Director: Francis Ford Coppola
En serio, ¿cómo es que ustedes se las arreglan para ver tantas películas? A mí me dicen que yo soy el que ve muchas películas, pero no sé, no considero que el número de filmes que veo sea el suficiente, siempre quiero más. La verdad es que lo quiero todo. Podría pensar "ay, ojalá el día tuviera más horas", pero vamos, tiempo hay de sobra y nunca se va a acabar, sólo el constructo social nos lo limita, o al menos de eso estaba hablando con un amigo luego de ir a ver ("ir haber", dirían en facebook) "Suicide Squad". Como sea, antes de volver con Paul Schrader, vayamos con "The Conversation".
Interesante cuestión que se me hayan encadenado tres películas que tienen que ver con el descenso a los infiernos personales, el enfrentamiento a los propios demonios, el derrumbe psicológico propiciado por las culpas y los errores pasados, y la deformación parcial de la realidad. En "The Swimmer", lo vimos ayer, el protagonista, seducido por la rutilante superficie de la burguesía, ignoraba por completo la oscuridad de su situación, lo que tampoco podía durar mucho, pues las mentiras e ilusiones terminan por caer debido a su propio peso, y sabemos que la caída (o el despertar) no puede ser sino algo doloroso y terrible. Sobre la de mañana ya me explayaré en una semana. "The Conversation" trata, justamente, sobre la ruina y caída de su protagonista, un hombre solitario de vida gris y vacía que trabaja en el área de la vigilancia. Lo primero que hay que tener claro es que "The Conversation" no es un thriller de espionaje (o similar) cualquiera, de hecho podemos afirmar que no es tanto un thriller de espionaje como un drama psicológico en el que el trabajo de turno hace que el protagonista reviva sus miedos y culpas más profundos, aquellos que tenía relativamente escondidos, confundiendo la realidad con su propia percepción de los hechos y de la vida. El conflicto es interno, la trama es la perfecta y natural manifestación de la ambivalencia inherente de su protagonista, de su inseguridad e indefensión. El gran acierto de Coppola es dotar a la imagen con la ambigüedad propia de una historia de estas características, aunque dando una vuelta de tuerca, apostando y/o poniendo el foco no en los hechos en sí mismos como en la mirada que los recoge y cómo, por qué. Por lo demás, su relato fluye con una sutileza que se va apreciando a medida que nos vamos adentrando en los entresijos de la mente del protagonista, a medida que nos vamos perdiendo en su laberinto y, mirando hacia atrás, nos preguntamos si tomamos el camino correcto, si aquello que dejamos que nos guiara y que dábamos por seguro es cierto, real. Que conste, eso sí, que Coppola no recurre a efectismos narrativos baratos, jamás intenta hacerse el listo, sólo busca explorar y adentrarse en la personalidad de un ser trágicamente despojado de vida y atrapado en una irónica paradoja: su gran triunfo es registrar vidas ajenas, pero al momento de observar la suya propia, ¿qué puede ver?
Yo ya había visto "The Conversation" hace bastantes años, y debo admitir que en aquel entonces no me gustó mucho que digamos, probablemente porque en ese tiempo yo sólo quería ver disparos por montones y ríos de sangre en thrillers trepidantes y veloces. Supongo que no pude apreciar la intensidad cocida a fuego lento, intensidad que finalmente es mucho más potente y memorable, pues penetra con más fuerza en la retina, deja una huella más profunda. Me gusta que los thrillers conspiranoicos/de-espionaje de los setenta tengan ese tempo y ese ritmo tan particulares y contundentes, que la paranoia provenga de una opresión cuya omnipresencia y omnipotencia restringa movimientos, incluso emociones, que lo restringa todo. Deben ser las energías de la década. Las películas de los ochenta expresan su paranoia a través de la locura y el caos. Me pregunto cómo habría quedado "The Conversation" o algunos filmes de Alan J. Pakula de haber sido Alex Cox el director. Y no podía terminar esta entrada sin elogiar la tremenda actuación de Gene Hackman, uno de esos actores hechos para estar en la pantalla grande, un grande.
Yo ya había visto "The Conversation" hace bastantes años, y debo admitir que en aquel entonces no me gustó mucho que digamos, probablemente porque en ese tiempo yo sólo quería ver disparos por montones y ríos de sangre en thrillers trepidantes y veloces. Supongo que no pude apreciar la intensidad cocida a fuego lento, intensidad que finalmente es mucho más potente y memorable, pues penetra con más fuerza en la retina, deja una huella más profunda. Me gusta que los thrillers conspiranoicos/de-espionaje de los setenta tengan ese tempo y ese ritmo tan particulares y contundentes, que la paranoia provenga de una opresión cuya omnipresencia y omnipotencia restringa movimientos, incluso emociones, que lo restringa todo. Deben ser las energías de la década. Las películas de los ochenta expresan su paranoia a través de la locura y el caos. Me pregunto cómo habría quedado "The Conversation" o algunos filmes de Alan J. Pakula de haber sido Alex Cox el director. Y no podía terminar esta entrada sin elogiar la tremenda actuación de Gene Hackman, uno de esos actores hechos para estar en la pantalla grande, un grande.
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