. Una puta y absoluta genialidad que todos deben ver para, primero, disfrutar de buen cine, y, segundo, para darse cuenta de como son (o deben ser) las cosas. Aunque no se pueda hacer nada a veces...
Vaya que debió ser eso, porque esta entrada será casi pura comparación. Dios santo. En fin, al grano. Oh, no... ¡Cómo empiezo!
"A history of violence" es una inteligentísima adaptación, realmente buena. Más decidida y precisa en su construcción narratológica y dramática, también simbólica, que su material original. Se construye en la ambigüedad, en el contraste y las violentas colisiones que ocurren a cada momento en distintos planos de realidad, no tanto en un argumento base determinado, acá utilizado como mera excusa para las fantasías y obsesiones cronenbergianas. La novela gráfica, en el fondo, es una historia de exageradas venganzas criminales (lo del tipo torturado veinte años, entre otras fútiles excentricidades, es un verdadero truco sin gran aporte); por su parte, la película es, en palabras simples, un relato mucho más complejo y profundo donde entran en juego distintas lecturas nada excluyentes entre sí (al contrario, se complementan fascinantemente). Una de ellas es la lucha y transformación interna/externa del protagonista, un tranquilo hombre de familia reconvertido en implacable asesino, o mejor dicho monstruo (importante palabra), proceso jamás abrupto y efectista sino que desarrollado a lo largo de todo el metraje a través de un sentido del relato y la puesta en escena fenomenal. El protagonista del primer episodio violento no es el mismo del segundo y del último: cada uno es protagonizado por un hombre distinto, pero tampoco es exclusivamente uno solo, pues tiene tanto de Tom como de Joey. Es la ambigüedad, la lucha, la transformación, el cambio de piel. Acá entran en juego las relaciones que veo con "Road to Perdition" (la novela gráfica): la relación paterno-filial, el hombre versus una figura de cierto carácter mitológico y la moral de la violencia. Si bien el niño de "Road..." sabía que su padre no era un santo, en el relato mismo se da cuenta de que es un asesino a sueldo legendario y temido/respetado por todos: de repente ya no está frente a un hombre, sino ante un dios. El hijo del film de Cronenberg deja de mirar a un hombre que sirve café y pasteles para encontrarse frente a una suerte de demonio que trae desgracias y muerte. Y, claramente, está eso de que aunque la violencia en el mundo de la gente común y corriente es deplorable y debe ser evitada (enseñanzas de O'Sullivan y Stall), sumidos en el mundo criminal la violencia es el único camino: es el soldado en guerra, trágica figura donde se mire. Por eso una cosa es golpear (ultramerecidamente) a un intento de matón en la escuela y otra es volarle el torso a un mafioso asesino (ultramerecidamente también, aunque Ed Harris es más cool). Todo esto no lo veo ni en la cinta de Sam Mendes ni en la novela gráfica de John Wagner (curioso fenómeno). Oh, y no podemos olvidar el carácter de pesadilla cotidiana del film, esa otra lucha entre el rostro luminoso del sueño americano y el lado oscuro del mismo: triunfar en base a la honradez y los valores inquebrantables contra el ascenso mediante la sangre y los vicios.
En términos más formales (por no decir sencillos), me encanta tanto el ritmo del relato, bien estructurado en su puñado de hechos violentos e intermedios igual de violentos, como el tempo de la imagen, cargada de violencia e incomodidad y depravación en sus cimientos; es un Cronenberg tan irónico y mordaz como el de "Maps to the stars", aunque sin la sátira, más bien con una saludable cuota de noir. Y qué decir de esa forma de filmar, comenzando con el impresionante (pero modesto, nada grandilocuente) plano secuencia inicial y finalizando con ese incisivo cruce de miradas en la mesa familiar, probablemente la escena más tensa e incómoda de la película entera. "A history of violence" siempre me impresiona y deja con la boca abierta, ya sea por la contundencia de sus imágenes y su narración como por lo delicioso que me resulta ver la violencia que sufren los matones y malhechores por parte de los oprimidos y víctimas. Una puta genialidad. Una puta y absoluta genialidad que todos deben ver para, primero, disfrutar de buen cine, y, segundo, para darse cuenta de como son (o deben ser) las cosas. Aunque no se pueda hacer nada a veces...
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