Director: Pablo Larraín
Comienza una nueva semana y nosotros la recibimos, le damos una cálida bienvenida con "Tony Manero", segunda película de Pablo Larraín y la cual comenzó a cimentar el reconocimiento del que goza hoy en día. Ya han pasado casi diez años desde su estreno. Todavía recuerdo cuando en la tele se hablaba de ella como el no va más y el nuevo renacer del cine chileno, que por lo general renace cada cuatro años. Oh, en fin, estamos en la recta final de estos cabos sueltos chilenos y ya veremos qué hacemos la próxima semana, miren que ya olvidé cuáles eran mis planes originales.
"Tony Manero" nos sumerge, con su estilo frontal e incómodo, contundente y glacial, incapaz de refugiarse en medias tintas discursivas y formales, no apto para espectadores autocomplacientes y superfluos (o puristas de la narrativa), en dos abismos, en dos hondos pozos de podredumbre y putrefacción, sea humana, social o moral, o de cualquier índole. El primer abismo es el contexto: el Chile en dictadura, la derrota de la democracia y el fracaso de la civilización. La atmósfera de desazón, ominosa, aviesa, sórdida, lóbrega, sucia, feísta... La desconfianza y la indiferencia, la sensación opresiva que enturbia el ambiente, el mal a la vuelta de la esquina, el mal sentado en tu mesa, el mal vigilante en todos lados. Pero también hay un abismo que trasciende el horror tiránico y totalitario: el abismo del hombre: las mentes enfermas y los corazones negros que consumen todo rayo de luz y de bondad, de esperanza; los ojos opacos y crueles que sólo ven víctimas, individuos mezclados entre la gente común y corriente, camuflando su propia depravación y maldad gracias a la decadencia que inunda al país.
Raúl Peralta Paredes es un bailarín obsesionado con Tony Manero, el personaje que interpreta John Travolta en "Fiebre de sábado por la noche", pero, a diferencia del galán cinematográfico, nuestro protagonista es un hombrecito viejo, pálido, ojeroso y pobre que vive y trabaja en una antigua pensión en donde, en compañía de otro par de bailarines que andan en "malos pasos" (intentan derrocar el régimen de Pinochet), hace shows para entretener a los comensales, gente de pocos recursos que intenta olvidar el horror con borracheras o pequeños entusiasmos. Esta rutinaria y gris existencia cambia cuando Peralta se inscribe en un concurso televisivo, de estos en donde gente común y corriente imita a alguna celebridad (como por ejemplo, a Tony Manero), por el cual hará todo lo posible con tal de llegar en las mejores condiciones al estudio y ganar, aniquilar a la competencia. Incluso matar... A propósito, no deja de ser un personaje excelentemente construido: un personaje tan parco y reservado en todo sentido que, en contraste, desata toda su ira, su furia y su fuerza al momento de matar, como si revelara su verdadero ser, y sin embargo demuestra una descolocante consideración con perros y gatos, y miren que sería fácil matar animales, pero es que no necesita matarlos... Mi punto (si es que lo tengo) es que, considerando que no mata por gusto sino que por provecho material (robar los bienes del difunto, etc.), ¿por qué lo hace con tanta brutalidad? ¿En dónde reside, de dónde nace y hacia dónde se dirige su odio?, ¿de algo concreto o de algo abstracto, inasible?
Ciertamente no sería un asesino tan "fácil" de evaluar como, digo yo, Ted Bundy, hombre apuesto y encantador por fuera que, en realidad, fue un asesino serial que mató a gran cantidad de mujeres, a las que golpeaba y estrangulaba horrendamente hasta que éstas perdían la vida. El modus operandi de Bundy era recorrer ciudades buscando mujeres jóvenes, blancas y de cabello castaño (algunos dicen que una novia que lo rechazó lucía de esa forma), a las cuales encantaba con su personalidad para luego violarlas y matarlas. A veces sólo las secuestraba y en otras ocasiones se metía sigilosamente en sus departamentos o casas de fraternidades para apalearlas. No hace falta ver que el tipo guardaba un odio inconmensurable hacia las mujeres. Lo mismo que con Gary Ridgway, un asesino serial de prostitutas o mujeres de "baja categoría" (indigentes, qué sé yo), cuyo rencor creció desde que, de niño, comenzó a odiar a su madre, quien lo maltrataba y humillaba (lo cual es un hecho, no lo digo para justificarlo, por favor). Pero... ¿un sujeto que mata indiscriminadamente? Se podría inferir que sus asesinatos provienen por el puro gusto de matar, como Tommy Lynn Sells, vagabundo que básicamente mataba a quien se le cruzara por el camino, sin planificación alguna ni modus operandi, sólo impulso. Sin embargo este no sería el caso, bajo mi inexperto punto de vista, del protagonista de "Tony Manero", cuyos asesinatos obedecen a un orden pragmático... pero es que su brutalidad me desconcierta. A lo mejor tiene el suficiente cuidado de no matar por matar, pero bueno, ya me estoy extendiendo mucho. De paso les recomiendo "Índice de maldad", un programa del Discovery Channel que descubrí en mi adolescencia y cuyos episodios vi todos toditos (en el episodio que enlacé, el mismo Tommy Lynn Sells es entrevistado por el conductor del programa... y también son evaluados Gary Ridgway, Ted Bundy e incluso el infame John Wayne Gacy Jr., íntimo amigo de GG Allin, otro maldito que no fue asesino pero sí músico punk).
Como sea, gente más inteligente que yo podrá establecer paralelismos entre la impasible personalidad del protagonista, asesino pragmático, sujeto sin escrúpulos para el que matar no es un acto de placer o enfermiza satisfacción, sino que un simple paso para lograr sus metas. No es sólo la banalización de la muerte, es peor: es el vaciado total de humanidad.
Excelente película. Si pueden, véanla en compañía de "Henry: Portrait of a Serial Killer", de John McNaughton.
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