lunes, 16 de julio de 2018

Le voyage imaginaire - 1925


Director: René Clair


Película que va de menos a más, que nos lleva de la decepción y el ingrato estupor a una total reconciliación, a un verdadero entusiasmo. Tan bueno me parece el final que no sólo salva los reproches previos, sino que, en cierta forma, los justifica y éstos, por más disparatados y desordenados que parezcan, adquieren sentido. ¡Sentido! No miento, que adquieran sentido me parece increíble; nunca lo hubiera pensado durante sus escenas menos interesantes y más "gratuitamente" excesivas. Y es que al inicio, nuevamente, nos encontramos con otra comedia de enredos amorosos en la cual tres empleados de un banco (además del dueño del mismo) están enamorados de la mecanógrafa del local. El protagonista es, claro, el empleado más tímido. Mientras los tres se pelean por la atención de su bella colega, el protagonista queda desilusionado y rendido, así que de repente sale del banco, pónese a correr como loco por la calle y llega al claro de un bosque a disfrutar del aire, de la naturaleza, y en ello, ve a una vieja y reseca y jorobada quiromántica ser asaltada por dos maleantes, la salva y, bueno, al parecer la vieja esa es nada más y nada menos que un hada a cuyos aposentos, en donde también viven el Gato con botas, la Cenicienta..., se entra a través de un túnel ubicado a los pies de un árbol (¿a qué les suena?). Tiene poderes mágicos... De ahí en adelante es mejor no contar mucho, salvo que, aunque vistoso y bastante imaginativo (como la habitación donde todo es al revés o el tobogán que lleva al fondo de la "madriguera", sin mencionar la fantasmagórica belleza de algunas imágenes, como si realmente hubiesen sido traídas directamente desde el mundo de los sueños), todo este rollo fantástico parece forzado e incluso caprichoso, tan innegablemente deslumbrante y atractivo como vacuo, poco consistente, incluso desconcertante porque también parece un compendio de referencias pop de la época, pero a medida que avanza el metraje, René Clair se pone más juguetón e incluso sombrío, deleitándonos con una secuencia sensacional en donde los personajes, encerrados en un museo de cera, a medianoche se espantan al comprobar que todos los muñecos cobran vida, dedicándose a hacer lo que se supone que representan (hay boxeadores, hay jueces, campesinos... ¡incluso hay un simpático Charlie Chaplin de cera!), como "Una noche en el museo" pero hace ya casi cien años, momento en que Clair, a base de puro humor y surrealismo, crea una atmósfera deliciosa y verdaderamente perturbadora, especialmente cuando a los muñecos les da por comenzar un juicio en donde la pena es, escuchen bien, ¡ser guillotinado! Lo mejor de todo es que poco después la película ofrece un sorpresivo y estupendo giro argumental, de una brillante jocosidad que no se ríe de nosotros, sino que con nosotros, de paso justificando todo su delirante despelote inicial y el desparpajo de sus referencias culturales-artísticas. Esta película, particularmente desde que los personajes se meten a ese museo de cera, es un René Clair felizmente entregado a una desbordante, desenfadada y casi orgásmica imaginación y a un festivo sentido del humor.
Y no son pocos los hallazgos, pienso yo, pues, por ejemplo, de repente vemos que un perro cobra protagonismo (las desventuras que debe sortear el pobre can), y de hecho se da el lujo de actuar (apoyado por el montaje, claro, con su efecto Kuleshov); aunque más importante me parece que, aunque no sea éste el creador del rollo (lo menciono para ilustrar mi punto), antes de que Lynch creara sus insondables pesadillas psicológicas "sustentadas" en ciertos objetos como tenebrosos emisarios de la fea realidad, René Clair ya utilizaba dicho recurso (atentos al perro y al poderoso anillo) a su favor. Incluso hay una escena muy a lo Indiana Jones en donde uno de los personajes debe traspasar un peligroso portal, lo cual lleva a cabo con éxito, salvo que se le cae el sombrero antes de cruzar y, como si no le importara la integridad de su brazo, estira su extremidad para alcanzar la prenda justo antes de que el portal cierre definitivamente.
Qué puedo decir, "Le voyage imaginaire" goza de un in crescendo espectacular y yo al final quedé tan impresionado que, a pesar de sus tambaleantes inicios, no puedo sino recomendar esta película magníficamente libre, despreocupada y firme en sus livianas intenciones (que desembocan en resultados ciertamente innovadores o pioneros). Entretención e imaginación pura y dura. A pesar de todo, toda una lección de relato improbablemente bien construido.

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