Director: Ranald MacDougall
Ranald MacDougall es el guionista de "Cleopatra", "Mildred Pierce", otras varias películas de Michael Curtiz, otro par de Raoul Walsh, una de Hitchcock y varios destacados noir. Eventualmente el bichito de la dirección le picó y "Queen Bee" fue su opera prima, seguida de "Man on fire" y la que ahora les comento, la cual llamó profundamente mi atención debido a su sugerente titulo y a su trasfondo post-apocalíptico. Como veo películas sin orden ni concierto, me fui directo en su búsqueda y posterior visionado, así que no es de extrañar que ahora mismo la esté comentando para mí, para ustedes y para el mundo como lo conocemos.
Ralph Burton es un minero que queda atrapado en una mina mientras en la superficie se desata el fin de la humanidad. Cuando sale, se encuentra con un panorama vacío y desolador, y el estupor inicial da paso al instinto de supervivencia, el cual no será fácil, ya que deberá enfrentar a la soledad mientras busca otros supervivientes.
Uno es el número de la soledad. Dos es el número de la fraternidad. Tres es el número de la discordia...
Rodado en Cinemascope, "The world, the flesh and the devil" es más un tratamiento moral que una historia de género propiamente tal, es decir, la trama no apunta a violentos enfrentamientos entre supervivientes o incluso entre seres deformes, mutantes o extraterrestres que luchan por recursos cada vez más escasos. El conflicto del presente film es preservar y proteger la humanidad, pero no en el sentido de sociedad o sistemas de gobierno y esas cosas, sino humanidad en tanto compasión, solidaridad, apoyo, etc. Mantener viva la llama y el deseo de un mundo no dividido. El fondo del relato y sus intenciones son del todo transparentes y elogiables, y en primera instancia el relato mismo es notable y complejo, narrativa y dramáticamente hablando. Luego, al final, su vena 'buenista' se apodera de la función, conduciendo a decisiones narrativas cuestionables por lo simplonas.
En un inicio el protagonista, totalmente solo, debe enfrentarse, claro, a la supervivencia más literal, pero MacDougall, guionista y director, se centra en su enfrentamiento con elementos más abstractos y simbólicos, como la soledad, la locura latente, la incierta prosperidad, el sueño enterrado bajo el polvo, todo lo cual parece estar potenciado por una ciudad abandonada y fantasma, la obra de una especie que ya no existe, cuyas grandes grises estructuras ahogan y acorralan la esperanza humana, representan lo fútil de su obra: es el hombre versus el fin de sí mismo, de su legado. De esta forma, el protagonista construye y repara la ciudad, le devuelve sus funciones de civilización avanzada, mientras su mente aún divaga en lo salvaje, casi primitivo de su situación y la compañía humana que no existe y que espera encontrar en algún momento, eso sí, disfrutando de los pequeños detalles de esta nueva vida suya. Así, MacDougall logra, con excelentes resultados, una constante atmósfera de desarraigo y pesar que va alternando pequeñas escenas de relajo (cuando el protagonista canta) con otras realmente duras y dolorosas (el corte de pelo). Luego llega la reflexión más certera, pura y dura, sobre la condición humana cuando entra en escena una bella mujer igual de afectada por la soledad. Acá MacDougall analiza las relaciones humanas y la autenticidad de los afectos y las amistades, sobre qué tan genuinos somos en las desgracias y en la normalidad, sobre si una mujer blanca se acercaría a un hombre negro (como el protagonista) en circunstancias "normales". Las dinámicas sociales que se van dando son tan profundas e inocentes como tristemente elocuentes, ciertas. MacDougall de verdad logra adentrarse en el sujeto social y explorarlo de cabo a rabo, desnudarlo y exponerlo en sus caras más aceptables y convencionales (la que mostramos al resto) como oscuras y furtivas (las que nos guardamos para los amigos, a veces ni eso).
Mi único reproche viene con el tramo final, cuando lo post-apocalíptico deja de ser un duro y complejo tratamiento moral para convertirse en el mero contexto de una "guerra" tan poco sutil como previsible, narrativa y simbólicamente hablando. Su final 'buenista' no me parece un desafío y en realidad es bastante abrupto, algo difícil de creer: tomarse de las manos de manera tan rápida es algo extraño si un segundo antes los disparos reemplazaban a las palabras... No lo sé, ahí MacDougall se dio vuelta la chaqueta y apuesta por un optimismo reconfortante pero poco verosímil tomando en cuenta las condiciones previas, más cercanas a cierto pesimismo, pesimismo producido por lo eternamente conflictivo de las relaciones humanas. Un final abierto pero optimista es tan interesante como un final optimista y cerrado, es decir muy poco, por no decir nada. MacDougall debió dejar abierta, de manera incierta, la interrogante sobre si la humanidad puede prosperar o está condenada al enfrentamiento perpetuo.
La reflexión supera a la acción en "The world, the flesh and the devil", pero supongo que de alguna forma había que acabar el relato. Igual estamos ante una interesante película cuya gran característica es el enfoque (psicológico, social, ¿humanista?) con que aborda el relato, la narración post-apocalíptica. MacDougall, a pesar de todo, sale airoso de su incursión. Muy recomendable film.
Ralph Burton es un minero que queda atrapado en una mina mientras en la superficie se desata el fin de la humanidad. Cuando sale, se encuentra con un panorama vacío y desolador, y el estupor inicial da paso al instinto de supervivencia, el cual no será fácil, ya que deberá enfrentar a la soledad mientras busca otros supervivientes.
Uno es el número de la soledad. Dos es el número de la fraternidad. Tres es el número de la discordia...
Rodado en Cinemascope, "The world, the flesh and the devil" es más un tratamiento moral que una historia de género propiamente tal, es decir, la trama no apunta a violentos enfrentamientos entre supervivientes o incluso entre seres deformes, mutantes o extraterrestres que luchan por recursos cada vez más escasos. El conflicto del presente film es preservar y proteger la humanidad, pero no en el sentido de sociedad o sistemas de gobierno y esas cosas, sino humanidad en tanto compasión, solidaridad, apoyo, etc. Mantener viva la llama y el deseo de un mundo no dividido. El fondo del relato y sus intenciones son del todo transparentes y elogiables, y en primera instancia el relato mismo es notable y complejo, narrativa y dramáticamente hablando. Luego, al final, su vena 'buenista' se apodera de la función, conduciendo a decisiones narrativas cuestionables por lo simplonas.
En un inicio el protagonista, totalmente solo, debe enfrentarse, claro, a la supervivencia más literal, pero MacDougall, guionista y director, se centra en su enfrentamiento con elementos más abstractos y simbólicos, como la soledad, la locura latente, la incierta prosperidad, el sueño enterrado bajo el polvo, todo lo cual parece estar potenciado por una ciudad abandonada y fantasma, la obra de una especie que ya no existe, cuyas grandes grises estructuras ahogan y acorralan la esperanza humana, representan lo fútil de su obra: es el hombre versus el fin de sí mismo, de su legado. De esta forma, el protagonista construye y repara la ciudad, le devuelve sus funciones de civilización avanzada, mientras su mente aún divaga en lo salvaje, casi primitivo de su situación y la compañía humana que no existe y que espera encontrar en algún momento, eso sí, disfrutando de los pequeños detalles de esta nueva vida suya. Así, MacDougall logra, con excelentes resultados, una constante atmósfera de desarraigo y pesar que va alternando pequeñas escenas de relajo (cuando el protagonista canta) con otras realmente duras y dolorosas (el corte de pelo). Luego llega la reflexión más certera, pura y dura, sobre la condición humana cuando entra en escena una bella mujer igual de afectada por la soledad. Acá MacDougall analiza las relaciones humanas y la autenticidad de los afectos y las amistades, sobre qué tan genuinos somos en las desgracias y en la normalidad, sobre si una mujer blanca se acercaría a un hombre negro (como el protagonista) en circunstancias "normales". Las dinámicas sociales que se van dando son tan profundas e inocentes como tristemente elocuentes, ciertas. MacDougall de verdad logra adentrarse en el sujeto social y explorarlo de cabo a rabo, desnudarlo y exponerlo en sus caras más aceptables y convencionales (la que mostramos al resto) como oscuras y furtivas (las que nos guardamos para los amigos, a veces ni eso).
Mi único reproche viene con el tramo final, cuando lo post-apocalíptico deja de ser un duro y complejo tratamiento moral para convertirse en el mero contexto de una "guerra" tan poco sutil como previsible, narrativa y simbólicamente hablando. Su final 'buenista' no me parece un desafío y en realidad es bastante abrupto, algo difícil de creer: tomarse de las manos de manera tan rápida es algo extraño si un segundo antes los disparos reemplazaban a las palabras... No lo sé, ahí MacDougall se dio vuelta la chaqueta y apuesta por un optimismo reconfortante pero poco verosímil tomando en cuenta las condiciones previas, más cercanas a cierto pesimismo, pesimismo producido por lo eternamente conflictivo de las relaciones humanas. Un final abierto pero optimista es tan interesante como un final optimista y cerrado, es decir muy poco, por no decir nada. MacDougall debió dejar abierta, de manera incierta, la interrogante sobre si la humanidad puede prosperar o está condenada al enfrentamiento perpetuo.
La reflexión supera a la acción en "The world, the flesh and the devil", pero supongo que de alguna forma había que acabar el relato. Igual estamos ante una interesante película cuya gran característica es el enfoque (psicológico, social, ¿humanista?) con que aborda el relato, la narración post-apocalíptica. MacDougall, a pesar de todo, sale airoso de su incursión. Muy recomendable film.
No hay comentarios. :
Publicar un comentario
Vamos, dime algo, así no me vuelvo loco...